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« Previous Page Table of Contents Next Page »na más lentamente, pero siempre en gran esc3la, en
países de civilizaciones y de tradiciones distintas. ~n la
mui er se hace cada vez más clara y operante la conciencia de la propia dignidad. Sabe ella que no puede consentir
en ser considerada y tratada como un instrumento; exige
ser considerada como persona, en paridad de derechos y
obligaciones: COI1 el hombre, tanto en el ámbito de la vida
donu~stic:a (omo en el de la vida púlllica
Finalmente la familia humana, e~l la actualidad, fJre~
senta una configuración social y política profundamente transfornlada. Puesto que todos los pueblos, o hon COI1~
seguido ya su libertad o están en vías de conseguirla, en
un ,oróximo plazo no habrá ya pueblos que dominen a
los demás n1 pueblos qUé obedezcan a potencias exl·rat1~
jer:¡s.
Los hotubres de ~odos los países o son ciud.<lcltlnos de
un Estado autónomo e independiente, o están por serlo
A naclie gU5ta sentit se súbdito de poderes políticos pro– venientes de fuera de la propia comuniclad Puesto que en nuestro tiempo resulta vieia ya aquella ment~lidad se– cular, según la cual unas determinadas c:Iases de hombres
ocupaban UI1 lugar inferior, M'jentra!> oftas postulaban el l)fimer puesto en virtud de una privilegiada situación eco·
nómica y social, o del sexo, o de la posición ,poIíHea.
Al contrario, por todas las pnrtes ha penetr¿ldo y ha
llegado a imponerse la persuaci6n de 'lue lodos los hamo
bl es, en razón de la dignidad de su naturaleza, son iguales entre sí Por eso las discriminaciones raciales, ¡tI
menos en el terreno doctrinal, no encuentran ya ¡ustifien– ción alguna; lo cUill es de una importancia extraordinaria p¿¡ra la instauración de una convivencia humana informa..
d¡\ por los ptincipios anteriolmente expuestos. Cuando
cm un hombre aflora la conciencia de los derechos propios,
es imprescindible que aflole también la conciencia de las
propias obligaciones: de manera que aquél que tiene al– gún derecho tiene asimismo, como expresión de su dig.. nidad, la obligación de reclamarlo, y los demás hombres tienen lil obligac'ión de reconocerlo y respetarlo.
y cuando las relaciones de la convivencia se ponen
el1 tórmil10s de derechos y ohligaciones, los hombres se
(lb. en inrnecliatt,mente al mundo de los valores espiritua.. les, cuales son la verdad, la justicia, el amor, la libertad,
y toman l:.':onciencia de ser miembios de este mundo. Y
no es solamente esto, sino que ba¡o este mismo impulso
se OI1CUelltran en el camino que les lleva a conocer mejor al Dios verdadero, es decir, trascendente y personal. Por todo lo cual, se ven obligados a poner estas sus relaciones
con lo divino como sólido fundamento de su Vida tanto individual como social.
In
RELACIONES EN'l'RE LOS HOMBRES Y LOS PODERES PUBLICOS EN EL SENO DE LAS mS'l'IN'l'AS COMUNIDADES l'OLrrICAS
N~CESIDADAD y ORIGEN DIVINO DE LA AUTORIDAD
La convivencia entle los hombres no puede ser orde–
tltlida y fecunda si no la preside una legítima autoridad que salvaguarde la ley y contribuya a la actuación del bien
cCmÚtl en grado suficiente. 1al autoridad, como enseña San Pablo, deriva de Dios Enseñanza del Ap6stol que
San Juan Crisástomo explana con estos términos: "¿Qué dices? ¿Acaso todos y cada uno de los gobernantes son cOl1stituídos como tales por Dios? No, no digo esto; no
se trata aquí de los gobernantes por separado, sino de la realidad misma. El que exisla la auloridad y haya quie– nes manden y quienes obedezcan y el que las cosas todas no se dejen al acaso y a la temeridad, eso digo que se de~
be ti una disposición de la divina Sabiduría l1
• Por lo demás, por el hecho de que Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna socieclad puede "subsis~
tir si no hay alguien que ,presida mov~endo a todos por igual con impulso eficaz y con unidad eJe medios hacia el fin común, resulta que es necesaria a la sociedad civil la autoridad con que se gobierne; autoridad que de manera semejante a la sociedad, proviene de la naturaleza y por lo tanto de Dios mismo como autor".
La autoridad misma no es, sin embargo, una fuerza exenta de conlrol; más bien es la facullad de mandar se– gún la razón. La fuerza obligatoria procede consiguiente– Mente del orden moral, el cual se fundamenta en Dios, primer principio y último fin suyo. Por e~o escribía Nuestro Predecesor Pío XII, de feliz memoria: 11E( orden ahsolulo de los 59res y el fin mismo del hombre (del hom-
ure libre, decimos, suicto de derechos y obligaciones in–
violables, raíz y meta de su vida social) abraza también
al Estado como una comunidad necesaria y revestida de la
autoridad sin la cual no podría ni existir ni vivir Y
puesto que ese orden absoluto, a la luz de la recta raz6n
y sobre todo de la fe cristiana, no puede tener origen sino
en un Dios ,personal, Creador nuestro, se sigue que la dig~
nidad de I~ auto! idad "política radica en la participación en
la autoridad de Diost/.
La autoridad que se funda tan sólo o principalmente en la amenaza o en el temor de las penas o en la ,promesa de premios, no mueve eficazmente al hombre a la prose– l:ución del bien común; y aun cuando lo hiciere, no sería ello conforme el la dignidad de la persona humana, es de...
cir, de seres libres y racionales La autoridad es, sobre
iodo, una fuerza moral; por eSQ deben los gobernantes
apelar, en primer lugar, a la conciencia, o sea, al deber que cada cual tiene de aportar voluntariamente su contri.. bución al bien de todos Peto canto, por dignidad natu.. ral, todos los hombres son iguales, ninguno de ellos puede obligar 'interiormente a los demás. Solamente lo puede Dios, el único que ve y juzga las nctitudes que se adoplan en lo secreto del propio espíritu.
la autol idad humana, por consiguiente, puede obli– gar en conciencia solamente si está en relación con la vo– luntad de Dios y es una ,participación de ella.
De esta manera queda también a salvo la dignidad personal de los ciudadanos, ya que su obediencia a los po– deres l)úblicos no es sujeción de hombre a hombre, sino
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