Page 46 - lista_historica_magistrados

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ra pulir el .arácter, hayan logrado poner una superficie aterciopelada sobre la ruda .orteza de la primordial .on· dici6n.

Como atrás dijimos, los Selvas manifiestan un talento reconocido por todo el país, y con esa carta en blanco, han podido hacerse perdonar muchos errores, y acaso hasta .19ún crimen fue una vez atenuado, por la simpatía qua su autor teníase ganada entre aquéllos que por entonces diriglan la ¡usticia. Uno de los miembros de esta familia quiso también juntarse .on las huestes de aquél .élehre .orsario del Norte, que prendi6 fuego a Granada. Dota· dos, sin embargo, casi todos los vástagos de esa vieja mansi6n, de un pecho sano, sus equivocaciones se deben más al arrebato de sus pasiones y al desequilibrio de su naturaleza, que a la viciada costumbre de hacer daño pa... ra Qozarse en él. Esa misma abundancia de sensibilidad

y de independencia, les ha llevado en ocasiones a chocar con la sociedad, que ha parecido dispuesta siempre a es.. cusar sus desvíos; y si es cierto que no dejan de contar con enemigos en la completa acepción de la palabra, éstos siempre se han tenido que contentar con odiarles en silen.. ciD, porque no les encontraron muy cómodos ¡para saciar en ellos su rencor. Debido también a ese mismo exceso de sensibilidad, se han arrojado ciertos individuos de l. Cilsa de los Selva, por la senda del vicio; pero aun extra– viados en él, sus corazones no se corrompieran iamás y fueron siempre amigables para el dolor ajeno. Otro y de los más sobresalientes defectos de la raza de que venimos hablando, es la in.onstan.ia, la volubilidad sin límites que la trastorna. ~stos esplritus inexplicables varían a .ada instante, y proverbial es donde quiera que se les conoce, lo que h~brán de durar en ellos las emociones del placer o de la tristeza. Como 105 niños, lloran y rren con la ma· yor facilidad. En medio de las lágrimas arrojan una .... cahlda, y entre los espasmos de ésta, se aniegan en lágrimas sus ojos.

Carlos Selva encarna en sí los delirantes ensueños de sus antepasados, el huracán de sus sentimientos, todas las debilidades que los entregaron .on frecuencia al rau· dal de sus pasiones, pero también como ellos tiene algu. nas virtudes que predisponen a cuantos las comprenden y estiman, en favor de quien las lleva. Con tal he.hura moral, es que nuestro héroe entra, ¡pues, en los torneos del público dominio. Su lanza está en su pluma. Carlos Selva es más bien de baia que de elevada estatura; es gor– do, pero no de aquellos .uyo abd6men sumamente abul· tado los ha.e apare.er más robustos de lo que son. Su vientre no sale sobre el resto de la superficie, dejando bajo su globo un par de piernas .ontrahe.has Sus miembros inferiores son bien desarrollados y guardan simetría con el busto que sostienen. Su cabeza es gran.. de, aunque no muy esférica, siendo hacia las sienes algún tanto aplanada; su cabello, donde actualmente relumbran bastantes canas, es lacio y espeso; no usa pelo de barba, pero sr usa bigote, que 58 muevo de arriba a abajo tuan· do Selva habla .on a.aloramiento. Esto le da un ridículo aspecto. Sus facciones, aunque bastante gruesas y mal delineadas, presentan al golpe de vista en su .onjunto una estámpa de energfa, de resoluci6n.

Selva ha vivido, podemos decir que sin hogar. No ha visto en torno suyo en las horas que más ha necesitado

de los .fectos que ablandan la dureza de la jornada hu. mana; no ha vis:Q una mujer que a su lado le sirva de' CirineD; no ha visto, cuando ya era tiempo de verlos, hijos cuya sonrisa y cuyo ¡porvenir le hicieran amar el pedazo de tierra donde ellos respiraran. El hombre que sin tale$ objetos se encuentra en el planeta, si necesariamente tiene un suelo donde ha nacido, s610 tiene una patria a medias pero no esa patria que se adora más que por ser el abrig~

de nuestra cuna, el de aquéllos seres representados en la esposa y en lo. hijos, que son los que .uidan del techo que nos pertenece. La casa de nuestros padres, es cierto que es la nuestra; pero no están allí nuestros derechos,; Ellos están solamente en la morada en que .umpliendo .on la Ley de Dios, cre.ed y multipli.aos, hemos ido a llenar de retoños con el fluido de nuestra sangre y .on el amor de nuestras almas. Sólo entonces el hombre se siente adherido, sólo cuando ha formado una familia" al sitio en que esa familia le acaricia, le alista la mesa Iparit su comida, su cama para el sueño, y le tiene preparadas sus lágrimas para la hora de la muerte y un recuerdo pe– renne para cuando duerma en la tumba.

Asegúrase que Selva amó en sus días juveniles a una mujer, pero que ésta no pudo pagar en la misma moneda a su admirador; asegúrase que su corazón ha sido fuerte~

mente lIamargado" por esta pesadumbre, y que hoy que Dios ha interpuesto el eterno imposible entre los dos seres que no pudieron ligar aqur en la tierra, Selva tiene toda– vra en la memoria, fresco y vivo, el pensamiento de su primer ensueño. Si esto así fuese, ¡pobre el hombre con– trariado de tal modo en sus meíares esperanzasl Acaso tenga razón cuando equivocadamente buaca el olvido en vértigos periódicos Quizás por esa causa, y sin quizá, de seguro por eso, Selva huye de rama en rama sobre el bosque de la vida; y va, peregrino de todos los pueblos, saludando a todos los cielos con igual indiferencia, comien– do en todas las mesas con un disgusto igual; pisando todos los .ampos .on el mismo desdén. Cuando después del destierro a que le mand6 el Presidente Sa.asa, hubo de regresar a estas playas, en seguida de la revolución del 28 de abril de 1893, al estre.har nosotros su mano en las riberas del Lago, le diiimos estas palabras: 1f~1 fin, amigo, ha dejado usted de .omer el llamado amargo pan del os· tracismo lf

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Selva nos respondió con ironía: "El pan del ostracismo lo empiezo a comer ahora". Quiso significar– nos, que si volvía a su suelo natal, ¡porque necesidades materiales le impulsaban a él, sentía haber dejado otros lugares donde el torbellino de la civilizaci6n ahogaba su. dolencias y aminoraba sus quebrantos.

Defecto que no se apunta en la mayor parle de l. familia de Selva y qua en él apare.e muy delineado, es el del egoísmo, y por lo tanto el de la envidia. De estas tristes enfermedades han padecido hom"res muchos más grandes que el escritor granadino, pero no por eso deja de ser una mancha ridrcula llevar semeiante condena so– bre sí. A veces la envidia por el bien ajeno, se presenta en Selva con caracteres tan alarmantes, que por una pala– bra que se pronuncie en su presencia en favor de una persona, sea o no de su oficio, nuestro protagonista con– Iradi.e en altas y trémulas vo.es al que elogia a quien él no quiere que se elogie. Si el ser sobre quien se habla es acaso dado a las tareas literarias, y principalmente si

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