Page 45 - lista_historica_magistrados

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atestada de aguadoras que bajaba" y sub/an de la laguna. Adllettr que "O

Ilevabln sus th'Jajás coloradas en la cabeza sino denro de Una red sobre la espalda, la que con una blnda Incha y a color.s ceñlan alrededor de la frente subiendo la laguna jadeantes y empapadas en sudor. A tres cuartos de milla de la plaza llegamos al borde de una inmensa y profunda hondonada e," cuyo fondo está la laguna. Esta, al igual que la de Apoyo, cerca de Granada, y d~ Ja cual ya hablé, yace al pie de unos des– peñaderos p'erpendiculares que dejan de serlo por el del volcán, al otro. lado de la laguna frente a la ciudad, que fue por donde baj6 la lava formando una ladera levemente inclinada pére» tan erizada de filos lávicos que no se puede andar por ella. La primera etapa de la bajada se hace por un ancho tramo de escalones tajados en la roca y que termina en un punto como cercado por una especie de barandilla, o parapeto, de roca tambi6n. Por allí me asomé y ví un escarpado precipicio que me /lizo retroce– der preso de vértigo. Hay allí mismo una crucecita fir– memente clavada en la roca. El camino tu'erce luego a la derecha y sigue las tortuosidades del deClive, cortado en parte en el farall6n, y también construido con mam– postería, y m¡h allá afianzado en armazones de madera .marradas a los árboles, de gigantesco tamaño muchos de ellos, cubiertos de bejucos y con sus retC!rcidas raíces hundidas en los intersticios de las rocas. Estas aparecen quemadas y de superficie vitrificada en rojinll9ro, seme· jante al más duro esmalte. De no ser por el verdor que oculta la pavorosa escarpadura y su desmesurada altura, la bajada ccirtaría el resuelle» a personas de cabeza blan– dengue y vacilantes nervios, cuya confianza no fortale– cerían las cruces que, clavadas en las piedras o sujetas a los árboles, recuerdan lugares de catástrofes fatales. Nuestro guía nos aconsejó quitarnos las botas para bajar, y las mujeres que venían subiendo trabajosamente, aga· rrándose a bejucos y ratces, me decían echan~9 los bofes: ""Quítese las botasl"_

> Pero nosotros, acostumbrados a las botas más que ellas, seguíamos bajando, .no sin ser para ellas seguramente tipos temerarios. Y así seguimos bao jando, bajando y bajando, mirando de vez en cuando la laguna, al parecer ahí no más, pero tan lejana como cuan· do comenzamos a bajar; y pasaron quince o veinte minutos antes de po~er llegar al plan. Allí, entre recovecos de las rocas dér~umbadas y deyecciones volcánicas, las agua· doras llenaban sus cántaros y porongas. Muchas se ba– ñaban en la orilla y llevaban sus tinajas a llenarlas varias yardas adentro. Nuestra presencia no pareció turbarlas del todo, así pues nos sentamos en las peñas a conversar eon las náyades morenas. A una le pregunté si la laguna era honda. "Es insondable", me dijo; y. para demostrár· melo se vino nadando hasta la costa y, tomando una pie– dra grande en cada mano, volvi6 a meterse unas diez yardas adentro para zambullirse del todo. Tardó tanto que comencé a temer le hubiese ocurrido una desgracia

en esas inexploradas profundidades, pero de pronto salió a flote casi en el mismo lugar en dondé había desapareci.

do. Volviéndose a mí dijo en hiplos entrecortados: "¿ y á

ve?"

El agua es tibia, pero límpida, y diz que pura. Al refreseirla se vuelve dulce y a9radabl~. No deja de sorprencíer esto si consideramos que la laguna es clara· mente de origen volc:ánico, sin desagüe conocido y que s. encuentra junto él volcán de ni mi.mo nombre. Las

más de estas lagunas están impregnadas de substancias salinas.

A mi regreso a la posada encontré al Comisionado y el desayuno esperándome. Nos pusieron la mesa en el corredor, y en los intervalos de su ejercicio manducatorio Don Felipe me extern6 la opinión que tenía de nuestro anfitrión, opinión que coincidía exactamente con la mla. Me entregó, en la forma más confidencial, una carta ro– gándome enviarla a L~ón, pues en ell. denunciaba el desconsiderado trato a que habíamos sido sometidos. Más tarde supe que la tal urla trataba de ciertos mani· puleos políticos de baja estofa. Al montar en su caballo me susurró ,1 oído, con aires de un hombre que quería vindicar la reputaci6n nacional, que él habla pagado nuestra cuenta. No pude hacer otra cosa que darle las gracias y desearlo un buen viaje. La pr6xima vez que le ví, tres o cuatro meses miÍs tarde, iba entre un pelotón de soldados que le llevaba por las calles de León; era en· tonces un proscrito acusado de traición. Hasta el mo– mento de I¡¡ partida del Comisionado yo estaba en la duda de si era un huésped que debía pagar o no, por lo que me habla visto obligado a tolerar ciertas cosillas que no eran de mi completo agrado. Ahora ya me sentía pues autorizado a dar órdenes imperativas, aunque no neceo sarias, para reponer el tiempo perdido y satarle el jugo al dinero. Ben se contagió y, en vez de ocuparse personal. mente de nuestras bestias, se dió a la doble tarea de or– denar a los criados que hiciesen el trabajo manual y someterlos al más copioso chaparrón de fuertes epítetos,

y aun hasta de recordarles su aneestro materno.

A las ocho de la mañana llegaron los indios por quienes había mandado, y se agruparon en cuclillas en el corredor. Entre ellos hallábase una mujer, un minúsculo y macilento ser humano, con s610 un trapo alrededor de la cintura, que parecía saber más que los otros, y lo de– mostraba respondiendo, con la prontitud de Una avispada eologíala, a todas mis preguntas. ' Esto molestaba de tal manera a su marido, no contento con ofenderla llamán– dola entremetida y otras cosas, la habría apaleado allí si nuestra presencia no lo hubiera contenido. "IAy, señor", se lamentaba el indio, "si así ha sido estl mujer toda su vidal ¡Dios me ampare y me favorezcal", y lueso se santiguaba entornando los ojos al cielo. Con gran difi· cultad formé mi vocabulario y despaché I mis broncíneos visitantes dando uno o dos reales más a l. mujercita que muy agradecida se me ofreció ir a verme hasta Le6n, por si yo quería más información.

Sabía ya ele una cañada no lejos d. Masaya en la que habla "piedras labradas", y a donde se ofreció lIe. varme el guía la noche anterior. Caminamos bajo la misma avenida de la laguna, pero antes de lIetjar al borde torcimos a la izquierda, y atravesando lozanos plantíos de yuca y de tabaco -siempre bordeando el farall6n- lIe· gamos por fin al bajo donde estaba la maravilla hidráuli– ca de Masaya: "La Máquina". Es éste un sencillísimo y tosco aparato para hacer subir el agua de la laguna. Los barriles se meten en sacos amarrados II extremo de un larguísimo mecate, enlazado allá ab.ajo a una polea, y

arriba a una rueda de tambor que un caballo hac. girar. El farall6n es alll más bajo que en cualquier otro punto, y está cortado 11 pico en algo ssr como 1.. mitad de su al· tura. Las moles de piedra y la tie"'a despeñadas desde arriba por las lluvias fotman ¡baje un fileno inelinido

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