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Sobrevino un gran terremoto y tuvi– mos que salir del Hospital de San Juan de Dios, a principios de Mayo, no encon– trando donde hospedarnos. La Honora– ble Junta, con el respetable Padre Dubón, suplicaron a Sor Superiora de la Recolec– ción que prestara el departamento de las externas para alojar a los enfermos más necesitados, que eran aetenia, y las per– sonas del servicio. Con muchas dificul±a– des nos acomodamos en el nuevo local, casi en ruinas, en los corredores y en ca– sas de campaña.

Sor Luisa Roch, actual Visitadora, ocupó al puesto de Sor Senac e impuesta de la triste situación del HospUal, excitó a la Junta para que procediera a la cons– trucción del nuevo Hospital, pues de lo contrario se vería obligada a retirar a las Hermanas.

En esta época, Sor Helfenbein fue a reemplazar en Costa Rica a una Superio– ra enferma, y yo ocupé su puesto en la Recolección.

Para alimentar a las huérfanas no se contaba mas que con el poco trabajo de ellas, y con algunas pensionsitas que da– ban las externas que llegaban a la es– cuela..

La Honorable Junta, como indemni– zación y en el deseo de favorecer al Asi– lo, mandó a construir un gran sumidero, del que había gran necesidad, y a com– poner un corredor torcido y lleno de gra– das. Don Narciso se informó de que el producto de las pensiones de las externas ascendía a ochenta pesos plata, y dispuso dar al Asilo igual cantidad, durante dos años, de los fondos de Beneficencia.

Don Narciso: "Tenernos en caja cua– reritiseis mil pesos, y vamos a dar princi– pio a los pabellones, los cuales no podrán ser de piedra por no ser suficientes los re– cursos, pero se harán de madera y mas tarde se forrarán y se pintarán". Escri– bí a Guatez:nala y se me contestó que se efectuara el trabajo en breve término.

En este tiempo ya estaba por regre– sar Sor Helfenbein, y vino el Superior, don José Vayese, quien encontrándonos tan mal alojados, nos estimuló para trasladar– nos al nuevo local, aunque la construcción del Hospital no estaba terminada. "Ya están puestos los techos y las puedas, nos dijol enladrillar y dividir se hará mas pronto estando ustedes allá".

Entonces nos armamos de valor

I re– cuerdo que oimos a jóvenes estudiantes decir que no habría más hospifal en León

y que ya no volverían.

Valor, pues!

Dije a la señorita Paula Pereira que nos pasaríamos el seis de Marzo al Hospi– tal nuevo I pero que necesitábamos en el mismo día doscientos pesos para la tras-lación. .

La señorifa Paula Pereira y doña Ro~

sa Icaza, nos entregaron inmediatamente el dinero I el día señalado nos pasamos con unos muebles viejos, las camas de hierro y la cocina también de hierro, que se colocó en un corredor, por no existir aún local apropiado.

El caritativo Padre don Mariano Duo. bón conversó sobre nuestra situación, Con el Ilmo. Sr. Obispo Monseñor Pereira, quien 110S dio los manteados que servían para el contorno del Parque de la Catedral en la procesión del Corpus.

Cerca de la cocina se organizó Una pequeña despensa y un lienzo del mismo manteado.

Los pabellones fueron insuficientes para alojar a todos los enfermos.

Por suerte teníamos un buen servicial entre los enfermos había, además, un ma– rinero francés, que nos ayudó con zoda sus fuerzas, lo mismo que un joven (Escolás– tico Centeno), que se había educado en el Hospital desde la edad de siete años, y

había aprendido la carpintería. (Entre otras cosas, el Altar del Oratorio es obra de él, gratis). '

Con los manteados bien tirantes, sos– tenidos de fuertes reglas, arriba y abajo, se formó una sala más para varones y otra para mujeres. Después se forraron éstas con tablas, así como están h9Y. La botica, tal corno se encuentra aún, fue construida por el mencionado joven Cen– teno. Atendía la botica, la señorita Juana González, quien sirvió al Hospital desde que vinieron las Hermanas, acompañada de otras personas de buena voluntad. Los hombres se alojaban donde está hoy la ropería y el donnitorio de niños.

Nuestro pabellón estaba dividido con piezas de género que debían servir para sobrecamas de enfermos. Sin desperdi– ciar nada, se hacían divisiones. Todo el servicio de mujeres estaba también allí colocado.

Desde el principio se construyó un Oratorio para tener el Santísimo y la Saliia Misa diariamente.

El señor Capellán pasaba una parte del día en el Hospital¡ durante la noche estaba alojado en un cuarto situado en un lugar próximo al establecimiento.

Después se edificó una casita (costea– da por mí, por no tener recursos la Jun– :fa) , dividida en dos piezas, para que ±am– bién la ocupara el Padre misionero que viene cada año a dar el retiro. Debajo de

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