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m6 una Imagen frelca, nueva, y dinámlc' que se hizo ex– tremadamente popular a través del Siglo XIX. Era una imagen de determinación y dignidad, dé industria y pro– greso. Esa imagen de los Estadeis Unidos se beneficiaba, en primer lugar, de un factor negativo: nuestro triunfo so– bre Inglaterra había despertado en las naciones la "Scha– denfreude" - esa precisa y singular palabra alemana que describe el gozo que anima el pecho del envidioso, del tímido, del pobre, y que los hace exclamar: "Ahl CÓ, mo ha caído el grandel". En segundo lugar se beneficia, ba también de un factor positivo. Nüestra revolución !tra en el más profundo sentido espiritual una revolución na– tural. Nuestra Constitución igualitarista que afirmaba el inalienable derecho del hombre bajo la Divinidad, a "la vi, da, la libertad y la consecución de la felicidad", se dirigia a todos los hombres de toda la tierra. La libertad es la eterna levadura de todos los asuntos humanos Su conse– cución es una permanente revolución.

Por cerca de un siglo y cuarto, a través de grandes secciones del globo, la imagen de los Estados Unidos era la del pequeño David, el niño pastor; listo cuando fuese necesario a enfrentarse al gigante Goliat - el esclavista, el tirano, el matón, el opresor de los hombres. Durante ese tiempo los Estados Unidas abrieran las puertas a las clases oprimidas de Europa. Mas fue a principios de es– te siglo que el poderla militar de los Estados Unidos que hasta entonces no había sido temido por las naciones de Europa a Asia, comenzó a serlo en América. La del Sur fl/e la primera excepción y México la primera nación mo– derna que se vio forzada a rectificar la imagen del pe· queño David. Luego la región del Caribe y Centro Amé– rica comenzó a sentir nuestro poderlo económico en una forma que enfrió el entusiasma par nuestra imagen. A

pes~r de todo, sin embargo, la paloma de la paz se po–

sab~ tranquila sobre la estatua de la Libertad.

Además - y aqul llegamos a un punto. importantí– simo que ha sido descuidado en lo que concierne a nues– tra popularidad en el mundo, desde los comienzos de nuestra nacionalidad, la mayoría de las naciones europeas

y asiáticas se consideraban culturalmente muy superiores a los Estados Unidos. Uno muy rara vez malquiere a una persona si ésta es pacífica y de buena índole y se dedica a sus propios asuntos, y especialmente si se le considera, intelectual y espiritualmente, como inferior. En el eidran– jer9" los norteamericanos eran considerados colectivamen– te como europeos de segunda o tercera categoría, que hablan tenido la suerte de- asentarse en una tierra rica, aunque dura y en bruto. (Las naciones tiende!,! a ver el progreso de otras como resultado de la suerte). Hacia finales del siglo XIX cuando el joven David co– menzó a dar señales inquietantes de que los calzones coro tos ya no le venlan, en Europa se le consideraba todavla por las clases gobernantes como un campesino europeo can ridículas pretensiones burguesas y una irritante jac– tancia por aquello que él llamaba "el modo de vida nor– teamericano".

Nuestra breve y tardada, aunque decisiva, entrada en la Primera Guerra Mundial resultó en un sorprendente cambio de la imagen. Vieron que los Estados Unidos se estaban convirtiendo en un joven gigante. Sus músculos de acero se hinchaban de manera alarmante pero sus bol– sillos le hinchaban aun más con el oro de California y la plata de Nevada. Era, pensaban, un gigante con quien

de .hora en adelante tendrlan que vérselas en las reunio– nes de los gigantes del mundo. No habla enviado aca· so a la guerra columnas de millones de soldados cantan· do: " .. y no volveremos hasta que termine todo, allá?".

y no habla insistido en que luchaba para hacer al mundo libre para la Democracia? Ahora bien, porque la guerra simplemente había terminado allá, na significaba que el mundo fuese libre para la Democracia. Si había de to– marle la palabra, todavía había mucho por hacer aun des– pués de que la guerra habla terminado.

Mas cuando los Estados Unidos recogieron sus bár– tulos y se volvieron a casa, aparentemente indiferentes al vasto complejo de los problemas mundiales creados por la guerra, cuando le dieron las espaldas a la Liga de las Naciones, se hizo penosamente claro a los grandes po– deres de Europa que el joven gigante no comprendla su propío poder y que era alarmantemente estúpido o escan– dalosamente irresponsable. Muchos sintieron desilusión

y desmayo. Aunque los pies del Idolo no eran arcilla, se dudaba de que si su cabeza no ló fuera.

A la tristeza y desprecio general de Europa, mientras el joven gigante se retiraba a su aislamiento, siguió la en– vidia. ¿Qué nación no ha de sentir envidia por otra que se siente fuerte, orgullosa, rica como para ser "aisla– cionista", o para usar una palabra Europea, neutral? La neutralidad, hoy', como ayer, eS el sueño de cada naci6n. Pero qué nación desde los comienzos de la historia ha po– dido darse ese lujo? Qué otra gran nación ha dejado de ver que lo que separa a los hombres de los niños, -aun entre naciones-,· es su voluntad para asumir responsa· bilidades? .

En las décadas de 1920 y 1930 la obscura perspec– tiva de la cultura norteamericana -filosofla, arte, música

y Iiteratura- era compartida por los mejores artistas nor– teamericanos mismos, muchos de los cuales voluntariamen– te se expatriaron. Viviendo en el extranjero, Whistler, Sargent, T. S. Eliot y Henry James paredan probar que nuestra atmósfera cultural era poco amistosa -y aun has·

til- al esfuerzo creador. De aquellos escritores que se quedaron en casa, se notaba que se consideraban aleja– dos del "modo de vida norateamericano" del que el joven gigante alardeaba en sus diarios y revistas populares. Upton Sinclair en "La Jungla", "Petróleo", y "Boston"; Sinclair Lewis en "Main Street" y "BabbiW'¡ H. L. Mencken en "El Mercurio Americano" señalaban con desprecio y con burla al Horatio Alger americano: el exitoso hombre de negocias. En muchos puntos, nuestros intelectuales es· taban de acuerdo con Europa en que el "modo de vida norteamericano" era cuando menos superficial, simple, optimista, estéril, vaclo de ideas originales, si no capaz de escándalo y corrupción y de tiranla económica sobre su propio pueblo.

Vistos desde Europa los juicios de Dayton, Tennessee,

y de Sacco y Vanzetli, la derrota de Al Smith por motivos religiosos, las actividades del Ku Klilx Klan, la Prohibición y el gangsterismo, revelaban otros aspectos del carácter del gigante: profundos rasgos de lo irracional; lo violento, lo criminal.

Con el derrumbe de 1929 y la prolongada crisis que le siguió, la imagen sufri6 otro cambio - el peor de la historia en muchos aspectos y uno del que todavla no ha recuperado ante los ojos del mundo.

Al principio, 1000s clises gobernantes y los intelectua-

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