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« Previous Page Table of Contents Next Page »muy posIble qúe el caudillo haya cultivado especialmen. te su Influencia en don Enrique, seducido por su estilo y por la precisión de sus expresiones literarias.
En esas andanzas liberales y sin desprenders~ del centroamericanista Jere:!, don Enrique recorrió todo Ceno tro América, y en las cinco Repúblicas dejó la huella de su pensamiento radical magistralmente expresado. Pero es indudabla que su despierta inteligencia y su penetran· te mirada principió a senlir descontento de sus ideas cuando vio de cerca el modo tiránico de gobernar de los hombres principales de su credo.
Don Enrique, Periodista
Para hacerse oir don Enrique no tiene más órgano que el periódico. El no era orador. Jamás brilló por la palabra hablada. En los Congresos donde llegó como representante liberal pasó sin dejar eco. No sólo en Ni– caragua, no sólo en Hispanoamérica, sino también en Es· paña, esa clase de escritores tenían que usar el papel circulante, ya fuera semanario, ya fuera diario.
Para comprender esta situación de don Enrique lo podemos comparar con Mariano José de Larra, a quien por cierto se parece en líneas del estilo, y de la il)tención, ya seria ya burlesca. El periodismo, y los seudónimos eran la trinchera de estos luchadores. Larra algunas veces era El Pobrecito Hablador, otras Fígaro, pero siempre puro en su estilo, castizo en sus frases, resultaba un modelo de buena literatura. las colecciones de sus artículos son Ii·
bros de alto valor que adornan cualquier biblioteca mo– derna.
Así don Enrique unas veces el Moro Muza, otras el Antón Colorado, pero siempre perfecto en su estilo, cas– tizo, daro y travieso. En el primer tiempo de sus ejerci– cios de periodista, la sal que derrama sobre su prosa, lo pone mil veces en peligro y lo hizo vagar con sus equi. paje de pluma y papel de República en República de este agitado istmo Centroamericano.
Sobre su rica florescencia roja muchas veces prevale. cía su verdadera esencia de escritor, produciendo como Larra ensayos, de permanente mérito literario Tales por ejemplo, la Biograf{a de don Anselmo H Rivas, escrita cuando don Enrique era adversario del otro gran perio· dista nicaragüense, sus dos artículos sobre Jerez, del cual hace un fiel retrato, y el segundo escrito con intención necrol6gica cuando murió el caudillo en Washington, se puede comparar sin desventaja ninguna C(ln las bellas pá– ginas que escribió Mariano José de Larra a la muerte del Conde de Campoalage. Su artIculo, Ni Famélico ni Ab– yecto, vale como profunda filosofía polític~.
Don Enrique como Político
Sus actividades como político no podían sujetarse al compás de las reglas partidarias que prevaledan en Nica– ragua, y que exigían al ciudadano ser leal a uno de los grupos que actuaban por años haciendo la consistencia de la República. Los programas de los dos partidos his– tóricos de Nicaragua como hemos dicho tenfan muy poca
diferencia. Don Enrique en los movimientos naturales efe su agitada vida evolucionó COn gran sinceridad hacia el catolicismo. Fue un verdadero convertido religiosamen. te. Una vez convencido de que la verdad residía en la doctrina de la Iglesia, se le impuso, por la misma educa– ción clásica el evolucionar hacia el conservatismo. Pero en ese Partido, no le satisface la simple moderación en la marcha liberal de la idea. El quiere un conservatismo reaccionario, fuerte, enraizado en las esencias mismas de
Ii! raza, intransigente en sus modales. Pasa a ser ahora u'n exaltado anti-Iiberal, como fue ayer un exaltado radio cal.
Entonces entra en relaciones estrechas con su antiguo adversario don Anselmo H. Rivas y colabora en la redac. ción de El Diario Nicaragüense. Los editoriales que escribe en ese periódico son un modelo en cuanto a sus razona. mientas, en cuanto al valor clásico de su literatura; es el hijo de don Fernando Guzmán con el don de la palabra escrita, pero al mismo tiempo maneja la sal de la burla de que son famosos todos los Selvas en la sociedad nica. ragüense. Don Enrique inventa un género nuevo: la Gacetilla. Consiste éste en recoger en breves palabras una noticia, o a un personaje, y clavarlo ante la especta· ción pública con el estilete de una burla fina, hiriente y a veces hasta mortal para la reputación del adversario.
Poco afortunado en política, en estas nuevas activi– dades literarias que corren por varios periódicos y su vida se torna accidentada. Contempla la caída del Partido Conservador, y don Enrique en una nueva fase vuelve a vagar por teda Centro América; es el exilado que rego· cija con su estilo, que maneja la pluma como un arma, que no siempre encuentra la simpatra, y se ve obligado a sal· tar a otra Rapública.
Es una larga y amarga jornada de don Enrique, que siguiéndola, vale por una parte valiosísima de la historia de Nicaragua. Én todo momento se revela el escritor clá–
sico, el estilista delicado cuya presa servirá permanente. mente de modelo en las alturas de los mejores escritores hispanoamericanos. Por ejemplo, las polémicás que sos– tuvo con el seudónimo de El Moro Muza con otro purista de la lengua, el doctor Manuel Coronel Matus que escribía con el seudónimo de El Bachiller Sansón Carrasco y que se intitulan Tiquis Miquis Gramaticales; son bellas lecciones de un Castellano puro, agradable en sus líneas, onduloso en su trayecto, sujeta a la máxima c!asic;ista de Cicer6n, instruye divirtiendo.
Algunas personas critican a don Enrique como escri·
tor, porque aseguran que nunca emprendió obra de mayor aliento, teniendo capacidad suficiente para hacerlo. Me parece injusto el cargo. La obra de don Enrique resulta de aliento para quien la estudie hoy, pero anda dispersa por la razón sencilla de que todo lo eminente de nuestras letras anda disperso. Sin embargo la Academia España. la, conocedora de esa obra tan hispanoamericana de don Enrique le concedió el alto honor de hacerlo, motu propio Académico Correspondiente.
Trascribimos para la c;onsagración del escritor nica– ragüense el título otorgado por La Acadl!mia.
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