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les de, Europa, y qUIzás de todo el mundo, experimenta· ron la misma "Sehadenfreude" ante el repentino fracaso de los Estados Unidos. Les fue momentáneamente satis· fáctorio saber que el gigante norteamericano era tan esca· so de cabeza' en su casa como en el extranjero. No té· nía, después de tado, como tan ruidosamente lo procla. maba, todas las respuestas al progreso material en una sociedod libre.

Mas a medida que la crisis se profundizaba y se ex– tendía por el mundo, a la, "Schadenfreude" siguió la an– gustia y la preocupación. Por la primera vez en cien años los intelectuales' extranjeros apartaron sus fascina– das miradas de la imagen de los Estados Unidos para con· templar con una nueva, esperann un más joven y más confiado gigante que aparecía por Oriente: la Rusia So– viética.

la exitosa revolución rusa comenz6 a tener "ascen· diente en la mente de los hombres", tal como lo habían tenido las Revoluciones Americana y Francesa. Y poco a poco los Estados, Unidos perdieron la verdadera gloria de su imagen -la revolución permanent_ ante la Unión Soviética.

"La imagen americana" cambió de nuevo en poco, mejorándose, con la elección de Franklin Delano Roose· velt. Algunos intelectuales europeos, a regañadientes, concedían que los Estados Unidos eron todávía capaces de resistencia y originalidad. Pera ellos -y nuestros propios

intelectuale~ estaban prontos a afirmar que fas innova– ciones del Nuevo Trato eran prestadas del socialismo económico de la URSS. La vieja tendencia continuaba ope– rando: todo lo bueno viene de Europa. El Nuevo Trato era una improvísación de las ideas de los Socialistas Fabia– nos y sobre estas ideas, no cesaban de repetir, la Rusia Soviética había avanzado más rápidamente que Franklin Delano Roosevelt.

De 1920 a 1939 la única cosa singular y envidiable acerca de los Estados Unidos era su admirable capacidad de aislamiento. Pero a medida que las sombras de la gue. rra se alargaban, su estupidez de avestruz era difícil de creer y soportar por todos, menos por Hitler y Mussolini, y en ese tiempo, por Stalin.

Mas cuando llegó Pearl Harbar, Francia e Inglaterra, amagadas, no Sintieron "Schadenfreude", sino angustia. Necesitaban del gigante de nuevo. Cuando en término de un año este se vendó las heridas, se armó con rapidez pa– ra el combate y finalmente entró en la lucha con un deci. sivo número de tropas y de armas, su prestigio subió a los nublados cielos y su imagen fue ensalzada con ale. gría y admiración y aun con asombro.

y así se l/eg6 al final de la guerra. La imagen, mien· tras se pareciera al rostro de Franklin Delano Roosevelt y

mientras estuviese unida al Plan Marshall, era razonable– mente popular.

Hacia 1946, ciertas CO$lS eran claramente, evidentes: el joven gigante era fuerte y tenia intenciones de perma· necer fuerte y en el mundo. Sabiá que estaba (ntimamen· te ligado en todos los niveles -políticos, económicos y culturales- con todas las naciones del globo. Y puesto que sabía que su aislamiento estaba muerto; Y" que ais· lamiento es una forma'· negátivll de intervenci6n en los asuntos mundiales; tenía, iiltenciones,de aduar de manera positiva.

Hoy, ladm,agen qué deolos,Estadós Unidos,tienen las

diversas naciones varía, de acuerdo con $US pasadás r•• laciones .históricas, culturales, políticas y económicas, y

sus actualés intenciones y esperanzas.

La imagen rusa de lol' Estados Unidos es muy diSli"_ ta de la imagen que de ellos tienen; la India, o Ing/aterra, o Ghana, o Egipto, o Francia; o Alemania. La imagen que tienen la América del Sur y el Canadá de los Estados Uni– dos son muy diferentes -aunque ambas son impopula. res.

Describir tales diferencias de imágenes de nacrón en nasi6n está fuera de los límites de este trabajo. Pero se pregunta: Habrá una imagen general que sea común a todas las naciones, una especie de caricatura, aunque sea, ya que en una caricatura hay mucho de verdad, quizás, a veces, demasiado? Hay razones para creer que sí la hay. La mejor forma de describirla es cOn la,frase romana: "Odi et amo", yo odio y amo.

Hoy, el gigante norteamericano presenta dos caras a toda nación: una es todavía la cara de David¡ la otra, ayl, la cara de Goliat. Hoy, los Estados Unidos son, al mismo tiempo, admirados y despreciados, son los más y los me. nos temidos, son los más amados y hu más odiados, de los países que han habido sobré la tierra desde el Imperio Romano;

Echemos una ojeada sobre nuestros aliados. Los dos principales, Francia e Inglaterra, salieron de la Segunda Guerra Mundial en peor estado del que podrían haberse imaginado en 1939. Salieron tal como Marx habla predi. cho que saldrían las naciones después de "la última gue– rra capitalista". Inglaterra tenía poco sino era su orgullo para mantenerla tibia. Sufrió largos años de' aUsteridad mientras su imperio; poco a poco, se le fue escapando de sus maltrechas manos y su prestigio, antes tan vasto, s~

derrumbaba por doquier A Francia no le quedaba ni su orgullo. Los Estados Unidos, por el contrario, salieron tan bien parados, su prestigio tan fuerte, como para volver focos a los teólogos comunistas. También echó a andar la maquinaria diplomática y propagandista del comunismo, iniciándose así la Guerra Fría

Los Estlldos Unidos se daban el lujo de poder sopor· tar el Plan Marshall y una rampante prosperidad en casa. Entre naciones, como entre individuos, n~ hay nada que enturbie una visión clara como la envidia. Muchos de nuestros aliados afectados por el monstruo de ojos verdes, parecían pensar que en alguna forma desconoci, da e inexplicable los Estados Unidos estaban prósperos porque un año o dos antes de Pearl Harbar se hablan ro– bado el fondo común económico europeo, mientras ellos lo daban todo.

A Napoleón le preguntaba una vez un amigo: Por qué vuestros hermanos y hermanas, a quienes habéis he· cho Reyes y Reinas, Príncipes y Princesas; os "lalquieren tanto?" A lo que Napoleón respondi6: "Porque piensan que les he birlado parte de la total herencia de su padre anterior, el Rey".

Desde la Segunda Guerra Mundial han existido dos posibles vícti!,"as propiciatorias: Rusia y los Estados Uni· dos. Tanto nuestros enemigos como nuestros aliados de– ben escoger su víc:tima¡ Y muchas gentes en el mundo; as! como sus gobernantes y estadi~tas; han encontrado más conveniente -aunque c;iertamente no más plausi. bl_ hacer de los fst.!idos Unidos la víctima· propiciatoriá número uno. Por qué es así? Quizás la' ru6n es de lo

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