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padora de Centro América, que debía ha6ta cierto punt~

su esplritu y su talante a la Revolución Francesa, pero, como hecho histórico, se alimentaba de la I'ealidad ex· c1usivamente centroamericana y ,radicalmente nllcionalis· ta del unionismo de las cinco repúblicas. I.a tradición, digamos, de Morazán, de los coquimbos y de Jerez. Ll> que a los liberales ele esa estir~e les interesaba era la IndependencilJ de Centro América, no sólo conservarla sino también hacerla una realidad I,ara las masas, conti– nuar por lo tanto, la tarea emancipadora en la conden– cia del pueblo centroamericano; darle a este mismo pueblo cada vez más indep~ndencia política, religiosa, social y económica; desatarlo o soltarlg de las instituciones tradi– cionales, tanto políticas como eclesiásticas y domósticas; educarlo, en una palabra, para In libertad, porque eSGS hombres o por lo menos algunos de ellos, eran en reali– dad, apóstoles liberales y demócratas místicos, con un sentido religioso de la acción po,pular, que estaban f.On– vencidos, o casi no dudaban, de que por la boca dol pue· b10 centroamericano h~blllrí<l algún dí<l 01 Espírilu. 7al

ora ya, según parece, en ciernes por lo menos, uno de los mistel'ios más nebulos05 de su fe laica, Por eso no en– contraban contradictOl'io util!:r.ar la clictaclul'il de Barrios o de Zelaya para educar liberalmente al pueblo, y por eso también aborrecían a los Estados Unidos, cuya política ex– terior amenazaba la Independencia da ContrI) América, Y por eso, además, al mismo tiempo que rec!lIl:l:Illnll1 la tra· dición institucional y eclesiástica espaíi{)la, cultivaban -Illi padre por lo monos- la tradici6n literaria y aún cultural de España con un esmero cllsi purista y acauémi·· co. El Iiberalislllo de aquella generación, la¡os de estar reñido con el his,panistno, bU5coba en {¡Me un medio para fortalecer la nacionalidad v defol1r,lersG de la influenda norteamericana. -

A los conservadores no les h1teresaba osa llclilud, y ni siquiera pilrecfan compnmdarb. Er:lln ft'adicionllles y aun tradicionalistas, pOff/ua la tmdicióll se confundía PIl– ra ellos con su propia manera de ser, repI'esentaha su

~alidad de señores principales, significllba su bienestar individual y familiar dentro de la única forma do socie– dad que concebían: la patriarcal; y si clClseal"ln la libel'· tad, como efectivamente la de~eilban, era para que tocio siguiera su curso naturill, norl\1al y conociclg, sin rafm'· mas tiránicas, como I<ls practic<lC!as por el (1obierno de Zalaya; de modo qUG veían on el gobierno Americano, un posible aliado para garantizar sus viejas liI)ortades de los Treinta Años amenazadas por los refclI'Inaclores libe– I'ales, y sohl'e todo Ull socio comercial CO!l cuya coopera– ción aumentarían su propia fortuna y la del país. No faltaban entre los conservadores quienes pensaban que, garantizadas estas cosas, todas las otras -hasta la misma Independencia, posiblemente- resulta\3illl en cierto modo secundarias o de escasa inlportancia. Los granadinos, en genel'¡¡I, eran seÍlores FlI'ácticos, con crite– rio lilundial y civilb:ado, no radi~"les místicos, ni provin– cianos centrollmericanistas, como los li!Jerales. Estos erlln considerados por los primeros como l1trns<1<!os. N1oncad<l fue, Eln efocto, el que "civilizó" 11 1<:l5 Iiberillca en este sentido, y después, por supuesto, §0Il10-¡:ll. En ci1lll!Jio pa– ra los conservadores de la primera década da este siglo, los Estados Unidos eran ya la primera Gran Potencia del fyturo y los futuros constrlJctores del futuro Canal de Ni-

caragua. Aun no l,abllln perdido la inocencia, viviendo feli:&mente -como aun viven algun~ benditos- en 111

Era del Optimismo, que terminó en 1914, ca5i trelnto años antes de la EI'a Atómica y de la Epoca de la Angus. tia.

