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Marfínez a rehacer sus :lropas. No había que rder tiempo, perseguir a los derrotados y P:

car León aprovechando el pánico que la d

~rota ocasionaba. Pero Jerez se opuso y d¡'o: Oue para llegar a León había que cami- ,ir varias leguas, que la noche se acercaba

~ Marfínez aunque no tenía gente suficiente, podía tenderles una emboscada, además, las tropas hondura-salvadoreñas no conocían el terreno en que iban a combatir, era mejor es-erar el día y atacar muy de mañana, que ; las diez estarían almorzando en El Guásimo, (así llamaban a la catedral por haber habido allí un corpulento guásimo).

La opinión de Jerez prevaleció sobre las razones del General Bracamonte. Entonces

éste pidió penniso a Jerez para hacer una ins–

pección y acercarse a León lo más que pudie– ra, quería ver cómo estaban las defensas de la ciudad, si había fosos, trincheras, ver hasta dónde se encontraban las avanzadas de Mar– iínez. Algunos de su Estado Mayor y unos leoneses de los que venían con Jerez se pres– taron a acompañarlo. Con sorpresa notaron a medida que avanzaban que el camino es– taba completamente libre y así llegaron has– ta la propia ciudad sin que nadie los moles· tara, sólo en el puente de San Felipe había un pelotón de soldados, evitaron el encuentro y entraron por el lado de Zaragoza, recorrie– ron la ciudad y no habían encontrado alma viviente. Cuando se pararon a hablar con Ra– món ya iban de regreso, iban optimistas so– bre el triunfo, probablemente como decía el General Jerez, a las diez de la mañana almor–

zarían en León .

Amaneció el 29 de Abril. Una hermosa mañana de primavera. El sol rasgando las nubes dirigía sus ardientes rayos sobre la tie– rra. Los vecinos de la asediada ciudad habían pasado una noche de insomnio, y llena de temores pero relativamente tranquila. Salían huraños de sus casas a buscar su desayuno, cuando gritos, carreras de la gente que vivía en las rondas infundieron la alarma. Jerez estaba a las puertas de la ciudad y pronto empezaría el combate ...

La campana mayor de la Catedral, corea– da por las de los templos de La Merced, La Recolección, San Francisco y demás iglesias tocaban convite. Las campanas llamaban con angustia, era llegado el momento y todos los leoneses debían aprestarse al combate para defender sus hogares. Una banda militar re– corría las calles al toque de "La Generala", y el pueblo de León como un solo hombre co– rría a la plaza a acuerpar al General Tomás Martínez. Unos con rifles, otros con machetes, con pistolas, con lo que tenían. La batalla ha– bía comenzado, el tiroteo que al principio fue Un poco graneado se había generalizado, tro– naban los cañones y las metrallas y las balas como lluvia caían sobre los tejados

El General Mariínez había tendido su lí– nea de fuego en forma de un arco cuyo cen– Ira estaba en el puente de San Felipe, refor-

zado por grupos de soldados colocados en ca– !=la esquina de la ciudad abarcando una gran extensión. Estos grupos avanzaban y los de atrás ocupaban su lugar. El General Marií. nez, gran estratega y veterano de muchas campañas, personalmente dirigía el combate y recorría la línea de fuego montado en brioso caballo blanco

Las fuerzas hondura-salvadoreñas cornan– dadas por Jerez avanzaban en líneas compac– tas. Los ejércitos estaban tan cerca que se distinguían las personas.

El General Bracamonie enfocó su anteojo de larga-vista y distinguió a un General que montado en un hermoso caballo blanco, pe– laba una naranja cerca de la línea enemiga. General Jerez -dice Bracamonte- .lquién es aquél que pela. una naranja en la línea de fuego?

Jerez toma el anteojo y mira. -Ese es Mariínez- dice.

Bracamonte replica: -.lCómo me ha di– cho, que Mariínez eS cobarde? Ese hombre es un valiente, véalo con qué tranquilidad pela tina naranja en lo más recio del com–

bate" .. .

El Obispo de Nicaragua.. Piñal y Aycinena, desde las siete de la mañana, hora que empe– zó la batalla, estaba en la Catedral de rodi–

llas en oración, con los brazos en cruz, co:rno

Moisés durante la batalla de los israelitas con– tra los amalecitas, permaneció durante todo el combate, pidiéndole a Dios salvara la ciu– dad

Muchas familias te,nerosas de las otOlnías que se esperaba cometiera la soldadesca des– bordada, se habían refugiado en las casas de los reconocidos jerecistas ...

Don Nicolás, a quien ya hemos rnentado, martinista de corazón, fue con su familia a pedir refugio a la casa del Padre Apolonio

orozco, gran jerecis±a que vivía en una her–

mosa casa frente al antiguo convento de San Francisco, en la Calle Real.

La familia Orozco estaba muy afanada alistando víveres, licores y toda clase de vian– das para recibir a Jerez y a sus Generales con un gran banquete, cuando fueron invadidas por familias de sus amistades, que les pedían refugio en su hogar .

Las Orozco muy gentilmente alojaron en

su casa co:rno a cincuenta familias de recono–

cida filiación martinista ...

Entre tanto aumentaba el fragor de la batalla y los ánimos estaban indecisos sin sa– ber de qué lado sería la vicioria. .

.. Alguien insinuó que se le preguntara a la Niña Serapita (una ancianita que en olor de santidad vivía en la casa de los Orozco, y que ya tenía tnás de un siglo 1 cuyos vatici–

nios salían ciertos, quién ganaría? Todos se

precipitaron a la habitación de Serapita para oír lo que iba a decir. La ancianita se ocupa– ba en rezar, estaba bastante sorda, y había que gritarle. Se entabló el siguiente díálogo entre la señorita Orozco y Serapita.

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