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« Previous Page Table of Contents Next Page »talán de macana de su desgraciacÍo Daniel¡ en el patio de su casuca 10 esperaba la Isidra con la noticia que, iban a confinnar los peleros, de que era Un tigrecaribe el que había puesto punto final a la vida del lenchano engaraño~
nado desde que conoció a la Luz, por cuya causa había ido a parar al encanto infernal del Ceno padrote de los brujos del noreste del país.
La seña Isidra lan luego arrimó el mari– do le contó la historia que en casa de Ma±eyo
5UPO¡ a su vez su anciano miiad la puso al
corriente de lo que había encontrado en la ba– !ición del potrero; y después de quitarse el su– dor que le chorriaba de las puyas del áspero pelambre sobre la tersura de su frente more– na y respetable, le dijo afligido, medroso y descorozonado:
-'-.Amonós, Isidrá, para San Lencho, en el pueblo, cuando podamos le vamos a rezar los ocho días al muchacho; aquí creyo yo que Cosrtle puede dar fin con nosotros, allá la cosa es diferente y pondremos entre el ±igrecaribe
y nuestros pellejos una:?, veinte leguas por lo menos; así es qUe hagamos ~as maletas que ya vamoS puestos en viaje.
Hicieron en un santiamén los motetes de sus peleros y cuando los Guzmanes al anoche– cer de ese día pavoroso llegaron a Boaco, su– pieron por Isabel TéJlez, que venía de Abajo que la noticia, tremenda andaba de boca en boca desde La Cuchilla hasta maS allá de Ta– ±agu<'icosla. " ,
, Cuando dos días después la Seña Isidra columbro desde el cantil mayor de La Cuchi– lla el pueblecito de San Lorenzo, a pesar de
su dolor, respiró satisfecha porque juzgó que estaban ya seguros sus hijos, su viejo y ella Con. el montón de leguas de tierra que habían interpuesto entre el caribe y sus pellejos. Los Guzmanes no eran íncolas mon±añe– ros mas bien eran campesinos enrazados, es decir, naturales que tenían un cincuenta por ciento de ladinos y el oiro tanto de jinchos y buscaron las moniañas de Boaco para hacerle frente a la. subSistencia sin gra n dificultad, ya que en las selvas boaqueñas las tierras son buenas y las lluvias derraman la bendición ,de sus aguas de manera crqnomé±rica, lo que equivale ,a asegurar que las sequías son casi en±erame'nte desconocidas.
El poco conocimiento que de La Montaña tenían los hacía ignorar de los peligros en que abunda la' selva tanto en animales tan– gibles Corno en seres intangibles de los' cuales ignoraban por entero su existencia hasta que los descubrieron con el desgraCiado deceso de
su hijo. '
Los humanos que perecen en las bocas de los tigrecaribes no dejan rastro cuando son apercollados por los raros endriagos
I las en– diabladas fieras musuneñas gustan de arras– frar a Sus vídimas y llevarlas enieras y sanas a laaseNas del Encan±o en donde con esme– ro las hacen arrunar vivas para gozarse des-
pués en la agonía que sufren al de~lu±ir alás pobres. , .
Puede una persona capearse de malefi., ciosos y zéijurines sin nexos mayofeli con el po– deroso ~igant~ pero salvarse de la venganza de un hgrecanbe es algo que has!a la hora se ha catalogado como un verdadero imposible entre las natuchadas de iodos los puntos car– dinales de los bosques orieniales que pegan con el Litoral Aflántico.
Es±e es el motivo por él cual los naiu– chos cuando muere un zajurín iaragoiudo se llenan de horror al saber que ha llegado al fi–
nal de la vida, y en tanto no pasa la celebra– ción de los ocho días de su i'n'4-erle, que segtil'!, ellos los inhibe de seguir dañiniando una vez que se los hacen, viven :nu.eniras' tanio pade– ciendo temores y en esperas de un i!rras±rón que les corie el resue1l9 que les mantiene la vida.
XXI
La Hernández y sus dos hijos en cuanto vieron que la ña Isidra desapareció de sus vis– tas absorbida por el enmarañamien±o' que trenzan los cuajicho±ale~ de la falda de La Aduana cogieron tabanco arriba, j~laron unos cuantos peleros,' las chistosas indIspensables para cobijarse, embalaron el pobre equipaje en una red en la cual aiuiean siempre cuan– do lo necesitan sus desgracias, se desguinda.. ron sobre la escala rústica en busca del suelo y tan luego llegaron a éste le' dieron por el solar sobre el senderito que pasa al lado de la hojachigüe patanga al pie de la cual lle– gaba Cosme Calero en época preiérita a de–
rramar la murria que airagániaba su alma cuando La Rodan±a lo dejó abandonado en un tristísimo día de San Juan Bautis±a.
Antes de airavesar'la quebrada que baja del silencio la Luz medio se detuvo para dade un últimd vistazo cargado de amargura al rancho de su marido a quien había afligido siempre con sus ligerezas incontables¡ lanzó un suspiro corio, tiró una rápida mirasoliada a sus hijos y enseguidifa esfiró el pico para señalarles la cinta del sendero haciéndoles ver con fal gesto que siguieran avanzando; pues era urgente caminar sin detenerse.
Pasaron el Llano del Limón, cruzaron la sangradera que pone fin a la llanada' por el flanco occidental, sigUiendo entraron al calle– jón que lleva al camino real que conduce a Boaco, en el toponcBo de fierra colorada que está a la par de la mitad del terreno de la finca que fue de Cosme la Rodan±a sintió que le faltaba el juelgo viéndose obligada a sen– ±arse en un camelloncito que han formado en el camino las corrierties invernales y el irán:– sito continuo de los caballeros 'que van y vie– nen de diferentes haciendas y lugares.
La Hernándéz principió a sudar copiosa– mente, la acudieron los hijos como pudieron, en una hoja de bijagua agüecada hasta for– mar recipiente, en seguida doblada y prepa– rada diestramente para qUe conservara la' for-
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