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« Previous Page Table of Contents Next Page »el hombre, advertido y auxiliado por la ciencia, no volve– rla a cometer los tremendos errores que cometió en Europa. El había viajado por Francia, Italia, España y otros paises europeos, pero pensaba, si no 'I'ecuerdo mal, que la cultura debla separarse de la miseria popul¡:r y de los crímenes, guerrils, tiranías, insolencias, locuras, y de· miÍs plilgils a las 'tue andaba unidil en aquel continente. Tenía, pues, el optimismo americano de su siglo, y su es· peranza estaba puesla en les Estados Unidos y en lo que estos re.presentaban para 'oda la América. iodas sus cin– co hijas eran mujeres bellas e inteli!;lentes, cada una de ellas con una personalidad inconfundible, con una gracia enteramente suya y sobre todo con una brillantez de Ií) más española. A la mayor la envió mi abuelo dQsde muy niña a un convento de monjas en Nueva York y da ah!, cuando mi tía era casi una señorita, a terminar sus estu· dios en otro convento de las mismas monjas en París. Si su objeto era americanizal'la primero en los Estados Uni· dos y darle 'enseguida un barniz de cultura euro:>ea, como sospecho, se equivocó en los medios, porque el colegio de Nueva York, era además de convento de monjas, do monjas europeas, y por lo mismo, la mayor de mis tías ha sido una señora intelectual, escritora y conferencista, consagrada en su madurez al magisterió, pero siempre una dama de cultura europea tradicional, católica y llili– na, refractaria a tC!do exhibicionismo, siempre cliscreta, modesta, sencilla, siempre un poco perpleja en el revuel· to amble~te nuestro, y no poco desconcertada ante las tendencias modernas de In vida norteamericana, que con· sidera, creo, libertinas y bárbaras.
Mi madre recibió su educación extranjera solamenle en París, no en los Estados Unidos como su hermana ma– yor, y a mí me trasmitió desde mi infancia su gusto por lo francés. No olvido nunca los libritos ,peqlleiíos y re· gordotes, ni 105 de tela pareddos II cuadernos -105, clásicos de Hachette y de Garnier: Corneille, Rllcine, Mo– Here, y -sobre todo el La Fontiline- ni el Grand L;:· rousse, cuyas figul'lIls yo miraba con un asombro, con un placer, como s610 se sienten ulla Vl!Z en la vida. Hoje;m·
do aquellos libros y muchos otros -h!lsla las mismas piezas teah'ales de La Peti~e lIustration- al correr de los ;:ños, sin darme cuenta, aprendí a leer francés, aunque no a habl;:rlo, con malyor gusto y facilidad que a leer en español, puesto que nadie me obligaba a hacerlo, ni me castigaban si ilO lo hacía. Cuando me pongo a record;¡r mis años il'1fantiles, aún me parece oir a mi madre hablar de Jocelyn y repetir, con su trémula voz argentina, frag· mentas de Le Lac y de El Crucifijo de Lamertine, cuyos versos románticos, de una armonía inmensamente dulce
y evocador!!, entendidos a nledias, me abrían, como quien dice, una ventana a un paisaje ideal, proyectado en el ámbito del sueño, envuelto en una bruma de misterio en qUe todas las cosas, aun las más tristes, aun el mismo dolor, parecfan hermosas. Fue por entonces, no sé en
~ué año, porque éstos y otros recuerdos están como apio nados en mi memoria sin separación de tiempo, cuando tuve mi ,primera noticia de la existencia de un poeta nor– teamericano. Había aparecido en La Reveu des Deux Mondes, un artículo muy encomiástico sobre un 'al Ro– bert Frost y mi madre me hablaba de ello, mostrándome el 8rtículo, con una especie de sorpresa regocijada, y me parece recordar que todos, no sé' bien quiénes, pero se-
guramente varias personas, estábamos encilntados de que hubiera un ptleia en los Estados Unidos, además de Longfellow, claro, a quien fados debían conocer y ¡¡d!"i· rar, puesto que ya no podría decirse, como illgunos de–
cí;:lIl, que aquel país fuera de suyo y para siempre, no pasajeramente, col110 era de esperarse, dada su juven· tud, un país de banqueros y salchicheros millonarios, no m.i!s que práctico y marC:lI1til, grosero y matel'ialista, sin .,Im;) y sin poesía. Y yo leí el artículo sin entenderlo too do, .pero sí lo bllstante para retener el nombre del poeta y la jmpresión de que sus versos eran sobre los campos
y los campesinos, y que uno de sus poemas se refería a un macizo ele flores. Lo que me e)(~raña y casi me pare· ce imposible, es que no tengo memoria de haber oído entonces hablar de Poe, de tal manera que cuando cono–
tÍ "El Cuervo" en la traducción de Pérez Bgnalde, me im;:giné que Poe era francés, como Lugné.Poe, cuyo nomo bre hilbía leído, si no me equivoco, en La Petite Ilustra· tion.
Otra de lilS hermanas de mi madre, la más gracio– sa, la más brillal1fe posiblemenfe, vivía por ese tiempo en Nueva Orlean5, donde su esposo, un verdadero gentil· hombre, un legítimo "gentleman" nicaragüense formado en Boston, era el Cónsul ele Nicaragua. Parecía que too dos, en el pequeño mundo donde yo me desenvolvía, es– luviel'an vinculados de un modo u otro con los Estados Unidos. Un primo de mi madre, muy admirado en la fa– milia por el prestigio intelectual y has1a político de que 9!)zaba, y porque en realidad su talento igualaba a su simpatía, era ingeniero graduado de West Point, único entonces en Nicaragua. Debe haber sido en su juventud un lector de Longfe\low I'ealmente apasionado, pues me contaban que uno ele sus motivos para casarse con la que fue su esposa, era que se lIi!maba Evangelina, pero aun– que yo lo traté bastante durante cierto tiempo, sólo re· cuerdo haberle oído hablar de 5hakespeal'e. Como otrO$ primos de mi madl'e y algunos jóvenes granadinos de aquel enfolltes, sabía de memoria y recitl1ba a veces, lar– gos pasl'ljes ele las tragetlii's del Gran BiII, y desde luego los famosos monólogos. Todos ellos habían estudiado en los Estados Unidos, los más en Fordham, pero como allá mismo sucedía el1 ese tiempo, casi sólo tenían idea de la literatura inglesa, y al>enas cOllocían la norteamericana. La cuarta de las cinco hijas de mi abuelo, una morena de ojos verdes, simpa~iquís¡ma, toda cordialidad y vivacidad, a la que yo quería entrañablemente, no sólo por su en· canto y su infalible generosidad, sino por nuestra mútua pasión por la lectura de novelas, que ella me fomentaba prestándome o contándome loS que más le gustaban, ~ra
esposa de un hacendi!do de lo más persona, ,uva modes. tia más bien trataba do ocultar su cultura, que no era poca, buen amigo de sus' sobrinos, especialmente mío pues solía invitarnos a sus haciendas y prestarnos caba– llos; también él educado en los Estados Unidos, además de Europa, y yo recuerdo qua me contaba numerosas anécdotas de su vida en Ann A~boilr y de las lindas ru– bias' americanas con quienes iba en el verano a nadar en la bahía, y esto me despertaba un natural deseo de hacer lo mismo, y me daba, ya desde entonces, la idea popular de Norte América, difundida más tarde por las películas de Mack Sannet, de un continentE! lleno de radiantes ba– ñistas. La misma idea que tenra según refiere Waldo
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