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ni teIne nada de ellos, bimn porque lo respe– ten, porque creen que es Inal agüizote pelear o hablar de él, o por sus años, o porque lo respalda su chachagua cuape; para sus cono– cidos de Granada la Necha era" lo que se llalna una alIna de Dios.

Nunca se le conoció apellido, es induda– ble que lo debe haber tenido, pero jaInás lo dijo y quizas nadie se interesó por saberlo. Para los de Arriba era La Sinesia de Cusirisna, y para los de Abajo La Necha de Teus.tepe.

Con los abajeños trabó aInistad por me– dio de la familia de don Jacobo Henríquez, casado con doña Juliana Gutiérrez, pues fue la china del niño Eduardo Henrlquez, hijo del citado matrimonio y desde esa época de su vida principia lo que puede llamarse la his– toria media de ella, pues su prehistoria y la antigua se pierden en los fines de la Colonia, en los albores del siglo pasado.

Aburrida de chinear al niño Eduardo, re– tornó a su querencia a la que llevó cargando en el corazón un sincero cariño a los Henrí– quez que le hizo adquirir la costumbre de vi– sitar cada verano La Sultana. Hacía estos via– jes con el objeto de echarles una mirada a los viejos patrones, de reponer su ropa, recoger chucherías y comprar una que otra baratija, qué sepa Judas para qué menestere¡;; ocupaba en Cusirisna. Cuando emprendía el retorno, era ni más ni menos por lo a:l:icuñada de pe– rendeques, que iba corno una carreta carga– da de trapos de media vida, zapatos desgua– bilados, vasos de noche con cienes de casca– duras, sombreros, paraguas con las varillas sa– lidas que daban la impresión de que se carca– jeaban de su vida presente, sacos, costales, bramanies, en fin, cén ienares de cosas que sus acomodados conocidos le regalaban por– que si para ellos no servían ya, para la Ne– cha estaban corno acabaditos de salir de las manos de los obreros que los habían cons– fruido.

En Granada tuvo faIna Mariano Zajurín corno acarreador de silletas, pues de un solo pencazo conducía dos docenas y media de si– llas de bejuco ex±ránjeras, que eran las que se usaban antiguamente, de una casa para otra; Madano sabía a perfección el aúe de ac;iómodar aSien:l:os aéreamen±e y ayudado de cualquier gaznápiro, una vez colocadas las primeras <;:ua1ro sillas sobre su cabeza, con las cuales" formaba la base del promontorio asientil, principiaba a dietar órdenes al peri– co que le ayudaba y a Inedida que las im– partía el muchacho ayudador engarcetaba los demás asientos en las patas de éstos que Mariano le señalaba hasta que se arpillaba sobre la jupa un volcán de silletas austríacas, al extremo de que por la dimensión de la carga los coches se paraban en las calles an– gos±as para darle pase a Zajurín cuando iba convertido en ca.rre±ón por el centro de la vía. . Pues bien, este célebre personaje grana– dino se quedaba chiquito, chiquirriquifo, chi– quirriquiti1lo a.nte la Mama Necha de Teuste-

pe; cuando ella emprendía el regreso para su sitio, había que ver el flete que tuteaba, de' largo y en pleno día daba la impresión de una ceiba pa.tanga que marchaba apuntalada por mil duendes; y hay que±ener presente que mientras Mariano conducía su sillambre en unas cuantas cua.dras, la Sinesia tenía que trotear sobornaleada treinta y cuatro leguas bien jaladas para llegar a su vivienda.

El camino que lleva de la Sul:l:ana a Pa. naloya por el calpul .no es muy ancho que se diga y esie era el que gustaba de traficar Ja teustepeña y cuando topaba con carretones lecheros tenían que pararse éstos para que pasara la camioneta humana recargada y si el tapón lo hacía con fleteros chontaleños en briosas acéInilas, tenían que ponteadas cuan– do daban lugar, pues generalmente barajus. taban asustadas en cuanto la divisaban y des· de luego muy anfes del ponteo, malmatando por ello los zurrones queseros que rodaban al suelo al pocó ralo de empezada la panera, pues no soportaban las híbridas la presencia del curioso arInatoste andante que impávida. menie conducía en cuatro sábanas bien aña· didas un raro y curioso Momotombito de ca– chivaches anteguardioleños.

La estadía de La. Sinesia en el Interior no bajaba jamás de un mes ni pasaba nunca de dos

i toda la permanencia la dedicaba a hacer recogida general de cosas añejas que le regalaban y podía utilizar, iodos sus conoci· dos piadosos de la ciudad. Su tiempo lo di· vidía de la siguienle manera: a las siete de la mañana salía para misa de donde regresaba después de las ocho; a las nueve tornaba ca– fé; a las diez se perdía de la casona en que hospedaba enrumbada a la guruciadera de trastos destras±ados y volvía hasta las seis de la tarde a la posada cargada completamente de tereques; después rezaba la oración y por úliimo seguidi.to de la cena se fincaba en el traspatio a melenquear plácidaInente.

Nunca se le pudo pescar nada que oliera a brujería; a pesar de que algunos la obser· vaban y seguían, porque las malas lenguas habían llevado su fama de nagualera hasta más allá de Tepetate, y un día de cuantos, ha· bía penetrado furfivamente hasta los oídos de sus amistades que le brindaban techo en es· tos viajes; pero, con todo y no pescarle nada, la sospecha, que es la primera planta ma· ligna que brota después de un cuen±ere±e, emergió el1 breve de manera precursora de algo que más adelante la puso en enfrec;licho. Se comprobó que no era tan asidua visita· dora de iglesias con..o ella lo hacía creer; se trajo a cuentas que nunca encendía luz en el ±raspa±io en donde, en uno de los corredores que lo encuadraban, arreglaba su dOrIUitorio; se probó que a cualquiera hora que se le fue– ra a buscar por la noche a su tijera, no estaba allí, sino que se encontraba 5entada en una banca que había en el corredor y que al pre– guntársela que por qué no se acostaba solía responder, porque estaba rezando y la calor

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