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« Previous Page Table of Contents Next Page »"Está bien, señor Presidente -respondió Morrow-le agradezco a usted su amabilidad". • Como yo abrigara justos temor?s de que po.dla. co: meterse con el general Sandino algun atentado, mdlque al señor Embajador que, a mi vez, le iba a hablar fuera del terreno diplomático. ~ .
"Desearía -expresé al senor Emb?,ador- q.ue us· ted se dirigiera a su Gobierno y le suplicara de mi parle que se instruya debidamente a 105 jefes. de las fuerzas norteamericanas que se encuentran en NIcaragua, acerca de la protección que el Gobierno de México acaba de otorgal' al general Sandino, a fin de evitar algún atentado 'en contra de su persona que, de llegar a consumarse, constituiría un verdadero crimen de que nos hinían res· ponsables a nosotros".
El señor Morrow n,e mllnifestó que desde luego por teléfono, sugeriría aquella indicación al Departamento de Estado, seguro de que la atendería. En efecto" al día si· guiente se presentó en mi oficina uno de los Secretarios de la Embajada Americana para informarme que estaba cumplida la petición que había hecho al Emblljador, en favor del general Sandino.
Durante todo el tiempo que permaneció el señor general S¡mclino en el territorio nacional, el Gobierno le proporcionó ayuda econ6mica de acuerdo con nuestras posibilidades, la cual le servía para atender decoro· samente a su sostenimiento y al de su Estado Mayor. El doctor Pedro José Zepeda, estuvo comunicándose directamente conmigo y, en todas las ocasiones en que pude obsequiar las peticiones -siempre comedidas y prudentes- del general Sandino, l¡¡s satisfice con ¡¡grado. Yo sentí siempre por el gener¡¡1 Sandino una ¡¡dmi· ración sincera. Desde el afio de 1927 en que y¡¡ se hallaba lev¡¡nt¡¡do en armas, desem.peñando yo el cargo de Gobernlldor de mi Estado nat¡¡l, dí su nombre a la Biblioteca Pública de Ciudad Victoria. Recuerdo que, en cierta ocasión, estuvo en la capital del Estado el coronel MacNab, Agregado Militar a la Embajada Americ¡¡na en México, al pas¡¡r, conm.igo, frente al Teatro Juárez -lugar en que se encontraba la citada bibHoteca- se fijó en el nombre que lIe·/aba. Dirigiéndome una mirada de sor– presa, se limitó a repetir pausadamente llquel nombre; pero sin hacer comentario alguno.
En otra ocasión, siendo ya Presidente provisional, vino una excursión de distinguidos intelectuales de los Estados Unidos. Entre ellos, Waldo Frank y algunos uni· versitarios de la ciudad de New York. Recibí los miem· bros de aquella excursión en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional en donde, como es costumbre entre los americanos, me estuvieron haciendo una serie de pregun– tas acerca de la situación política, económica y social de México.
Por venir al caso, quiero ocuparme de dos. La pri· mera, hecha por un excursionista, cuyo nombre no recuerdo, fue: "Señor Presidente, 'lué no,s dice usted acerca de la conveniencia de la amistad de Estados Uni· dos para México?
"La amistad de los Estados Unidos -repuse- es sin duda lo que más anhela nuestro pueblo, siempre que es· ta amistad esté basada en ,el más estricto respeto de nuestra soberanía. Nosotros
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como ¡pueblo débil hacemos radicar nuestra fuerza en el deber que tenemos de obrar
siempre de acuerdo con los prinCIpiOS de rectitud y de moralidad que norman el Derecho Internacional, sin pre. tender nunca salirnos de esos cánones, precisamente, para tener siempre de nuestra parte la fuerza moral que, como pueblo débil, necesitamos para pedir que se nos respete".
La otra pregunta -hecha por el escritor Waldo Frank, con la salvedad de que, si yo no deseaba contes· tarla, él no insistiría en la prcgunta- fue:
"Qué opina usted de Sandino? "Que es un patriota", le respondí. "Puedo publicar esa contestación?"
"Queda usted autorizado para hacerlo", repuse.
En efecto, la contestación ¡¡pareció en gran número de peri6dicos de la Unión Americana, en los que escribía el señor Frank.
F.n aquella fecha, Sandino se encontraba en su pa· tria y ni siquiera había hecho gestión ¡¡Iguna par¡¡ venir a México.
El señor Morrow era un hombre de corazón, todo fineza, muy distinto de como lo pintan sus detractores mexicanos, enemigos del gener¡¡1 Calles y del que escri· be. Era un diplomático humano, que estudiaba nuestro medio nuestras necesidades y procuraba ejercer $u mi·
nisterj~ respetando los dictados de la moral internacional. Como era hombre que se había cuaiado en el ambiente de lo~ ne90~io$ Y de las finanzas de su país -y disfru. taba en él de una situación privilegiada, que le propor· cionaba todas las satisfacciones de la vida- su deseo era servir a su pueblo sin provocar odios para el poderío nor· teamericano. Se empeñaba siempre en demostrar que los Estados Unidos querían la amistad de México sin pre· sión de ninguna especie, y se esmeraba en probar con su trato el mayor respeto para los funcionarios del Gobierno mexicano.
Tal actitud le suscitó grandes d¡~icultar:les con los latifundistas y petroleros norteamericanos, que hicieron llegar sus quejas al Departamento de Estado. La prensa de los Estados Unidos lo atacó violentamente en ocasio· nes, haciéndole el cargo de que se había vendido al Gobierno de México. Pueden consultarse los diarios ame· ricanos de aquella época y se verá que e~toy diciendo la verdad.
Al defende.' al señor Morrow en la forma en que lo hago cumplo con un deber de mexicano y de amigo de él y no vacilo en declarar que fue el Embajador que me· jor entendió su misión, sin dejar de cumplir con sus de– beres para con su Patria.
Es mentira -como lo han afirmado algunos de sus delractores- que el señor Morrow se dedicara a hacer negocios en México; ni, menos, que adquiriera grandes propiedades rústicas en el Estado de Morelos, en donde 'sólo ¡poseía una modesta casa solariega, a dondé iha a pasar los fines de semana.
El Embajador Morrow acostumbraba siempre estudiar con detenimiento las reclamaciones de súbditos norte– americanos que le encomendaba su Gobierno. En muchas ocasiones, desistía de sus pretensiones cuando se conven– cía de que estaban fuera de lo debido; y, cuando tenía la razón, procuraba facilitar la discusión hasta obtener una
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