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frank, el viejo fauno Anatolo Fra.\ce. La menor de mis tías, la más linda de todas por la pureza y perfección de su fisonomla, pero no menos inteligente que las otras -las cinco, no cabe duda, eran mujeres superiores– tenIa por marido a un hombre de ingenio vivo y de fácil palabra, fon falentoso como d·iserto, con

v~caci6n de literato, ,pero doctor en dentisterla y de gran éxito y prestigio en su profesión, graduado también él en Filadelfia (omo mi abuelo, y medio "americano", como estaba a la vista no sólo por su apellido, sino, ade– más, por las características raciales de su figura. Era hijo de un norteamericano del Medio Oeste, quien habla se· guido la ruta de los bus(adores de oro y vivido sus años en San Francisco de California, donde fue Intimo amigo y compañero de Mark Twain, y emigró finalmente a Nica– ragua donde contrajo matrimonio con una granadina perteneciente a una familia dl) inteligencias extraordina. rias, aunque no siempre muy equilibradas. De estas familias, según parece, suelen nacer los genios y los hom– bres geniales, como es el caso de la aludida, en (uya descendencia aparecen personas (omo Salomón de la Selva. El tío a quien me refiero, estaba más enterado, (O·

mo ocurría entonces, de la literatura inglesa y en general de la europea, especialmente la de su tiempo, que de la norteamericana, pero él solía hablarme largamente, (on entusiasmo contagio~o, sobre el gran humorista amigo de su padre, y aun más largamente, sobre Chaun(ey De,pew (se pronuncia Dipiú), a quién mi tío había cono– cido en persona, y tenido el placer, según decía, de oírle dar amenlsimas conferencias y pronunciar divertidísimos discursos en banquetes -mi propio tío era un consuma· do "after dinner spealcer"- porque realmente el escri– tor americano más popular en ese tiempo, el charlista más (atizado en los Estados Unidos, al decir de mi tlo, era una maravilla. En realidad -y, desde luego, (on las correspondientes diferendas ambientales- debe haber sido una especie de García Sanchíz a la americana. ¡Extrañas e inestables asociaciones las que hace el gusto de 105 tiemposl Hoy Mark Twaln es un clásico, un mojón permanente, mientras Chauncey Depew pertenece al ol– vido.

Entre los más asiduos visitantes de la casa ele mi abuelo -que estaba siempre abierta y en la que entraba toda clase de gente como a su casa- el más fanático americanista era cierto escritor que s610 estaba tempo– radas en la ciudad porque vivía ordinariamente en Nueva Orlenas o en San Francisco de California. Tenía una presencia muy distinguida, mucha prestancia, aun· que (on aire algo altanero, acaso dnico, un rostro intelectual, inteligente, adornado de una barbilla mefis. toféli<:a, muy bien cuidada, la que se acariciaba casi con· tinuamente con una mano aristocrática y nerviosa. Siempre que se exaltaba, que viene a ser lo mismo que decir siempre que hablaba -era intolerantísimo y la Inenor contradicción lo enfurécía- se ponla de pie ins– tantáneamente y empezaba a paseorse y a golpear el suelo con su bast6n. Impresionados por su actitud, todos callaban y él se lanzaba a monologar con extraordinaria elocuencia y viveza, dándole rienda suelta a su admira– ci6n po.r los Estados Unidos y por todo, absolutamente todo lo "americano", en una forma enteramente desme– surada. Imaginando contradictores inexistentes -pues

lay de aquel que se le enfrentaral- los destrozaba sin misericordia. País <:ivilizado no existía más que uno: los Estados Unidos; los demás eran todos atrasados, casi sal. vajes o com.pletamente salvajes (omo México, que constituía, para él, la medida del salvajismo. Cuando re– cordaba que había cafres, que había hotentotes, que ha. bía mexicanos, que se imaginaban --estaba entonces de moda imaginárselo- que el Jap6n era un rival peligroso de los Estados Unidos, al punto llegaba al dimax de la exaltación y describía con imágenes apocalípticlls la suerle que cor·rería a aquella ab~urda isla de monos. Anundaba que seria literalmente borrada del mapa, he– cha desaparecer bajo el océano por 105 más tremebundos bombardeos imaginables practicados con secretos explo_ sivos y nunca vistas bombas, en lo que no anduvo muy tfes(aminado como pudimos verlo muchos liños despuét de sus profesías. Nunca estuvo en Europa, pero tenía de ella la peor idea, sobre todo porque, según decía, allá era casi completamente desconoddo el baño. Los euro– peos, salvo los que ya estaban americanizados, esto es (ivilizados, no se bañaban. Las multitudes europeas eran hediondas, píojosas, miserables, compuestas puede de. drse de mendigos. Fanáticas, supersticiosas, ignorantes, estaban sometidas a tiranos, a P9líti<:os corrompidos, 11

curas. Las mujeres europeas eran generalmente gordas, pequeñas, feas, con bigotes, sucias y mal vestidas, escla– vas de los hombres, casi como IIna especie distinta de las americanas.

Daba gusto oirle hablal' de las americanas. Una in– significante camarera de hotel, cualquier sirvienta de restaurante en Nueva Orleans, Nueva York o San Fran. cisco era más bella, mucho más elegante, realmente más aristocrática qUé la más empingorotada de las princesas euro.peas. Una 110che, recién llegado por la !primera ve;¡: a Nueva Orleans, mir6 en el "lobby" del hotel a una mu– jer divina. Una criatura sobrenatural, como un ángel bajado del cielo, pero también una real hembra, una Ve– nus de Milo, una beldad de carne y hueso -amplia, su– pOl1g0 yo, como seguramente a él le gustaban- y iqué formasl ¡qué (arnesl ¡qué complexlónl ¡qué piel!, blanca, rosada, fresca, como el cutis de un niño ameri<:ano, como amasada de pétalos de rosa¡ el pelo de oro puro, los ojos ¡ah los ojosl de un azul purísimo; los dientes de una blancura deslumbradora; vestida como una reina: un sombrero de plumas, guantes de punto hasta los codos, carriel de plata, el traje parisiense; una figura de Charles Dana Gibson; las piernas largas, torneadas, llenas de vi– da, entrevistas por un corte vertical de la falda -¡jamás había visto piernas tan escultóricasl-; los zapatos finí– simos; el andar decidido, triunfal y al mismo tiempo de· portivo; en fin, una mujer toda refinamiento y naturalidad. Era una joven dama de la alta sociedad, toda una joven "lady"; hija seguramente de un millonario de Nueva York o de Chicago. ¡Qué Victoria de España! ¡Qué Elena de Montenegro! IQué María de Rumania! Cuál no sería su sor,presa, la mañana siguiente, al ver a aquella divinidad -¡no, nol no era mentira, aunque no lo creyeran..,- ves– tida con el uniforme de mesera, sirviéndole el desayuno. -¡Esto no pasa en otra parlel- gritaba el escritor, gol– peando el suelo con su bast6n-. ¡Qué va a pasarl ,Ni

en Londresl ¡Ni en Madridl ¡Ni en Parlsl Esto s610 sucede en un pals donde las criadas 50n como reinas. A mi, ni·

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