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totalmente; tuvo Con ella una hija mujer, y lo seguía ctul· c,mente enamorada por sus pasos literarios y políticos. En este punto de amores y seducciones perdió el equl/lbrio de su lúcida inteligencia, con la intención de querer seguir en la ancianidad sus pasos de tenorio, sin fijarse que la facultad de seducir sucumbe con la juven– tud. No tuvo el clásico la visión a este respecto del poe· ta rebelde Rubén Darlo, que dijo:

Juventud, divino tesoro, te fuiste para no volvl1r! cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer.

y sin embargo encerrado en los límites de su hogar consistente y virtuoso, fue buen padre de familia. Casó con una mujer también muy bella, y en punto amores afi– cionada a las letras, y viuda de un poeta y vuelta a casar COn un gran prosista. Don Enrique fue tierno con el/a,

y atendió constante, y por sobré todas las agitaciones de su vida a la educación de sus hijos

Es curioso notar, que exceptuando al mayor de sus hijos, que tuvo alta figuraciól1 política, que se llamó Fer. nando y fue vera efigie de su abuelo, el otro hijo varón y todas líls muléres heredaron la agudeza y travesura de ingenio.

Es un éxito curioso que don Enrique de ·vida tan agio tadll y revuelta haya podido fundar, regir y mantener den– tro de la virtud y la corrección a su familia. Casi siempre

105 hombres de ese temperamento fracasan en éste esen– tial respecto de la vida y de la sociedad.

Don Enrique y Rubén Darío

Indudablemente don Enrique Guzmán desconoció el alto valor literario del que es hoy el poeta máximo de Hispanoamérica. La entrevista que el mismo don Enrique nos relata en su diario, que tuvieron en San José de Costa Rica, 105 dos hombres de altura en Nicaragua, el clásico y el innovador, revela no sólo menosprecio de la poesía de Darío, sillo también antipatía por el personaje.

El caso de la lucha, lIamémosla asi, entre don Enri·

que y Darío es muy parecida a la de los grandes poetas españoles Góngora y Lope de Vega, el Fénix de los Inge· nios cuyo centenario se está celebrando en este año Góngora pertenecía a la alta aristocracia española y me· nospreció al Flmix. Lope de Vega era de extracción hu· milde y se defendi6 con inaudito coraje contra aquel magnate por la sangre y por las letras. El triunfo fue del humilde en toda la línea. Fue una producciól' la suya que alcanzó grados de inundación de agua viva en 01 más alto (mlen de la literatura.

Rub~n Darío apeteda el sello de don Enrique sobl'o sus primeras leh as, casi lo mendigaba, y don Enrique que en Nicaragua era como Góngora, magnate por la sangre y

por las Ie'tras, lo menospreció, se bwrló de él con su slÍtir¡¡ cáustica. Fue tal la conmoción que Rubén produjo en el

idioma Castellano, que un crítico español Valbuenil, de agresividad igual a la de don Enrique, que usaba la sátira implacable, después de haber criticado Poetas Guatemal. tecos, us6 C$tll fraso desdeñosa contra Rubén: "Pilscmos ahora de Guatemala a Nicaragua; que en poesía, es pasar ele Guatemala il guatepeor".

Además plllildo ser que la antipatía de don Enrique

por Rubén Darlo haya tenído por rab: no $610 la severi. dad c1ásíca, sino también cierto jugo amargo de nuestra poUtica casera. Muchos en Nicaragua se pronunciaron contra Rubén, algunos hasta ouron ridiculizarlo, porque lo creían un servidor abyecto del dictador Zelaya. No comprendlan que el genio de Rubén lo hacía flotar en las nubes por sobre todas nuestras miserias partidistas. Pero don Enrique mantiene por años, por décadas su censura clásica al gran poeta innovador. Ya Rubén es el águila caudal que voló sobre todo Hispanoamérica y Es· paña, y sin embargo, todavía apetece la aprobación de don Enrique y le dedica un tom\) de sus obras insignes con estas palabras: "Agradeciéndole en mi edad madura las lecciones que me dio en su crítica en mi juventud". Pero don Enrique no baja el dedo índice, y sigue impug. nando al poeta, condenándolo y creo que se puede apli· car la palabra, blasfemando contra su gloria.

Ya Rubén era un consagrado por los grandes críticos españoles, como Juan Valera y Menéndez Pelayo, cuando don Enrique lo negaba, lo infamaba en el orden literario, en varias polémicas con el padre Casco, con don Mariano

Barreto y con otros escritores que le cantaban en revistas literarias de León, ciudad tenida por capital de las letl as en Nicaragua

Son dos cumbres de la literatura nicaragüense en pugna. El clásico excesivamente severo que estima aten· tado imperdonable todo lo que fuere romper el ritmo, la técnica, el compás de la poesia clásica. Aquí también nuestro G6ngora, elegante én el decir, aristócrata sin dis· cución, es dejado atrás por el nuevo Fénix, que se alza

COlnO un á!;HJila caudal, desde una aldea nical a9üel1~e

para tener resonancia vencedora, iluminadora en todas las partes en que se hable Español.

Sin embargo, el poeta vencedor, monarca consag, a· do de un nuevo género literario, que se ilusiona CDn aires de marqués, en regresos a sus años juveniles que todos los hombres tellemos, ansia por un aplauso de don Enri· que y se encoge tímido ante su crítica Es este un fenó. meno muy humano, en que renacen y dominan al ánimo varonil las ilusioens y los temores de la primera juventud Pero el clásico no cede, e insiste, contra el general clamor, en alzar la mano que excomulga.

Resumen Final

Expuestos todos los datos graneados que hemos re– cogido y examinado, deseamos quedarnos un rato a solas frente a la silueta definitiva de don Enrique. Nos pre· guntamos que fue verdaderamente don Enrique en la esencia de su persona que tuvo tantas faces y valiantes, y In contestación es cabal: un escritor.

Su inteligencia esclarecida por naturale;¡:a, se robus· teció en la formación dásica de sus estudios. l.a inquietud de su pensamiento, bajaba el1 corriente a veces serena, otras embravecida El impetuos.l, y dominada por el buen humor saltarina por la burla, hacia la punta de su pluma. Ahora resuenan vagamento esos excelentes producciones en los débiles ecos literarios de nuestra pa· tria. El estudioso que para en ellos, aplaude sin reser· vas y se explica las tempestades de la vida del autor. Resumiento, lIe~amos él la consecuenda de que se impone una selección de sus articulos, distl'ibuido5 for– malmente entre 10$ serios y los festivos, y rubricadil con el título de Obras Completas de don Enrique Guxmán.

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