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« Previous Page Table of Contents Next Page »EL POR QUE DE MI CONSERVATISMO
AI.EJANDRO CARRION MONTOYA
He de pedir excusas al lector por haberme detenido
En el devenir del tiempo, ya más avanzada la edu. cación de nueslra gente, abatidas parcialmente las mura– llas de la ignorancia al influjo de las modernas comuni· caciones que nos pusieron en contacto más completo con las naciones porta-estandarte de las ideas civilizadas, hu– be de sufrir en mis propias carnes la persecución que an– tes había sufrido mi padre. En esta vez correspondía el papel de verdugos a las tropas liberales. Igual que no sentí en la niñez rencor perdurable no siento ahora el odio hacia la idea liberal y perdono, porque así me lo manda Cristo, a quienes levemente me ultrajaron en lo personal pero hundieron el plomo fraticida en las espal. das de muchos de mis compañeros.
Muy temprano en el curso de mi vida, saltó ante mis ojos el cruento espectáculo de nuestras guerras fra. tricidas. A una casona de amplios corredores, de arqui. tectura netamente ambiental como las ilustradas por los primeros cronistas extranjeros que nos dieron a conocer al mundo como nación independiente, llegó una y otra vez la temida "escolta de los caitudos" en busca de mi padre para obligarle a pelear en sus filas o relegarlo a oscuro calabozo Más de una vez mi madre, quien hubo de quedar como cabeza de familia por la forzada ausen– cia de su esposo, fué groseramente requerida de identi. ficación cuando angustiosa se aventuraba a las calles de la ciudad en busca de alimento para sus tiernos hijos. A través de su sendero yacía el retén de las tropas que ocu– paban la ciudad de mis mayores impidiéndole llegar a su fuente de aprovisionamiento. Era la época de la gue· rra civil de 1926 y nuestra abuela, que a Dios gracias aún vive, era hermana del Jefe Militar del ejército liberal, Gral. José María Moncada. A pesar de la exagerada imaginación de un niño, del terror que a las mujeres de la casa infundía la incertidumbre de la conservación de la vida o del sustento al amanecer siguiente, jamás me inculcaron mis mayores el esplritu de venganza o de odio hacia quienes en esa aciaga hora de nuestra historia les hacían padecer tanto sufrimiento. En parte debido a ello, no quedó lacerada mi alma de niño y pude llegar a la mayoría de edad sin el sentimiento de repulsión a quien bien pudo haber sido un implacable enemigo. Las crueldades de nuestras guerras intestinas, los abusos co· metidos por las 'tropas en la embriaguez del combate, eran productos de la deficiencia cultural de nuestro pue– blo y el poco arraigo de los principios morales que deben guiar la conducta de los hombres. Los pecados se incul· pan a los hombres La idea conservadora continúa in– maculada.
feccionamiento integral de la persona constituyendo vital ingrediente de la continuidad histórica de la eivilizaci6n crisliana.
Al observar la conducta de mis padres en lo social, económico, religioso y en la intimidad hogareña, cuyo ca– lor persiste aún muy vivo y verdadero, no distinguí ja. más un proceder que se apartara de las normas que para mI 58 fundamentan en el concepto conservador de orden, que es trascendente y va más allá de lo político y lo eco– nómico adentrándose en lo moral y religioso pues que tdo das las manifestaciones de existencia social están fuI'- adas en un orden teológico derivado de la creencia en
Un Ser Supremo, ereador del universo y en el cÍ/al toda soc.ied.ad 'tiende a realizar un bien común. El respeto a :a Individualidad del ser humano y la prelación elé los va. ores morales son base de esa dinámica que busca 'el pero
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Iguel o mayor asombro que causa mi conservatismo a algunos, me causa a mí el hecho de que ellos se asom– bren, pues desde que tengo uso de razón he. creído y sentido igual que ahora, desde luego que con mayor ma– durez.a medida que los años acortan mi estancia en este mundo. Para mí, nunca hubo un momento definido en que pasara a ser conservador en vez de liberal o de cual– quier otra clasificación que quiera darse a una filosofía, ideología o manera de ser. El convencimiento gr.adual, paulatino, casi insensible que me ha llevado a mantener la idea conservadora es un proceso que en mí resultó nor– mal, como normal fué el crecimiento físico al transcurso del tiempo. Hurgando en mis recuerdos desde 105 años de niñez, pasando por 105 hitos de la enSeñanza secun– daria, los estudios universitarios y el pleno ejercicio de mis facultades humanas, no puedo encontrar un sólo ins– tante en que concientemente haya considerado mi con– servatismo como una rebelión eontra mi ancestro; y aquí cabe repetir, que al usar la palabra conservador no me estoy refiriendo a las gastadas y deslustradas etiquetas políticas que señalan a cada uno de los nic<lragüenses co– mo militante de un determinado partido. Debemos re– cordar que todo ser informado de espíritu y sangre hu– manos, al desarrollarse en su propio destino, conserva la cifra unitiva de su propia individualidad.
Muchas veces he escuchado expresiones de asombro por el hecho de que siendo de estirpe Iiber~l, haya enéau– sado mis actitudes po\lticas afiliándome al Partido Conser– vador de Nicaragua. En esta crucial e incierta hora en la vida nacional, cuando muchos se encuentran per– plejos por el giro que ha tomado el pseudo-proceso elec– toral y sienten tal vez desengaño y desaliento ante la conducta cívica de ciertos -en otrora- emine"tes miem– bros de núestro partido me ha parecido oportuno hacer una confesión de fé polftica, partiendo de un punto de vista que supere la división "partidarista" nicaragüense en un esfuerzo por plasmar en estas páginas el estado anímico que me hace ser conservador, en el sentido tras– cendente e inmutable del vocablo, en contraposición a la mera designación de filiación partidarista.
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