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de su gusto, o mojor dicho, qoe no lo entendla. La ver· dad es que ~I escritor y polemista, que yo tanto admiraba en mi infancia, en ciel"fas cosas por lo menos, era más

bien Ult hombre del siglo XVIII que del XI}{, y más del

XIX que del XX. Naturalmente que esto, si Alguien se hubiera atrevido a decírselo, le habría puesto literalmente fuera de sí, ,porque pel15ilba que él era el hombre más adelanf;¡do de Nicaragua y el mayor enemigo de todo atraso. En ciertas actitudes, sin embargo, en cierlofi ges–

tos, se pareda al doctO!' Johnson. Pero lo mismo que con la novela, creo que le pasaba con la poesía: que /lO le gustaba. Nunca había pasado, en esa dimensi6n, de los versos románticos que impresionaron su adolescencia y sus mocedades. En contl'aste con la apilrente asperidad de su carácter, lo que tenía por más poético, si no estoy engañado, era lo más idealizado, lo más cargado de dul–

zura y aun de melosidad. Lo que solía repetir de Sha– kespeare no era, como los otros, algo de Hamlet o de

Macbeth, sino 111 escena de la ventana Olt llameo y Julie– ta. Admiraba en extremo a Lord I3Yl'on, pero me llama la atención que yo sólo le oí hablar de Chílde Harold, no una vez sino varias, y ni UI1<l sola del Don JUM. El colmo de lo beJ/o, porque así me lo dijo, le p;¡reda un verso de longfellow que llama a las estreUils 1I10s nomeolvidos de los ángeles" -"the forget-me-¡¡ots of the angeI5"--. Si le gustaba la poesía era mas bien de tnodo sup9rficial, por razones circunstanciales o calidades extra,poéticas, ajenas a lo esencial ele la misma poesía, a lo 'lue en rea· lidad la constituye, y por lo tanto, no hemos de ,(reer que la tomal'a realmente en serio. De aquí es posible deducir que, en el fonclo, lo daba lo mismo que existieran o no en los Estados Unidos escritores y poetas dignot tle como lJ"ral"SG con los de Europa o los da la Améríca Latina. PaR ra él, seguramente, aunque no lo dijera, la civilización americana podía prescindir de 1" poesía y demás z¡mm–

dajas. Si se hubiera atrevido a decirlo, habríamos sabido lo que pensaba del hombre y de la vida, Pel'o, tal vez,

él mismo no lo sabía.

Allá al principio, cuando (as peroratM del escritor mo impresionaban tanto que me quedaba después pre– guntando si de Vel't/iltl !:urOlli! era tan atrasada y los Estados Unidos tan superiores, mi !\'ladro me hacía ver que aquel sefior exageraba porque se acaloraba dClI1llsiado el hablar, y tembién el'a un hombre exagerado por su temperamento, que tli siquiera conoda Europa, aunque tal vez los Estados Unidos fueran, como él lo aseguraba, lo más adelantado que existía en el nlundo, el más gran– de, el más rico de todos los países, el más moderno, pel'o esa misma rnodernidad se debía a que apenas estaba em pe:Z:i'lndo, y pOI' más que elijeran, no pasaba da ser un pueblo joven en que todo era lluevo, y -esto me lo de– cía con ese don que tienen las personas de su familia de decir tales COSé\S sin el menar asomo de pedantería- a los Estados Unidos les faltaba historia. Recordaba lo que ella me había contado de la historia ele !'raucia, de sus propios recuerdos de París y de Roma y del Papa León XlII a quien mi madre había visitac!o en compañía de las monjas del Sagrado Corazón, cuando el' la Basilica de San Pedro fue canoni:zada la fundadora de aquella orden; y

yo pensaba que era una lástima que en los Esl!ldo$ UniR dos no hubiera habido reyes, ni santos, ni ,papas, ni castillos provensilles, ni palacios de Versalles, ni jardines

de le Notre, ni catedrales ele Notre Dame, ni basílicas de

San Pedro, ni Santn Genoveva, ni San Luis Rey de Fran. cia, ni Juana de Arco, ni Mirabeau, ni Napoleón, ni fá.

