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arUsta no puede estar suleto a presentár solamente imá– genes de lo innocuo. Si es un artista profundo, puede estar representando imágenes de lo que la mayoria ha de gustar en la generaci6n siguiente, pues lo que el artista ve y lo que la generalidad de las gentes ven, a veces son dos cosas distintas.

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Estas fuerzas de represi6n presentan el problema de que si existe' una significa~iva relación entre las varias , form,as de gobierno y la libertad de la. cultura ,para que 'ésta pueda florecer. Muchos estarían inclinados a sciste– ner que existe una permanente relaCi6n en're el grado de democracia y el grado de libertad cultural, pero esto está abierto al r.eto de la historia. La más brillante fase ele la cultura griega ocurri6 bajo una democracia, es cierto, pero una democracia que, de acuerdo con Tucídides, era "un gobierno del primer ciudadano". La era de Augusto, en Roma, en el primer siglo del Imperio, definitIvamente no fue pobre culturalmente. Ni nadie se atrevería a decir que en Inglaterra la' segunda mitad del siglo dieciséis fue un período en el que la cultur.a fue ahogada por el go– bierno fuerte de los Tudor. El punto más alto del drama Francés fUé 'alcanzado bajo Luis XIV, para no menCionar el florecimiento de muchas otras artes por este mismo tiempo. Llegando a períodos posteriores, encontramos que la Alemania Imperial en la segunda parte del siglo . diecinl/eve fue enormemente creadora. Aun la Rusia Za· rista a pesar de sus muchas represiones, fue muy produc-tiva en literatura. .

Por otra parte, han habido gobiernos de la clase monárquica que han sido desalentadores de todo empeño cultural. George Savile, Lord Halifax, en su extraordina– rio testamento político llamado "El Carácter de un Con– temporizador", aunque se declara prejuiciado en favor de la monarquia, confiesa que "en toda monarquía enveje– cida, la raz6n, la CienCia y la investigaci6n son colgadas en efigie como amotinadoras".

Das extrernos surgen de este examen. Existen algu– nos gobiernos desp6ticos tan llenos de un sentimiento dEl inseguridad que consideran la vida libre en la cultl/ra como lina amenaza a su existencia. (Conforme a un in– formante mío, la España contemporánea es un ejemplo de esta clase). Otros, par simple barbarismo o egoísmo, pueden hacer lo mismo. Un gobierno altamente centra· Iizado, temeroso de la estructura de su poder ,puede ser desfavorable a la actividad cultural, excepto en cuanto la cultura puede ser manipulada eh vindicaci6n del gobier– no.

En el otro extremo está el gobierno popular que es tan desconfiado de todas las formas de' distinci6n que ve aun en un hombre culto una amenaza a su existencia. Tales estados son capaces de mantener una presi6n que desalienta todo empeño cultural, aun cuando esa presi6n se ejercite por canales sociales. Pero los ap6strofes a la ilustración universal y a la cultura, signifiCan poco si el estado hace odiosas o imposibles las formas en las que aquellas deben manifestarse concretamente. Todos reco· notemos que ha existido una modalidad de esto en nues–

Ira vida Americana, aunque se nos ha evitado la dureza del Jacobinismo. Las democracias tieneden a ser celosas ele fos inmunes de su autoridad. Sin embargo, hay algo de verdad en el aserto de Maquiavelo que la forma de gobierno popular exige más de las energías del ·pueblo.

Es importante hacer notar q\le el Jacobinismo, ha si– do siempre hostil a la cultura. Cuando el científico La· voisier fue llevado a juicio durante la Revoluci6n France· sa, sus contribuciones a la ciencia, que fueron de primer orden, se presentaron como raz6n para perdonarle la vi– da. Se dice que 'la petici6n fue contestada por el Presi· dente del Tribunal Revolucionario con esta declaración: "La République n'a pas besoin de savants", ("La RElpública no necesita de sabios"), y Lavoisier fue enviado a la gui– llotina. El extremista radical Francois Babeuf, en su "Ma· nifiesto de la Sociedad de Iguales" exclam6: "Que todas las artes perezcan si hemos de tener igualdad". El nihilis– ta Pisarev declar6 que prefería ser un xapatero. ruso que un Rafael ruso. En la Alemania de Hitler; que fue una desviaCión ,patol6gica hacia la derecha como aquel extre· mismo lo fue hacia la Izquierda, hubo tal desprecio por la cultura que llegó a inmortalizarse con la- expresión: "Cuando oigo la palabra l/cultura", me llevo la mano al rev6Iver".

La razón es muy simple, y es que estas son virulen– cias, y la cultura no puede sobrevivir en presencia de un virus.

El comunismo moderno está lleno del espíritu de Jacobinismo, y su influencia sobre la cultura, dondequie. ra que ha avanzado, ha sido siempre la misma. La histo· ria de Pasternak no necesita repetirse. Mikhail Sholokov está, yo creo, bajo una especie de dispensa limitada;

S<:l le permite retratar lo local y lo tradicional, mas no hasta el extremo de impugnar la doctrina del partido. El comu– nismo es por su ,propia naturaleza intolerante de las pro– yecciones independientes de la realidad. Y, además, existe la cuestión de que nadie puede tomar la ciJltura seriamente si cree que es la capa superior de variós es· tratos de fenómenos concomitantes que descansan Eln una realidad primordial de actividad econ6mica.

IV

Estas son intervenciones políticas, pero ninguna discusi6n sobre la libertad- cultl/ral seria completa sin algunas nociones sobre el derecho a la CenSl/ra moral ql,le reclama el estado po!itico. Cualquiera que sea Sl/ forma, virtualmente todo estado ha usado en una época u otra de su aparato de coerci6n para prohibir ciertas expresio– nes culturales basado en sus perniciosas tendencias, mo· rales. Esto es, esencialmente, una intrusión, que se ha de distinguir de aquella coerción cultural que el espíritu mismo de una cultura ejercita en defensa de su integri. dad. La siempre permanente tentación de invocar el derecho a la censura moral nos inclina a estudiar esta cuesti6n en sus principios.

La .idea de que una sociedad pueda estar absoluta. mente abierta, política o culturalmente, parece ser insos– tenible. Pero puede estar abierta más culturalmente, y la raz6n para decir esto es que la creación cultural o. élr· tistica existe en el reino de la imaginaci6n. Este no es un reino completamente aislado, pero puesto que JIIS

creaciones culturales no son inmediatamente traducidas en consecuencias morales, deben permitírseles un juicio más prolongado antes de determinar si ~"el arte imita· dora de la naturaleza"- se van a probar que son perni– ciosas.

Con frecuencia, me parece, nos encaramos al ,pro– blema por el lado ·contrario. Concedo que el supremo derecho a la censura es defendible, mas una sociedad que

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