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« Previous Page Table of Contents Next Page »solución satisfactoria y posible dentro d~ lo que el Go– bierno mexicano se hallaba en el deber de hacer. Entre otros de los muchos casos que me tocó cono– cer recuerdo el de una afectación que hice, siendo Gobernador de Tamaulipas, a una hacienda propiedad de un ciudadano norteamericano. La gresca que se armó por aquella afectación, en el año de 1927, fue de las más escandalosas. El Gobierno federal, ante la reclamación que hizo la Embajada americana, comisionó a los señores ingenieros Rubén F. Morales y Mario de Hoyos; de la Na· cional Agraria, para que fuesen a investigar si aquella resolución del Gobierno de Tamaulipas se habia ajustado a los términos de ley y a los tratados respedivos. El pro– pietario elevó protestas injuriosas, que publicó en la prensa, en contra del -según él- arbitrario procedi– niiento del Ejecutivo local, alegando que se habían dado tierras de sobra, pues el censo era muy inferior al número de los jefes de familia que se decia existían, y manifes· Tando, además, que las tierras estaban abandonadas. Con los comisionados de la Secretaría de Agricultura' fUe el señor coronel MacNab, Agregado Militar
¿j la Embajada americana. Las autoridades agrarias de Ta· maulipas les demostraron que la resolución de dotación provisional se habia apegado estrictamente a las leyes de la materia y que era inexacto que se hubiesen dado tie– rras de sobra, pues se reunió a los 117 jefes de familia y se comprobó que sus parcelas estaban cultivadas. El coronel MacNab, lo mismo que los ingenieros Morales y de Hoyos, se convencieron de la justificación con que obré al resolver el caso de que me ocupo. En una de las pláticlls que tuvo conmigo en Ciudad Victoria, manifesté aquél que, en mi concepto, la reclamación era injustificada en la forma como trataba de exigirse la inelem· nizllción, ya que se habían llenado todos los requisitos legales, por parte de las autoriclaes agrarias, para llevar a cabo la dotación; pero que, dada la confianza que me inspiraba, le iba a platicar también algo que, desde el punto de vista moral, serviría para que la Embajada nor– mara su ,procedimiento:
"El caso del reclamante es curioso -le dije-.. Era mayordomo de una de las hadendas de la señora Sara Milmo, hija mayor de clan Patricio Milmo, rico hacendado mexicano oriundo de Nuevo León. Esta dama fUe esposa ele un señor de apellido Kelly, de quien -después de algunos años de matrimonio Se divorció. Casó más tarde con el propietario afectado, quedando éste como dueño de los grandes intereses de los Milmo en Tamaulipas, va– luados en más de dos millones de pesos. En tal virtud, dichas propiedades son de origen netamente mexicano y no creo moral que su reclamación la haga la Embajada en términos tan exigentes, ni, menos, que la dé tanto apoyo como parece brindarle".
Cuando me hice cargo de la Presidencia provisional, en una de las pláticas que tuvo conmigo, el señor Mo· rrow, me trató el caso que comento y me dijo que el co– ronel MacNab le había hecho conocer la conversación a qUe acabo de referirme; pero que, para mayores detalles, me agradecería se la reprodujese.
Mi relato no dejó de impresionar y, acto continuo, me ofreci6 transmitir al De.partamento de Estado aquellos antecedentes. No conocía el etedo que aquella relación
sobre el caso causó en el ánimo de los funchmarios ame· ricanos; pero lo cierto es que, desde aquel día, cobró el asunto menos interés y la Embajada no siguió tramitando dicha reclamación en la forma activa en que lo había he· cho anteriormente.
Es incuestionable que la actuación del Embajador Morrow influy'ó grandemente para fomentar las relacio. "es amistosas con los Estados Unidos de Norte América. México, como vecino de ese gran país, no puede ni debe adoptar nunc~ actitudes inconsecuentes de hostilidad ha· Cia el pueblo norteamericano. La política que nuestros Gobiernos d~ben lieguir es la de una digna cooperación con el Gobierno de Washington, salvando, naturalmente, el decoro qu~ como país soberano nos corresponde; pero tratando todos los asuntos que conciernen a ambas na– ciones con la rectitud y sinceridad necesarias para hacer que se nos respete.
Afortunadamente, la actuación iniciada por el Em· bajador Morrow ha tenido un continuador entusiasta en el actual Embajador, señor Josephus Daniels, quien -per– catado de la necesidad de una verdadera colaboración entre nuestro Gobierno y el de su país- ha sabido ejer. cer sus funciones con un alto sentido de la responsabili. dad que tiene como representante del pueblo más pode. roso de la tierra.
En el mes de enero de 1930, el general Sandino me comunicó, por conducto del doctor Zepeda, sus deseos de venir a la capital. Esto sucedió poco antes de entregar yo el Poder al señor ingeniero Ortiz Rubio.
En la entrevista que celebró conmigo el general Sandino me expresó no tener' confianza alguna en la nueva administración y me comunicó sus propósitos de salir de México a la mayor brevedad posible.
Procuré calmarlo, haciéndole ver que no debia te– ner motivos de desconfianza para el Presidente Ortiz Rubio: pero, como precisamente dos o tres días después de la toma de posesión, fue aprehendido ,por la policla un hermano suyo, lo cual le indignó mucho, ocurrió a verme a la Secretaría de Gobernación, a cuyo frente me hallaba, para reiterarme sus deseos de salir cuanto antes del territorio nacional. Pocos días después, se internó nue· vamente en Nicaragua.
. Así terminó el asilo que el Gobierno de 1929 brindó al abnegado nicaragüense general Augusto César Sandio no, quien -algun05 años después- pagó con su vida 'su atrevimiento.
Personalmente, Sandino era un hombre todo ener– gia; todo valor, todo desinterés. Pequeño y raquitico de cuerpo, pero grande de espíritu; sus sueños eran amplios como los de todo visionario hispanoamericano. Quería redimir a su patria y pensaba en unir a todas las Repúbli. cas del Centro y del Sur del Continente, en un fuerte bloque que sirviera de valladar a la amenaza de una abo sorción e>ttranjera.
Sueño grande, sin duda, pero dificil de realizar. Sin embargo, Sandino demostró, con el sacrificio de cin· co años de lucha cruenta, que su ideal era sincero, noble, generoso en grado sumo. Cuando cayó, acribillado por las balas, quedó definitivamente consagrado por la his– toria, como un ,patriota sin tacha, que ofrendó su vida en áras de un pueblo que, para su desventura, no supo com– prenderlo.
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