bulas de La fontaine. Más o menos las mismas cosas que' andando el tiempo vine a saber que ya había echado

de menos Henry James. Por aquel tiempo se habló de

el1Viarme a Nueva Orleans a casa de mis tíos que allá vi. vían, con la intención de darme así una educación "ame_ ricana" desue pequeño, pero el proyecto no quedó en Ilad'l, y yo, en cambio, guardé siemlll'e un deseo de co– noter los Estados Uniclos y una costumbre de viajal' POr ellos COIl la imaginación. Ni algunos viajes hechos por mí después, ni temporadas que allá he vivido, han sido

suficientes para quitarme las ganas de volver, ni la cos– tumbre ele recorrerlos imaginariamente. Tengo la sensa_ ción de que no los conozco, pel'o 'Iue necesito conocerlos

~clar con 1<1 clave de su secreto, si es que lo fienen- y eso numtione viva mi curiosidad. Tal vez pOi' eso lea todo lo que se escribe en los Estados Unidos o acerca de ellos

-sielYl,pre C'Jue, por supuesto, caiga en mis manos. No

fellgo empacho en confesar que 11 mi me gusta más la literatura norteamericana clue la de nueslra América La. Tina, y que en muchos aSlJectos la considero francamente superior 1\ ésta. Lo curioso es que no me gustan los Es– tados Unidos, o por lo menos no he podido lograr hasta Clhora que me guste de veras la realidad norteamericana, si 110 es vista a través do su literatura. Pero éste es Un problema que aquí no puedo profundizar. Me alejaría demasiado del mundo de mi infancia.

Cuando mi tía regrssó de Nueva Orleans con su h–

milia, vivieron algunos meses en casa de mi abuelo, y

esto fuo para mí como sí el país de donde venían lo tra. jOl'an con ellos. Traían grandes baúles de regalos, espe– cialmente de juguetes -cámaras fotográficas, anteojos de larga vista, cajas de cerllS de eolo,res para modelar,. cajas de magia, cajas de maravillas, cajao de un colorido, de un esplendor y de un misterio que sólo un niño puede entender, cajas de una belleza para ntí entonces deslum– bradora- y aún puedo volver a percibir, cuando me Ic:{

pro,pol1go, aquel olor inolvidable

el cosa nueva, n cosa "americana", el inédito olor de aquellos envoltorios y paR quetes sllcados a nuestra vista de los cajones y baúles, el

exiian~e 0/01' ele las manzanas, fas peras y las uvas, de los confites y los chocolates y el olor de las ¡'evistas y de los libros ";¡mericanos" que todaví¡¡ me llena de entusiasmo' cemo ¡¡ un ga 190 el olor de la presa. Los niños de mi tía llegaron acompaÍlados de ulta niñera negra, llamada Georgia, que únicamente por llmor de ellos, tuvo valor para desafiar los peligros del viaje a Nicaragua, para ella fabulosos, pero por más esfuerzos que hizo le fue impo– sible adaptarse al país, porque le habían hecho creer· en Nueva Orleans que todos 105 reptiles y casi todos los in– sectos de los trópicos eran venenosos, y la pobre vivía, naturalmel,te, bajo el terror. Con ella y COI' los niños aprendí a hablar inglés con bastante soltura, pero des– pués de marcharse la negra, tanto mis primos como yo,

lo olvidamos. AUlltfue su padre habl"ba el inglés de la Nueva Inglaterra, sospecho que los niños hablaban cim su niñera el in(:Jlés que ella hablaba, y lo que yo aprendí con ella y ellos, fue el inglés de los negros de la luisiana, es decir, más o menos, el de los cuentos de Uncle Remus. Además de mi abuelo y mis tras politicos, casi todos los

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