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« Previous Page Table of Contents Next Page »Formas éstas de pueblos que, no obstante [os esfuerzos que se hicieron, aún en los de mayor progreso, al correr del tiempo perduraban en muchos las características pri– mitivas. "Hay pueblo -I1os dejaría escrito el Arzobispo Cortés y Larraz en su preciosa descripción del año de
1770- que no se pueden delinear por no sujetarse a la Yista edificio alguno, que solamente parecerlan bosques y
no pueblos; otros que ciertamente son bosques sin que aparezca forma de calle, y cada jacal tiene su mala senda para salir a buscar agua y las demás cosas necesarias. Todos convienen -añade- en no tener unión ni orden los jacales, cada cual pone el suyo donde se-le antoja; con esto son pueblos de territorio muy dilatado, y hay algu– nos que ocupan media 18gua de diámetro, tres cuartos o una hora. Aún de los mejor dispuestos como Escuintla (recordemos que lo dice en 1770), que posee plaza capaz, pila o surtidor en ella, casas reales, el cabildo, lo restante del pueblo es un derramamiento de jacales; sin orden, cu· biertos de paja, metidos entre los .rboles; unos de una figura, otros de otra, y sin más luz que la que éntra por las puertas, que cada una mira al rumbo que mejor le vino al que fabricó el ¡a cal" (-3).
El pUElblo indígena que había de contar en la nueva organización impuesta con el advenimiento a las Indias de la cultura hispánica y que en sus formas de más aca– bado desarrollo llega hasta nuestros días, fue, pues, el pueblo que el mismo español hizo o transfiguró para
aju~tarlo 'a las necesidades de su orden político y espiri. tual. La planta aristotélica, o vitrúvica, que llega a tras– lucirse en las reales ordenanzas indianas de población, vino en definitiva a modelar la nueva fisonomía del anti· gua pueblo aboríg~n y del que nuevamente se creó. Una plaza mayor cuadrilonga con su pila o surtidor de agua al centro, para servir de TIANGUE o mercado, o de ferial; con su iglesia, casas de cabildó y otras principales, abrien– do puertas hacia ella, y con las calles tiradas a "cordel y regla" para irrumpir en sus cuatro esquinas y costados. La plaza mayor, núcleo vivo en la expresión comunal.
Reiterativa hasta la saciedad fue la legislación que acabó por fijar los contornos de una vida comunal y civi– lizada para el indígena. La atención sobre este punto hizo prodúcir en torno del mismo, con relevantes caracte– res, la ardua e ingente política emprendida por la Corona, conocida con el nombre de las REDUCCIONES. Al indio se le había de arrancar de sus escondrijos, de su vida ocul· ta y dispersá por los montes, reduciéndolo a pueblos, ElR
forma que facilitase su adoctrinamiento y para que tuvie– se orden y policía y manera de vivir como los españoles Ambas repúblicas, la de españoles e indios, funda– mento de la gran monarquía indiana como la apuntara Solórzé,lno y Pereyra, habían de coexistir, sin que la de aquellos absorbiese ni aniquilase a la de éstos. Cuando se acusaro,n abusos del español, en protección del indio, la pretendida separación entre ambas 6e hizo más honda. Ningún español había de permanecer en pueblo de indios, ni sus' mujeres, hijos, deudos, criados ni esclavos (4). A las ciudades de españoles se les llegó a privar en un mo– mento de toda jurisdicción sobre los pueblos de indios, que progresivamente viniéronse rigiendo por sus propias autoridades, bien de las naturales a medida que en ellos se iban creando los municipios, y por sus caciques y go– bernadores, o bien de las españolas m.diante el sistema
de los llamados corregimientos que con el tiempo llega– rOn a circunscribir buen número de aquellos pueblos. Pero esta legislación discriminatoria, hecha única y
exclusivamente para protección del indio, tuvo en su con· tra una fuerza natural irresistible. En resumidas cuentas, el contacto no pudo evitarse. La compenetración de vida entre el indio y el español pareció estar tan ajustada a la naturaleza del nueyo estado, que no hubo ley, por bonda– dosa y justa que fuera en sus fines, que a la larga pudiese impedirla. La cuestión, bien sabido es, se constituyó en uno de los más debatidos y largos capítulos de la vida indiana. Para unos, la presencia del español entre los indios era a todas luces dañina, se prestaba a que el indio en su natural debilidad fUese vejado y explotado misera– blemente. En esta postura, como es de harto conocido, se encontraron principalmente los frailes, que tuvieron siempre a su favor el celo tutelar de la Corona. Pero, en la contraria, las voces no fueron pocas ni menos razona– bles. El indio necesitaba del español, tanto como éste de aquél. Así, voces ilustres como la del oidor Tomás López de la Audiencia de Guatemala las oiríamos aizarse plenas de convencimiento ante la regia autoridad. En su larguísima relaci6n de t 551, ante las bárbaras costumbres de 105 indios, este oidor se mostraba contrario a la política de que los españoles hicieran vida separada de los natu– rales, proponiendo medidas concretas para lograr una honesta convivencia entre ambos, llegando incluso a suge– rir la conveniencia de hacer traer mozas de España para unirlas en matrimonio can los caciques de la tierra (5). Los dominicos habían hecho de las provincias de Chiapa y Verapaz coto cerrado, donde al español se le impedia todo acceso y contacto con el indio. Ante la rigidez ob– servada por dichos religiosos, la referida Audiencia no vaciló en 1582 en manifestar al Rey su contrario parecer. "Como sabrá V. M. -decia, es de que en ninguna de ellas han consentido que entre español, ni viva en ellas por ninguna vía ni suerte, y aunque en todas las demás de es· ta tierra y de todo este orbe de las Indias se van mezclan· do españoles y viviendo en los pueblos de indios según la calidid de la tierra, temple y abundancia y comercio, que en ellos hay, en unos muchos españoles y en otros menos. Lo cual -afirmaba- es de mucho fruto y de mucha importancia para los indios, por lo que participan en lo temporal de la policía humana, y que los niños que nacen de españoles e indios se van criando juntos y parti– cipando el indio de los oficios y trabajos, industria, curso
y manera de vivir de los españoles, y así vendrán ta~bién
a juntarse por casamientos, como ya lo hacen muchos; y
en lo espiritual también reciben ejemplo, y les es de mu– cho provecho y necesario que tengan siempre españoles a la vista, en especial para pecados de sensualidad incestuo– sos y para lo que toca a los Divinos Oficios y para el rezar y encomendarse y acudir a Dios en sus necesidades. Pe– ro fuera de los que tan de prop6sito viven y moran entre indios -agregaba-, hay otra gente española pobre que vive entre ellos ha tiempo con sus grangerlas y comer– cios, comprando a 105 indios lo que tienen necesidad de vender y vendiéndoles lo que tienen necesidad de com– prar, y de la una manera ni de la otra estos religiosos -concluía- no han consentido que españoles paren en– tre los indios, ni tengan casa ni vivan ni traten ni contra· ten con ellos" (6).
Pero si bien no llegó a evitarse ese contacto entre el
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