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primos de mis tlas y algunas de ellos, hablaban el inglés con mayor o menor facilidad y correccron y sin embar– go, no era costumbre enlonces, como hoy empieza a ser· lo, según parece, para ciertos nicaragüenses, hablar inglés y no español entre ellos mismos. Unicamente por· que le gustaba y temí¡¡ olvidarlo si no lo practicaba, mi abuelo sostenía todos los días de las dos a las tres de la tarde, en su botica, una conversación en inglés con su

~migo Mister Calorie, un negro muy respetable originario de Jamaica, que se ganaba la vida en Granada ensañan· do aquel idioma. Pero en la casa de mi abuelo, como decía, no se hablaba el inglés más que en el círculo inEan– tU de la niñera negra, por la simple razón de que ésta no sabía ni una ,palabra de español y, por lo mismo, al faltar ella, no hubo ya más necesidad de expresarse en su lengua, que mis pequeños primos olvidaron con la mis· ma facilidad con que aprendieron la del país. Cuando entré al internado y empecé a interesarme en dos o tres de las materias que se enseñaban en la intermediaria, puedo decir que perdí c~5i todo contacto con los Estados Unidos, salvo a través de algunos memorables poemas norteamericanos que leí t¡'aducidos al espilñol, pcrc¡ue ¡¡

pes!:r del inglés que estudiaba en el colegio y de qua no el'a en esta materia el último de la clase, no podía leerlos en el original. De no haber sido, sIn embargo, por aque– llos poemas, probablemente habría perdido, al salir de la infancia, el 'interés y la simpatía ,por todo lo "americano" que senlía en la casa de mi abuelo, y tal vaz terminado sintiendo por los Estados Unidos lo mismo que mi padre, como hoy no es raro entre intelectuales latinoamericanos. Mi amor a los Estados, en realidad lo debo ¡¡ sus poetas,

y no es distinto de mi amor 8 los mismos y a su poesía ¿pues qué otra cosa es ésta sino lo que hace que amemos algo?

Aprendí a amar a Poe en los modernistas latinoame. rlcanos, en Rubén sobre todo, y luego en 105 franceses -Baudelaire, Mallarmé y Valery- a quienes todos de· bemos su culto, pero lo qua hay en él de específicamen. te americano, tardé bastantes años en descubrirlo. Lo encontraba extranjero en su país natal, donde su sel,si– bilidad me pareda fuera de ambiente; cuya vida y pai– saje, además, él no refleja, encerrado como se encuentra en su exdusivo ll1undo interior. Su poesía, por otra par· te, llUnque se ha traducido más que otra alguna, es la música misma de la lengua inglesa, y por lo tanto intra– ducible. El propio Baudelaire se Iimit6 a dejarnos única· mente una versión en ,prosa de los versos de Poe. Whitman, por el contrario, el más "americano" de los

p~otllS norteamericanos, tal vez el único poeta ciento por ciento "americano", inconcebible fuera de su país, es IlIin embargo, fácil y totalmente traducible. Su poesía fue pa– ra mí desde el principio y, en cierto modo, aun sigue siendo, los Estados Unidos. Exaltaba hasta el máximun, elevaba a la quinta potencia y transformaba en un tipo más alto de realidad -como vista a través de un mila·

9ro~0 lente de aumentO-'- la ingénua idea de los Estados Unidos que me inspiraron los baúles de juguetes de mi tía y los mon610gos del escritor que visitaba la casa de mi abuelo. Descubrí a Whitman en no recuerdo qué can· tos suyos, traducidos por Amado Nervo, y la impresión que me produjeron fue, como ya lo he contado en otras ocasiones, la del descubrimiento repentino de un mundo Insospechado, maravillosamente nuevo, con infinitas po-

sibilidades y prodigiosas energlas, pleno de vIda y ale– gria, juventud y esperanza. A pesar de ser Nervo lo menos "whitmiano" posible, los tres o cuatro cantos de Whitman por· él traducidos, comunicaban una amplitud de proporciones continentales, con inmensos espacios abiertos y horizontes ilimitados, un poderoso aliento oceánico, lIe..o de la potencia y la frescura de los vientos del mar soplando sobre las playas, y el ritmo de las olas y las mareas en todos los Estados Unidos, un coro unánime de millones de voces, una vi5i6n profética y multitudina– ria de incontenibles pueblos en marcha, que me dejaban más emocionado que los grandes espectáculos de la na– turaleza, y fueron para mi el descubrimiento, mejor dirla, la revelación del mundo americano. Eran en realidad, el sueño americano, o si se quiere, el mundo americano en gestación visto por la poesla de un bardo casi primitivo. Lo difícil ha sido después, para mí por lo menos, el per– tinaz empeño de conciliarlo con la presente realidad americana. A veces pienso que no ha sido otro el tema principal de la literatura norteamericana en nuestro tiempo: la confrontación del sueño y la realidad de los Estados Unidos. Nada de esto me preocupaba, desde luego, cuando leí las traducciones de Amado Nervo.

Complemel1~adas con una foto, me dejaron la idea de un Walt Whitman parecido a Moisés, pastor de pueblos, con blanca barba al viento y cayado taumatúrgico, que aún no he ,perdido por completo y que no es totalmente inexilcta. Me imaginaba al bardo de todo un continente, cre¡mdo con la potencia de sus cantos todas las cosas confundidas en el seno del caos, dando nombres y for– mas al nuevo cosmos. Wah Whitman es 1'1\ creador d. América -pensaba en mis momentos de exaltación. Le{ también entonces las traducciones de "Las !risnas de liiel'ba" que hizo Armando Vasseur y me descepcionaron: las hallé secas, descoloridas, y así las he vuelto a encon– trar en lecturas posteriores, y sin embargo algo quedaba

1'111 ellas del verdadero Whitman que luego he conocido. En las mismas versiones de Vasseur, los Estados Unidos se me aparecían concretamente en un aspecto poético del que ninguno me había heblado: me imaginaba abigarra– das multitudes invadiendo pacíficamente territorios sin límites, cruzando inmensos ríos, explorando las playas de lagos enormes, poblando golfos y bahías en nuevos ma– res, talando bosquos, fundando granjas y plantaciones, arando el suelo, regando las semillas en los surcos, plan– tando estacas de árboles frutales y formando jardines, arreando sus partidas de ganados y sus rebaños en las vastas praderas de pastos naturales, edificando por todas partes millares de aldeas y grandes ciudades tr~pidantes

de maquinarias y de vehfculos; todos los pueblos y las razas del mundo dándose cita en una nueva Tierra Pro– metida, para llegar a ser, till vez, después de tantos su– frimientos, alguna vez, al fin, felices. 119241 Veinte años antes de Hiroshima.

Muchos jóvenes granadinos iban entonces e París con el objeto ele aprender lo que tal vez podlan aprender mejor en los Estados Unidos: la manera de ganarse la vida. Creo que era yo el único que deseaba precisamen– te lo contrario, ir a 105 Estados Unidos a buscar lo que sólo se hallaba en Parls, según decían los poetas: una nueva poesla, una nueva manera de ver la vida. Pese a todos los desengaños, no estoy seguro todavía de haber. me equivocado.

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