SUI)ongo que las ideas que les atribuyo alas conser. vadores del año 10, serían más o menos las que estl'lban en boga en Granada, cuando, muerto mi pildre, pasé a vivir a c<lsa de mi abuelo. Por lo menos existíll "Ia cues– tión americana", una cuestión política peliaguda. Hablar de los Estac1DJ5 Unidos era hablar de política -discutir, alterarse, alzar la voz, y a menudo, pelear. Había que de. cidirse, tomar partido en pro O en contra, declaral'Se amigo incondicional o acérrimo enemigo de Yllnkilandia. Con la instintiva repugnancia quo ya sentía entonces por la polític<l -a la que vinculaba la muerto de mi padre_ por algún tiempo, creo, me fue desagradilble hablar u oir hablar de ese país del que todos hablaban. No me fue dado sentir por él UI1iI sencilla simpatía human." co– mo hoy la siento, hastli que no aprendí a desvincu'~rlo

de la política y demás abstraceioJ1es, y ver en él COUs concretas, cosas como ciudades, pai~llies, personas, libros, candones, dan11as y poemas. '

Mi actitud personal hacia los Estadgs Unid@s fua mu.

ellOS años ambivalen?e: me onécniralJa atraído, c~si diría fascinado, y al mismo tiem¡)o rere!i~9 pOI' ellos. Con to– do y esa fascinacióll, y mi insaciable cul'iosid;ul y mI estudio incesante -y "cum é1more"- de la literatul'a, las Ilrles y la vida norteamericanas, que h;¡n sidQ Cn mí como unll especie de vocación, casi como una profesi6n, en rea– lidad 110 sé si he supel'ac!o aquella ambivalencia. Pero en la Cllsa do mi abuslg la superioridlld de les Estanos Uni– dos era uno de los dogmas que nadie discutía. Mi propio abuelo, euy¡¡ pi/l'ba le daba un aire a Lincoln, el'a doclor en medicina grRtI u 111:10 en Filac!elr¡ll en 1372, y conservó toda su vicli'l un recuerdo casi silgrado, COIllO Ul1ll especie de vencmlción, una como filial admiración de aquel p<:lís cuyas virludes ertn entonces las que él mismo mostraba en su r.arácter sencillo, honesto, laborioso, fwgal y huma– nitario, I'evestido ele dignidad I'(lpublicllna. Virtudes, en Gse Hempo, americanas, que aún suelen asociarse pOI'u– larmente COI1 Abraham tinceln. Hahía en la hocleg!l da la botica da mi abuelo, en lo que so llamaba el Cuarto de la Quirina, un eSCjueleto humanl>, qua según los rumores corrientes entre los nietos, era el de ulla mujer de Filadal– fia, bella en su tiempo, que había respondido al nOll1bl'E1 de Carmr:lIlcita, il quien los niños él veces adornilbllll1os CIJIl cintas de cola,res ~n la eslavera y a III que un elía, con gran escándalo de los mayores, sacamos de paseo en una bicicleta al atrio de la ielesia Coiltigua a nuestra casa, MUfohas VOCEl5 mi ilbuelo me habló de Filadelfia y otras dudades llmericallas, pero olvidé las cosas que 1110 con· t¡¡bil y me decía o las I'ecuerdo mezcladas de ficdón, co' mo cUilntlo cl'eo ilcordarme <1'3 Cjue una vez mG hablim'l del doctor Molmes, no desde luegg del Magistrc:do, s!

ni)

del médico y poeta, Olivar Wellc1ell Holmes. Sé, sin em– bargo, como suelen saberse las cosas olvidadas, que mi abuelo mirabll los Estl1dos Unidos como U11 mundo moral y matel'ial muy superior a todo lo ,pasado, el ápice del progl'ElsO y, en cierto modo, la meta de la historia, un nuevo ensayo de vida ¡usto, decente y racional, en el que

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