Page 94 - lista_historica_magistrados

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±avo que desde el día de la célebre apaleada se le había juido al muchacho cuarentañero, y dirigiéndose al grupo, que se había olvida– do de ella y de su dolor, no porque así lo quisiera sino por no pensar en nada por el terror que le invadía, le gritó, más que le consul±ó:

-Muchachós, muchachós, ¿qué hago ago–

ra por mi Gustavo, por mi Gustavo, mucha– chós, muchachós?

Los aludidos colectivamente no se perca– taban de la ansiedad gritona de la viejecita y seguían ensordecedoramente masticando un vendaval de improperios, jotazos, carajazos, hijueputazos y bruñidazos que en opinión de la burra según lo vomiió después nunca creyó que iban a fener punto final.

En su desesperación ma LeoncHa insistía en gritar atolondradamente:

-Muchachós, muchachós, muchachós,

~qué hago por mi Tavo? muchachós, mucha– chós, muchachós!

El consejo que la centenaria imploraba no le llegaba nunca y qué iba a llegarle a la pobrecilla si a quienes se los pedía estaban en el mero canto del borde del paniquín y por agregado sobre un fondo talchocotudo que le regalaba la noche y la empavorizaba a ella misma aunque el instante htimiera sido normal.

El Hempo corrió, corrió, corrió ... y corrió de fal matiera que el cantido de un gallo se– ñaló la madrugada llenando de inquietud a la maldita prisionera ...

La bullaranga no hubiera tenido fin ja– más si el milagro de algo completamenfe ines– perado no se presenta de cuajo.

Cuando la ancianita se desgañitabá inú– iilmente y ya basianie enronquecida por el continuo gritar entró corno un bolón zumbado por la finiebla por la pueda que da al camino real de Tierra Azul el mesmo Gusiavo, vivo, coleando, azorado y en pelota pidiendo auxi– lio en medio de la saleja del rancho.

Al ruidaje de la entraela del apalead~

despedaron del trance pavoruno los atemori– zados sabaneros y volviendo en si del encan– iamiento mieduno que lo privó del sentido, primero que los oiros, Carmelo Rodríguez, co– gió a Gusiavo sin decir agua va de la ciniura y iirándoselo sobre el lomo se fue con él a la vera de la burra que la mostaza ienía mansa

y apercollada y lo enjorqueió sobre el espi– nazo de la animalaza capturada.

Una vez depositada la carga, corrió a su albarda y ±omando las espuelas se r.egresó al punio de padida en donde le amarró las cho– coyas en 10l;> ialones al caballero que tenía juida la cabeza; luego tornando un garrote principió a darle palo a la burra y a grifarle al jinete, a quien armó con una estaca zu– rronera:

-Puyala en redondo y al mismo Hempo estaquiala pendejo, duro; duro, duro, en re– dondo, duro, más duro, más 'duro, hasta que

eche la bazofia, duro, duro, hasta que salfa la colorada, la colorada, duro, duro.

y Tavo corno si estuviera cuerdo le daba palo y espuela sin detenerse, palo limpio, lim–

pio, ..sin co~te~erse y rayadera continua por los lJares Sln lntervalós.

Por fin, cuando el suplicio llevaba cariz de interminable y despuesito que apareció tras la arboleda ele LaEl Maderas la c1áElica al– bura del Nisiayolero la burra prefirió hablar

a El~guir Eloporfando la penqueadera y dijo en– tre rebuznos, zollipos, pataiuces, cuesqueade. ras y pateando y rascando todavía corno diría Paz po);' recoger la mostaza, lo siguiente:

-Muchachós, tengan lástima de yo, pUes ya me dieron el medio vuelto que 10 fengo bien merecido; vuélenme la cola a ray y Con

ella le dan ires colazos en la cabeza a Tavito que por celos yo lo puse así, y van a ver qu~

en el actito quedará mi negro curado.

Carmen si detenerse, lo mismo que el mu– chacho cuarenteño que no detenía la choco. ya<;1era aunque no sabía lo que hacía, rezongó por lo bajo.

-Bueno, te voy a chinguiar de un pija– zo, pero si le pasa algo más al compañero, después que te haga lo que decís, te juro re– pe:p.deja que no te dejo costilla y no volvés a

tu ·casa.

Al hablido de la alimaña el miedo como por encantamiento puso pies en polvorosa del ánimo de los airas sabaneros; y sintiéndose ioc;iQS ellos serenizados y valientes entraron a

acptnpañar a Rodríguez en la batida del ga– rrote y en la prueba de la cola que iba a ope– rar el prodigio de aliviar de tajo al ñeto de la ancianita.

, Le pasaron un puñal de cruz a Carmelo y ~8te hizo la separación del nabo de un solo re#lón, luego sin vaciJar se fue sobre Gustavo y le zampó los tres colazos que la borrica ha– bí q dicho.

Al úHirno nabazo el caballero inconscien– te detuvo la chocoyadera y recorrió asustando con la vista el cuadro frenie al cual se des– pertaba; se pasó las manos por ojos, sobijó las puyas de la zompeia y palpando el animal

qu~ jineteaba, dijo lentamente y como con pe.feza, quizás por estar descifrando en el pi– zalfrón de la memoria las últimas noias que su 'conciencia había escrito, antes de abando– narlo la jupa:

-Pues según yo y con yo mi ideya, la

COEla era que la burra que monto me jinetia-ba a yo y no yo a ella. '

-~Cómo ±e sentís, hombré'? - dijo Juan Paz. .

-Muy dolioso, muy dolioso, zurumbo, aguecado, y aquí para donde me llevan'?

-.Pues no lo ves que estás en tu casa y

sobre la burra que te recontrabruñó.

-A pues ... si allí está mi mama! Yayo

qué me pasa, que ya estoy aquí y B,cabo de acostarme en Los Genízaros?

-.-y qué io va a pasar, que la muy rechin-

-. 60-.

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