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V que, por tanto, deb!ó proseguir la im~ortación q~e, de un valor de 3.600 millones de d6lar~s en 1945, pasó a

10.000 millones en 1959, habiéndose, pues, casi tripli. cado, a pesar de que la población aument6 solamente en una tercera parte.

Este descomunal aumento de las importaciones debe atribuirse no poco al fenómeno que después de la última guerra mundial puede observarse en casi todos los países "subdesarrollados", certeramente denominado "revolución de las pretensiones" y que consiste principalmente en q~e,

con 'el aumento de la industrialización y de la civilización de estos países se han aumentado también y refinado las necesidades y deseos de compra de sus h"bitantes. Al– gún bromista ha podido decir que los brasileños han caí– do directamente del árbol al Cadillac, lo cual, sí bien constituye naturalmente una grandísima exageración, con– tiene, sin embargó, algo de verdad, porque en estas pre– tensiones tan desmesuradas no se trata siempre de neceo sidades auténticas, sino a menudo de simples caprichos, despertados actualmente incluso entre los analfabetos con los modernos medios populares de difusión del cine y de la televisión. En todo caso, puede observarse siempre que los indios mientras viven apartados de la civilización moderna en sus aldeas organizadas según sus costum· bres primitivas, viven felices y contentos con lo poco que poseen y cosechan, pero que, en cuanto emigran a las ciudades, en las cuales se desprenden de su indumentaria tradicional al mismo tiempo que de sus antiguas costum. bres, no pueden ganar lo suficiente para satisfacer sus necesidades.

Por este motivo el crecimiento cada vez mayor de la ciudad en Iberoamérica, que en Argentina y Uruguay con su 36% de la población total es mayor que en Estados Unidos y Europa, es una de las peores consecuencias de la industrialización, pues, mientras el prol11edio del au· mento de población alcanzó un 2,65% en el último dece· nio, ha aumentado, en cambio, la población urbana incluso hasta el 4,3%; una mitad de modo natural, mien· tras que la otra se debe a la afluencia del propio país o a la inmigración de Ultramar. Por otra parte, ha aumen· tado más rápidamente la población de las capitales y grandes ciudades que la de las pequeñas y medianas ciu– dades de provincias, y así México, D. F. tiene hoy casi cinco millones de habitantes, Buenos Aires casi cuatro, Rio de Janeiro y Sao Paulo más de tres.

Esas anormales concentraciones humllnas -una ter· cera parle de la población de Sudamérica se concentra hoy en una veinteava parte de su territorio- ha originado grandes dificultades de alojamiento '!! de acomodo. A pesar' de la gran actividad en la construcción, el 40% de eslas viviendas en dichas grandes ciudades carecen de lo necesario desde un punto de vista higiénico. Así, según los datos de la Organización Mundial de Salud, más de 29 millones de ciudadanos no disponen en Iberoamérica

~e agua corriente, por cuya causa padecen enfermedades Intestinales e Infecciosas. También deja mucho que de– SElar el suministro de corriente eléctrica y la retirada de los desperdicios. Como el ritmo de la' afluencia a las ciudades es mayor que el de la cbnstrucci6n, se acentúa cada vez más el problema de la vivienda. Argentina

s~lo, carece de dos millones de viviendas para albergar a ecuadamente a su población. Ello explica que en casi todas las grandes ciudades sudamerica"a~ se haya forma-

do un cinturón de miseria con cobijos totalmente inade– cuados, a base de cartón, cajones de madera y bidones, denominadas "villas miserias" o "favelhas", en las que acampan los recién llegados, los sin trabajo y también elementos insociables. "Esos lugares, según el Secreta· rio internamericano de Acción Católica, destruyen todos los valores familiares y la dignidad humana, siendo gua· '(idas del vicio, de agitaci6n y de rebelión".

Como a causa de la posibilidad de mayores ingresos

y comodidades, se establecieron preferentemente en las ciudades no sólo los comerciantes y trabajadores sino también los médicos, maestros e incluso los sacerdotes, permanece el resto del país prácticamente descuidado, aunque sólo vive allí la mitad de la poblaci6n total. De esto se quejaban los dirigentes de la séptima Semana so– cial de la Asamblea de Acción Católica argentina (ACA) celebrada recientemente en Rosario, en cuyo informe para el obispado comprobaron certeramente que: "Hay una Argentina económica y socialmente fuerte y culturalmen· te dinámica, que atrae los intereses y ofrecimientos de todo el país, mientras que, por otra parte, se tiene a otra Argentina decadente y olvidada, que a pesar de su rique. za potencial apenas se ha desarrollado por encima del nivel de la primitiva organizaci6n de pastoreo y cuya po– blación arrastra su existencia en un deprimente estado de abandono y aislamiento, tanto social como cultural". Se puede observar realmente en casi todos los países de Ibe· roamérica que la intensidad de .Ia economía y del nivel general de vida disminuye con el alejamiento de las gran· des ciudades. El hecho de que Brasilia pase a ser la ca· pital brasileña sustituyendo a Río de Janeiro, se debe principalmente al deseo de que, con el traslado del ceno tro de gravedad politico de la población, concentrada en una zona costera relativamente estrecha, se marque así el camino hacia el Oeste, abriendo en lo posible el paso al vasto hinterland del Amazonas.

De este desarrollo de Iberoamérica, esboza tan s610 en sus lineas generales y que presenta características dis· tintas en casi cada país, a causa de su diferente estructura geográfica y de la composición de su población, se han originado aquellos bruscos contrastes entre pobre y rico, poder e indigencia, formación intelectual e ignorancia que constituyen "el esplendor y la miseria" de Iberoamé– rica, que, entre tanto, han llevado a tensiones tales, que Kruschev pudo comparar aquel continente con un "volcán activo", cuya próxima erupción está, evidentemente, de· cidido a fomentar. En casi todos estos países se han producido, en efecto, grandes revoluciones sociales que exigen, cada ve'1. con más premura, la "reivindicación" de tas masas que no poseen nada y para la cual ha sido Fidel Castro un incitante precursor, aunque no en todo un ejem– plo deseable.

Los peligros que han nacido de ello son patentes a cualquier iberoamericano razonable, aunque no los me· dios y métodos para combatirlos eficazmente. Ya lo advertfa en noviembre de 1959 la jerarquía reunida en Fomeque (Bogotá), con ocasión de la cuarta Asamblea del Consejo Episcopal de América Latina (CELAM), llaman· do expresamente la atención en su comunicado final: "El comunismo se sirve de la actual miseria y de las injusti– cias sociales en amplios estratos de la pobación de Iberoamérica. Los graves problemas de esta época de desarrollo social y expansi6n económica ofrecen al comu·

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