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« Previous Page Table of Contents Next Page »Vérltl,ld. Pues, ese dmigó, el) el año 1916, cuando Se habló de mi candidatura parq Presídente de la República, le dijo ó mi primo Benjamín Quadra: "Me tiene cabiloso esa candidatura de CarÍos, que por su personalidad muy conocida mía me tienta a seguirlo, pero me inspira temor su
ombligo en lo Calle Atravesada".
Era lo hora de los aperitivos, y Benjamín Quadro animado por ellos, le ébntestó Coñ und broma: "No se aflija, que yo tengo mi ombligo en Acoyapa y hoy mismo lo cambiaré c~n el de Carlos".
Se enojó el coballero reprendiendo a Benjamín de falta de respeto y quedó flotondo sobre mi ombligo el fantasma de la CaUe Atravesada y sobre Granada como factor de opinión en la política nacional.
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L Olía de 1882 trajeron los padres de familia de Granac;1a un grupo de profesoras alema– nas y norteamericanas, para la dirección y profesorado del Colegio de Señoritas. Tenía
yo tres años de edad y recuerdo estas novedades porque afectaron la formación de mi inteligsn–
cio y de mi carácter en Iq infancio.
En ese mismo año tía Francisca Pasos de César me enseñó, como jugando, 'a conocer las tetras del abecedario en unos cartones i';!1presos que 110maban cartílfas. Cuando las' sup~ dis– tinguir bien, y las repetía en fila o salteadas, {ni tía celebró el sUCeso mandando al cielo mi
cartilla en un globo de papel en el día de mi cumpleaños. Grande olegría ver perderse en las re– motidades de las nubes lo que pudiera llamar el primer libro que pasó por mis ojos.
Una de las innovaciones implantadas en tal año po;' el profesorado extranjero fUe el Kin– dergarten, sistema creado por el alemán FederiCO Froebel, qLie inicio o los niños en los primeros conocimientos de las letras, de la naturaleza y de las relaciones sociales, divirtiéndolos al mis– mo tiempo con juegos adecuados para tener alegres sus espíritus, en contradicción con el viejo sistema de los castigos que expresaba /0 cruel sentencio de que los letras con sangre entrono
En el mes de moyo de 1 BB3 me inscribió nii madre como alumno del Kindergarten. Era
su directora una señorita americona llamada MisS Moore. ¡Era belfa mi maestro!, y desde e/ pri– mer día me cautivó: esbelta, con unas mejilfas siempre sonrosados, dos bjos celestes, que 'junto can su sonrisa, le servían para dominar a sus discípulos, agradandolos aún cuando contrariara
Sl}S ímpetus desordenados.
Me sirvieron para ganarme también sus simpatías, mis c;onocimientos de las letras por bondad de la tía Francisca; y celebró como poético lo de mi cartilla mondada o/ cielo en globo, por una tradición colonial que elevaba a! trono de Dios las primeras letras. '
. Como ejemplo de la eficacia del método de Miss Moore, referIré un lance conmigo en que suavizó mi instinto de barbarie. Ella nos organizó en mesas cuadradas, en que nos sentábamos tres a cado lado; dos lados de varones y dos de mujeres. Fueron mis compañeroside mesa,' to– dos ya desaparecidos, Joaquín Pasos, Carlos Gómez, Carlos Ferrey, Rafael Vela y 'Juan Zavala. En la punta de mi lado estaba mi asiento, y era mi vecina inmediata una niña, bonita, juguetona
y traviesa, que se llamaba Zulema Yo era distraído por naturalezo; con frecuencia nie quedaba abstraído, mirando a mi maestra con la boca abierta y lo atención perdida en brumosas imagina– ciones.
Una de tantas veces de mis fugas, Zulema me metió el dedo indice enterito, diciéndome:
~Cerrá la boca que se te van a meter las moscaS-o
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