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« Previous Page Table of Contents Next Page »mente, logr6 Sllvl¡u; .In embargo, plllr el resto de IU
corta vida fue una perlona endeble y enfermiza.
Qué dolorosa experiencia deben de haber sido estos e.pisodios de muerte y desolación para nuestro joven ami– go, quien por las circunstancias apuntadas habla llegado a madurar un juicio superior a su corta edad.
. A pesar de tratarse de una epidemia y del natural miedo al contagio, la entera población de San Pedro se solidarizó con los pequeños huérfanos y los acompañaron
y consoláron como si todo el pueblo constituyese una' so– la familia a quien la calamidad que a tantos afligía hu– biera unido más estrechamente. Tras los primeros d!as de temor y desconcierto, intervino amorosamente don Fe– lipe Gago, hermano de la difunta doña María, y después de realizar algunos intereses de la heredad, Pablo y Li–
gia fueron llevados por su tío a la casa de su familia, en el distrito minero de La Libertad, del mismo departamen– to de Chontales. Parece ser que la es,posa de tío Felipe no estaba muy de acuerdo con la generosa actitud de su marido, pues entre los descendientes de don Pablo se re– cuerdan algunas historias, de esas que ocasionalmente cuentan 105 padres a los hijos, reveladoras de la hostili– dad con que la TIASTRA recibió a los nuevos huéspedes. Sin embargo, la señora se murió o se amansó, m'as el he· cho es que el sobrino quedó en su nueva casa cinco años aproximadamente y que don Felipe lo vio y consideró como un hijo más y as! lo recordó siempre Pablo, como lo prueba el ado de generosidad con que más tarde acu– di6 él en auxilio de quién llegara a ser su segundo padre, acto del cual nos ocuparemos oportunamente. En esos años de La Libertad, falleció Ligia, la enfermiza sobrevi· viente de la epidemia de San Pedro Lóvago.
Mientras permaneció el joven Hurtado en el distrito minero de La Libertad, muy pocas oportunidades tuvo de mejorar sus conocimientos, ,pues solamente pudo seguir, durante sus exiguas horas libres, algunas clases que im– part!a un modesto maestro de primaria que se encargaba de 105 hijos del Sr. Gago y del propio Pablo; sin embargo, estas lecciones bien aprovechadas sirvieron para desper– tar en el futuro maestro una noble ambición de empren· der estudios superiores y así con tales propósitos en mira, pidió y obtuvo de su tío que le permitiera trasladarse a Granada, seguro de encontrar allí más amplios horizontes para sus anhelos. Con este fin, don Felipe entregó a Pa– blo suficiente cantidad de dinero, producto de la realiza– ción de los bienes heredados de doña María, que el citado tia administraba con honestidad y buen suceso. Pablo dejó el hogar donde había sido tan oportunamente acogido, con mucho sentimiento. E I muchacho campesino iba por primera vez a la ciudad grande de aquellos tiem– pos en que Granada y León eran los dos únicos centros urbanos de importancia en todo el país.
En Granada, el estudiante se alojó en casa de don José Avendaño, mediante una razonable pensión y el entendimiento, de previo arreglado por tío Felipe, de que este señor actuaría con autoridad de recomendado suyo; también fue introducido ante el prominente ciudadano don José Joaquín Quadra y gozó su valioso y paternal afecto y la amistad y camarade~ía de sus hijos, el menor
alumno dilecto y luego fraternal amigo del maestro Don
Pablo Hurtado.
Era tem,prano de 1872. Pablo acabaría de cumplir sus 19 años. En Granada no había entonces ningún ceno tro organizado de enseñanza secundaria, que era el tipo apetecido por el joven estudiante, quien creía tener muy avanzados todos los conocimientos correspondientes a la escuela primaria. Las únicas oportunidades que halló fueron tan s610 105 ofrecidas por escuelas privadas; una de ellas, que gozaba de buena fama, era la del maestro don José María Huete y en ella matriculó don José Aven· daño a su huésped quien con denodado empeño se en– tregó a estudios de gramática castellana, latín y filosofía, esto es, los cursos de humanidades que estaban a su al· cance. Fueron entonces sus maestros el propio señor Huete, don Ignacio Castrillo y don Luis Mejía. Pronto es– tuvo el talentoso muchacho en condiciones de presentar– se a examen en las dos primeras asigna.turas, gramática y latín, y ambas las aprobó con lucimiento.
Dichosamente, por aquel tiempo se inició en Grana– da un generoso movimiento de iniciativa privada, enca– minado a dotar a la ciudad de un colegio de primera categoría que ofreciera a la juventud oportunidades 'de
educación acordes con los adelantos y el espíritu de la época. Hasta entonces, la educación en Nicaragua se ha– bía mantenido enclaustrada dentro de los viejos moldes de una tradición rutinaria y escolástica. Gente culta, ilustrada y pudiente, quería en la enseñanza una revo– lución ideológica que la liberalizara y sin esperar ninguna ílyuda del Gobierno, se dispusieron a encauzar su entu– siasmo sobre vías promisorias de resultados positivos. Los señores José Joaquín Quadra y Pedro Joaquín Chamorro concibieron él proyecto de hacer venir de EurQpa un cuerpo de profesores que se encargaran del contemplado colegio, sabidos de que en el país Se carecía por entero del elemento adecuado.
El señor Chamorro, quien estaba en vísperas de em– prender un viaje que debía llevarlo a varios países del viejo continente, ofreció concretamente sus servicios para la contratación del cuerpo de profesores en que se pen– saba y su prQPuesta fue aceptada de inmediato. Desde luego, se procedió a recoger los fondos necesarios para los primeros gastos, como traslado de los citados profeso– res, compra de material escolar, etc., y Granada corres– pondió con largueza, por lo que bien pronto se dispuso de una considerable suma, para la cual el joven Pablo Hurtado mismo contribuyó con sesen'," pesos fuertes; se. gún lo aseguran gentes autorizadas, con aquella cantidad el contribuyente pudo haber adquirido en los tiempos qua entonces corrían una buena finca rústica o un ,predio ur– bano; pero él se daba perfecta cuenta de lo que el am– bicionado colegio significarla para el logro de sus aspiraciones y muy gustosamente hizo su aporte.
Una serie de circunstancias afortunadas concurrieron para que los fines perseguidos por los padres de familia granadinos alcanzaran la más feliz realización. Acaecía que el efímero Gobierno de la Primera República EspañQ' la, presidido en su fase final por el gran don Emilio Cas– de los cuales, Carlos Cuadra Pasos, llegó más tarde a ser
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