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« Previous Page Table of Contents Next Page »con el rey español, las llamadas Capitulaciones, las cUllles debfan ser pagadas de algún modo, pues España era, des– pués de la Reconquista que dur6 siglos, un pafs depau– radó y despoblado, que no posefa los hombres ni los me– dios necesarios para conquistar América~ Y pOi' ello atrajo ~I emperador Carlos V también las ricas casas de comercio alemanes de los Fugger yWelser para su pla– neada colonizaci6n de Chile y Venezuela.
Tambien deben tenerse en cuenta los grandes obs– táculos naturales que, aun h.oy, se oponen a una regular colonización de aquel continente. Una simple mirada al mapa basta para darse cuenta de que Iberoamérica pre– senta grandes dificultades de comunicaci6n debido a su suelo predomina_ntemente montañoso, por lo cual tampoco era fácil su colonización, dificultada ¡un más por sus ca– de-nas montañosas paralelas a ambos Océanos y que, ca– yendo cortadas a pico por la parte del litoral, constituyen una muralla natur.ill que rodea la zona del interior. El litoral fácilmente accesible se caracteriza, a menos en las latitudes tropicales y subtropicales, por un clima insalu– bre y el estar formado además en su mayor parte por selvas vfrgenes, apenas permite una colonización pro· funda.
Estos factores naturales habían va influido sensible· mente por otra parte la primera colo'nización de América por los indios, ásí como el desarrollo de sus distintas cul– turas. Mientras que a la llegada de los españoles las mesetas de México y de América Central, así como la re· gión central de los Andes, ya estaban muy pobladas por pueblos de elevada cultura, al otro lado de los Andes, en las selvas vfrgenes y estepas de América Oriental, vivían solamente tribus primitivas de indios, las cuales, por no haber sido explotadas, viven todavía hoy en la cultura de la edad de piedra. Por ello apenas sintieron los españo. les que esta parte de América del Sur, sin importancia pera ellos, fuese lldjudicada en pleito a los portugueses po; el papa Alejandro VI los cuales apenas penetraron en ella, sino que, como comerciantes marftimos, se limitaron a establecerse en algunos puntos apropiados -puertos y factorfas- para el aprovisionamiento de las rutas hacia las Indias Orientales.
Aunque la conquista de esta parte del doble conti– nente americano la realizaron los españoles, por los mo– tivos anteriormente mencionados, pero con ~uerzas y medíos totalmente insuficientes, sin embargo, la llevaron a cabo de modo increíblemente rápido, demasiado, a de· cir verdad. Y así pudo conquistar Hernán Cortés en dos años escasos, y apenas con cuatrocientos españoles, el poderoso reino de las aztecas, C!ue abarcaba la mayor parte del actual México y estaba habitado por unos tres millones y medio de habitantes (1519.21). Poco después,
~ajo Francisco Pizarro, cayó en poder de los españoles el Imperio de los incas, con sus once millones de súbditos, qUe comprendía desde el actual Ecuador hasta Argentina septentrional.
Apenas habrfa sido ello posible si las tribus indias, subyugadas por los aztecas e incas, no hubiesen recibido a los españoles como su libertadores, a los que conside.
rab~~ Incluso "dioses blancos", prestándoles-una ayuda deCISiva para derribar a sus crueles amos e ídolos. Pues los españolllS se hallaroil, sin saberlo, en una gran crisis comparable con el germánico crepúsculo de 105 dioses, de su,rte, que, casi sin lucha, cayeron en sus manos, cual
frutos maduros, aquellos dos reinos poderosísimos aun· que en decadencia. El nuevo imperio de los mayas, en Yucatán, se habfa hundido a causa de disensiones inter– nas medio siglo antes de su llegada. Pero los españoles no S8 dieron cuenta de la ocasión que se les ofrecía de poder implantar un nuevo orden en el Nuevo Mundo me· diante la fe, sino que frecuentemente utilizaron los mé– todos coercitivos que a su llegada encontraron, la escla– vitud por ejemplo, para poder dominar y explotar mejor los reinos conquistados.
Verdad es que la reina Isabel envi6 de nuevo a Santo Domingo, en calidad de hombres libres, a 105 Indios traídos por Colón después de su primer viaje y que habfan sido vendidos como esclavos en España, después de ha– ber convocado la mencionada reina a su Consejo, el cual decidió que Jos indios eran libres por naturaleza y que, por tanto, los españoles no tenían derecho a despojarlos de su libertad y de sus bienes. No obstante, continuó la esclavitud en el régimen colonial porque los pocos es· pañoles del Nuevo Mundo carecfan de la necesaria mano de obra que, muy barata, le era ofrecida por los caciques que practicaban la esclavitud ton prisioneros de otras tribus. Para solucionar esta delicada cuesti6n, convocó Carlos V en el año 1519 una asamblea de famosos juris· tas y teólogos en Valladolid, en donde tuvo lugar una memorable disputa entre el apóstol de los indios, fray Bartolomé de las Casas, y el cronista real Juan Ginés de Sepúlveda. y aunque consiguió el primero, al menos en principio, la libertad de sus protegidos, no pudo evitar, en cambio, que fueran sucumbiendo bajo el duro trabajo de las plantaciones y minas de los españoles a los cuales habían sido entregados en "encomienda".
La encomienda no era en modo alguno, como a me· nudo se cree erróneamente, una institución medieval, sino típicamente colonial, que, por lo demás, ya habra sido practicada en México de modo parecido por los aztecas antes de la llegada de los españoles y que podía reme· diar fundamentalmente la ~alta, crónica ya, de trabaja– dores. Por ello, a todo español que llegaba se le asigo naba, según su rango, una gran parcela de terreno inclu– yendo los indios que la habitaban, con el encargo expreso de educarlos y convertiles. en cristianos. Por consi· guiente, se trataba en la encomienda de un especie de fideicomiso, el cual, no obstante, signi~icaba para los Indios sujetos al régimen colonial ser considerados como una propiedad, cosa corriente en aquel tiempo en distin– tas regiones de Europa. Asf, Hernán Cortés solo, en dis– tintas partes de México, recibi6 territorios de más de 40.000 kilómetros cuadrados ocupados y cultivados por 23.000 indios, por lo cual tuvo que limitarse, en la prác– tica, a reunír anualmente las contribuciones estipuladas sin poderse preocupar apenas por la suerte de los indios a él confiados.
Como tampoco pudiera Las Casas conseguir la dero. gación de las encomiendas, sustituidas mucho después por las "haciendas", concibió y propuso al consejo de Indias la idea, de tan graves consecuencias, de sustituir a sus amados indios, para preservarlos de la muerte, por los negros utilizados en las plantaciones de azúcar de Cuba y Española (hoy Santo Domingo). De esta suerte, el libertador de los indios fUe quien inspiró aquel comer– cio de esclavos que tomó tanto, incremento y que perte– nece a uno de los más oscuros capltulos de l. historia
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