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,. LA IMPORTANCIA DE LA LIBERTAD CULTURAL

RICHARD M. WEAVER

I

La cultura, en su definlci6n formal, es algo que llena abundantemente las necesidades pslquiclIs del hom. breo El ser huma'no es el ,punto focal de la conciencia que mira con ojos admirados el universo en el cual ha nacido como una especie de extraño. Ningún cho ser, pode– mos decir, siente lil misma tensión entre 51 mismo y su ámbito vital en el que tiene que subsistir. Su especie de vigilancia está acompañada por diversos grados de de– sasosiego y pena, y es absolutamente necesario, como se deduce de la historia, que' dl!be hacer algo para huma– ni¡br su visión y conocer de manera especial ese ámbito vital. Esto lo hace creando lo que se lI11ma cultura. Una cultura aparece casi siempre concurrentemente con la expresión de un sentimiento religioso. Sin embar– go, las dos eXF'resiones se diferencian en lo siguiente: la religión es la respuesta del hombre a la totalidad y a la cuestión de su destino. A través de la religión él revela su más profunda intuición respecto a su origen, su misión &o.bre la tierra, y su estado futuro. La cultura es algunas yeces auxiliar de ,esa expresión, más, característicamente, es la respullsta del hombre a lils diversas manifestaciones de este mundo, en lo que se relacionan con su vida mun– dana. El hombre altera esas manifestadones a' formas que reflejan algún sentido; llena los intersticios que se vuel· ven insufribles si se dejan abiertos; reviste de significado las cosas que en su bruta realidad emplrica son una afrenta para el esplrltu. Al hacer esto, hace amplio uso del simbolismo, y porque el simbolismo es supra·natural, podemos decir que la expresión cultural es el vestíbulo entre las mundanas actividades del hombre y el concep. to de una supra·naturale%8 que yace en el fondo de to– das las religiones. Todo aquel que se empeña en alguna actividad cultural, por muy inconsciente que sea de esta verdad, es testimonio del sentimiento de que el hombre es algo más que una parte de la naturaleza. Y solamente cuando el hombre ha comenzado a crear una cultura es que siente que 'e ha dado sentido a la vida.

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Muy poco más necesita deCirse acorca de' valor de la cultura -un valor que en muchas ocasiones ha sido desmentido. Pero hay álBO que .,sita decirse acerca del derecho de una cultura a su .". constitución y au. todirecci6n. Al analinr la historia de las culturas, pode. lnos estar tentedt\$ a describir cualquier cultura dada como una expresi6n perfectamente espontánea e irregu.

IDr del espíritu humano que no conoce otril ley que la del deleite en lo que crea. Pero cuando estudiamos 'a feno– menologla más críticamente, nos damos cuenta do una forinal entelequia. Un hecho marcadamente evidente en la historia de la cultura es que cualquier cultura dada no.

Ce como un ser total e Integro, esto es, una entidad que lUcha por alcanzar y mantener su homogeneidad. Es esta coherente totalidad la que nos permite identificarla como distlntá de otras culturas, dar consistentes descripciones

de ella y hacer predicc.iones con bases en esas descrjp– ciones. La cultura, por su propia naturaleza tiende a ser centrlpeta, o a aspirar hilcia alguna unidad en SU$ modll' Iidades representativas.

La razón de esto es que cada cultura se polariza al· rededor de alguna idea viva, figmento o valor hacia el que todo lo que produce tiene alguna discernible rela–

~í6n. Todos sabemos que las culturas están marcadas por estilos característicos; y el estilo tendrá su origen en al· guna idea, sentimiento o ,proyección qua existe como una fuente que fluye aUII on aquellas áreas en las que la ex· presión cultural es pequeña.

Una cultura vive bajo la égida de una imagen, una imagen casi tiránica, que impone algo de su forma sobre todas las numerosas y variadas manifestaciones de su actividad. Esto confirma la verdad de CJue la cultura es una cuestión de participación, que no puede existir sin consenso. los miembros de una cultura SOll, en cierta manera, los propagadores de esa cultura, y ellos miran hacia el centro como hacia el origen de la autol'idlld de la que reciben sus impulsos. AsI la cultura siempre apare– ce como una creación inte~lral y autoformatjva que mano tiene su coherencia entre cosas que pueden ser neutr¡l– les, extt'añas o perturbadoras,

Esta cualidad arriba indicada requiere énfasis por– que hoy la cultura está siendo amena;z:ada por aquellos que no entienden -y que se o,pontlrlan si lo entendie. tan- a ese principio ele la integridad cultural. El prin– cipal peligro a la libertad cultural en nuestro tiempo vie– ne de ciertos f<lnitismos políticos qUE! tratan de romper esta intel;lridad cultural asumiendo o intentando probar que no tiene derecho de existir. Algunas veces este pro· cedimiento es contra culturos que han existido indepen– dientemente bajo una soberanla politicil; algunas veces está aun en contra de la cultura tradicional o la cultura que ha surgido espontáneamente en una nación, porque, se arguye, las instituciones de esa cultura son un obstácu· [o para una reforma "progresiva". En el primer caso el movimiento es contra el ,pluralismo cultural, nacido de la hostilidad a los centros independientes de influencia; en el segundo, puede ser por este mismo motivo, pero pue– do ser también por estar interesado en subordinar la culo tura a los fines del Estado, el que ha sido concebido por especulación y no por consulta con la historia.

Los fomentadores de télles movimientos tratan de que los planes polítkos prevale7.can y se sienten inclina· dos a considerar todo aquello que se interpone en su ca– mino -aun las creaciones cult!Jrales de gran poder de gratificaci6n artlstic3- como "reaccionarias"_ Ambos nie– gall a la cultura su medida justa de autonomía, el uno trlltando de echarla en el molde del nacierde estado na· cional, el otro intentando uncirllt al yugo de las abstrac" ciones politicas que no tienen relación alguna con el espIrito del cual ha nacido la cultura. Ambos están opuestos a la cultura como ex:presi6n de una región, mas

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