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EN LA CASA DE MI ABUELO
JOSIl CORONEL URTECHO
El más antig\lO de mis recuerdos en que figuran los Estados Unidos, se confunde con el lejano y casi mitoló' gico que guardo de mi padre pues Se refiere a un hecho sucedido poco antes de su muerte, cuando tendría yo a lo más cuatro años. Aquel níño que hoy miro casí como si fuera otra persona distinta de la mía, estrenaba esa tarde de hace ya medio siglo, una blusa de marinero en cuya pechera lucían entrelazadas dos banderitas borda· das en séda: la de las barras y las estrellas y la de Nicaragua. Veo a mi padre todavla -alto, frC!nético, demudado- blandiendo, amenazante, en la mano dere· cha unas tijeras descomunales, cogiéndome con la izquierda por la parte ofensiva de la blusita marinera y recortando con increíble celeridad, de un solo tijeretazo, exactamente el trocito de tela en que estaba bordada la banderita norteamericana, y todo aquello entre mis gri· tos de terror ante la insólita agresión que s610 he como prendido con los años y que nunca he olvidado. Las voces o exclamationes de mi padre en aquel momento, el vehemente sermón con que seguramente trataría de aprovechar mi espantosa im,presión del suceso para im· prilTlir en mí a perpetuidad el horror de !Iquel símbolo de la bandera norteamericana entrelazada con la nuestra, lo que significaba para él la abdicaci6n de nuestra indepen. dencia, la venta de nuestra patria, sí acaso hubo algo de eso, ha quedó registrado en mi lIlemoria.
Los políticos liberales contempon\neos de mi padre -y él era de los más puros _representantes del Iiberalis· mo centroamericano en Nicaragua....,... vivían enf"recidos, en vigilante alarma y moralmente con el rifle al hombro, por la ,polrtica del "manifest destiny" que habra arreba. tado a México inmensos territorios- ¿no era acaso por eso que a mi padre le entusiasmaba la novela "Ramona" de Helen Hunt Jackson en que se relataba con simpatía la suerte de las familias his,panomexicanas desposeídas de California?-- como también convertido en colonias nor· teamericanas a Puerto Rico y Las Filipinas y que en ese momento pareda agravarse y extenderse él Centro y Sur·, américa con la po\(tica del "Big s,tick" del primer Roose· velt, el "futuro invasor" ele la soberbia oda de Rubé" Darío, Por ese entonces los conservadores solicitaban y obtenían en pequeñas dosis la ayuda norteamericana pa· ra derrocar la dictadura liberal de Zelaya. HOlllbre de un patriotismo .1 rojo y cuya sensibilidad a este respecto se deja .divinar por el episodio de la banderita, mi padre se imaginaba, al parecer, que si triunfaban los conserva. dores, los Estados Unidos convertirían a Nicaragua en otra de sus colonias, como luego tal vez a toda Centro América, y solía dedr, según me han' referido amigos sUYos, que prefería quitarse la vida a soportar aquella humilladón. 'Para esa clase de liberales ya desaparecida, el conflicto con la política imporialista de Norteamérica
significaba una cuestión de vida o muerte. Con una tra– ma diferente, ya se trataba, en realidad, de la misma cuestión que se plantea, ,por ejemplo, en la novela "El Problema" del eSl1ritor guatémalteco Máximo Soto Hall.
En la casa de mi abuelo materno, donde vivr desde la muerte de mi padre, existía por el contrario, un amo biente de .dmir.ción y hasta dé culto a todo lo "america· no" -como se ha llamado siempre entre nosotros a lo norteamericano, cuando queremos evitar el uso popular de la palabra liyanki", que, además de inexacta, es des· pectiva, pero, sobre todo, porque, en el fondo, tal vez sin darnos cuenta, queríamos indicar que únicamente lo de los Estados Unidos era de veras para nosotros, coino para ellos, "americano", y nosotros, en realidad, éramos otra cosa, todavía españoles o europeos de América, cuando no meros indios o mezcla de indios y españoles, o si se quiere, centroamericanos, y no ese pueblo nuevo, esa nueva manera dl¡! ser y de vivir y c~rtcebir la vida y
la sociedad, que son los Estados Un,idos y solamente los Estados Unidos de América, verdac;lero principio de 'un Nuevo Mundo enteramente diferente del Viejo Mundo. Le dábamos y aún le damos a la palabra "americano" aplicada a personas y cosas, el sentido exclusivo que en los Estados Unidos tiene la palabra "american". Todo lo "amerícario" gozaba de ¡prestigio, porqu~'en la <asa ,de mi abuelo todos eran americaniStas. Aunque ésta era una caSa tradicional, profundamente ccmservadora, don~e aun se conservaban la mayorra de las costumbrlls coloniale~,
circulaban por ella aires renovadores y lo '~americano"
representaba el pr09reso, la prosperidad' económica~ el porvenir. Como se decía, recién pasada la última guerra, un futuro mejor.
Yo no me daba cuenta entonces de n.da de eso, aunque lo intuía de un modo vago, puesto que algo re· cuerdo. No comprendía, es claro, -y ni siquiera me planteaba el problema- por qué los liberales, como mi ¡padre, eran "antiyankistas" y, en cambio, los Conserva· dores, como los que visitaban la casa de mi abuelo, mas· traban sin excepción ser entusiastas americ:anistas. ~a
COSa resultaba, según la veo ahora, sumamente compleja, y para hacerla comprensible sin entrar en detalles, no hay más remedio que simplificarla hasta hacerla caber en unas cuantas frases. Aunque los liberales centroame· ricanos amaban los ideales de la Revolución Norteameri. cana y los principios de la Constitución de los Estados Unidos, tantas veces imitada por ellos, aunque se confe– saban adllliradores de Washington y, en realidad, admi. raban a Franklin y a Jefferson, como también a Lincoln, no derivaban principalmente ni dependían de aqiJella tradición intelectual y emocional; sino que prQced{¡in en U"ea recta de la a~titud liberal revolucio'naria,' _emand.
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