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9 Lebia de La ~ecoLecci6n
Una de las más hermosas y znejores presentadas Iglesias de la ciudad de León, es la de "LA RECOLECCION", que ocupa la esquina Sur-Oeste, que torIna ]a con– vergencia de las hoy 2~ Calle Nade y la
1~ Avenida Este; lugar de los más céntri– cos y de movimiento comercial.
La fachada barroca de este bello iexn– plo, la componen seis columnas que a ma– nera de altos pilares se elevan eréctalnen–
te: fres a cada Jada deJ frente en que se halla la pueda del frente o enirada prin– cipal, columnas que se adornan con ramas de hojas de acanio labradas en ellas.
En los intercolumnios Gamo dice Au– gulo Iñiguez, aparece decorado por el en– cuadramiento .flameante que ciñe la fa– chada en sus dos últimos cuerpos'; pero, lo que znayormenfe encanta e impresiona a cuantos miran la fachada de ésta Igle– sia son los medallones que ostenta escul– pidos en sus cuatro cuadros o iableros in– iercolumnarios con iodos los atribuios o emblemas de la Pasión: la cruz, los cla– vos, la corona de espinas, el gallo, la es– ponja, eic., terminando con el ldunfo de la Resurrección.
Su única torre de grandes bloques de piedra la tiene al lado Sur; no es alta y confiene ires anchos y voluminosos cuer– pos rodeados de artísticas balaustradas; tiene en el segundo, un reloj de carátula que indica las horas y las hace oír con sonoridad perfecía. Este reloj fuá obse– '1uiado a esía Iglesia de la Recolección por Mr. E. G Squier según él mísmo lo relata en su importantísima obra "Nica– ragua, Hs People, Scenery, Monuments and fhe Proposed Interoceanic Canal", publicada simultáneamente en Londres y New-York en 1852, y que está siendo ex– quisitamente traducida al español por el ilustrado escritor don Luciano Cuadra.
Dice: "No olvidaré mi primer visita al Padre CarÍÍn. Le encontré sentado en un cómodo sillón, en la sala de su casa. En sus mocedades debió ser un hombre atlé– tico, pero estaba ya un fanío obeso, de– fecto que sólo se le notaba cuando se po–
nía de pies. Su cabeza era grande, volu– lninosa y de líneas puras; sus facciones fenían una expresión de inteligencia, dig– nidad y ponderación, grave y simpática a la vez. Llevaba un sayal gris de burda estameña ceñido a la cintura por una cuerda ordinaria de cabuya, pues aun
praclicaba muchas de las disciplinas de su órden l-eligiosa. Los muebles de su ca– sa eran loscos y $encillos, y según. creo fados hechos por él mísmO. Sobre un banco que se extendía por· dos lados de la sala veíase la lnás disparatada profu– sión de relojes, de toda época, estilo y gusto, desde uno que estaba en un alto aparador del siglo pasado, deslustrado por las injurias del tiempo, pasando por los de valiedades intermedias, hasía uno chiquiHio, francés o alemán, que ticta– queaba frenéiícamenie desde la pared opuesta. Había allí cajas sin reloj, y le– lojes sin caja; fuera de un maremágnum de cuerdas, poleas, péndulos, ruedecillas y resortes, pues el Padre Carfín era tan apasionado por los relojes que no sólo po– seía muchos para íravesear con ellos, sino que pedía le prestaran sus vecinos los su– yos y hasta rogaba a los de pueblos dis– tantes le trajesen los de ellos también pa– ra reparárselos y limpiárselos de balde Ninguna tienda judía de trastos viejos de la calle Chattam en Nueva york podría presentar sino una débil semejanza de esta curiosa colección. El Padre notó que aquello me llaznaba la atención, por lo que comenzó a diseriar sobre horología, a lo cual puse rápidamente coto sugirien– do un paseo por el interior del vetusto convenio y de la Iglesia que antes fuera parte del nlÍsmo". Y nos sigue diciendo Squier: "El interior de la iglesia de La Re– colección, cuya fachada es de muy Hna labor, cubierta de en±al1aduras de escu– dos que osienlan iodos los emblemas de la Iglesia, estaba obscura y lóbrega. El altar es primoroso; el Padre man:íiene allí una lámpara votiva que arde día y noche ante los pies de la Vírgen dándole con sus mortecinos rayos un matiz exira±erre– no. De las paredes penden muchos cua– dros, enire los que se ve a varios sanios sufriendo beatíficamente el martirio de la parrilla o de ]a hoguera, o bien ascen– diendo enh-e nubes, ángeles y quel ubes a un cielo distante sólo unos cuantos me– tros de la tierra. Subimos a la torre por una raquHica escalerilla, con algunas de uno y hasta cuah-o escalones que el pru– dente Padre no quiso subir. Desde allá arriba contemplamos un asombroso pa– norama, inferior únicamente al que se ad– mira desde la cúspide de la Catedral. Al bajar, una enorme lechuza que habíamos
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