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Me levonté enfurecido con el puño cerrado y el propósito de darle tamaña bofetada en lo coro aZulema. Pero Mis Moore siempre sonriente y amable me dijo: -Carlitas, tú cJebes ser ca–

ballero; nunca un cabal/ero le pego a una señorito-o Repliqué: -Zú/ema no es señorita, sino muchacho malcriada, que me ha metido el dedo hasta el galil/Q--. Miss Moore repitió, más son, riente todavía, -·-Zulema es señorita, y Cartitas es coballero-.

Abrí la mano del puño¡ y me dejé caer en mi asientito, no convencido pero sí totalmente dominado.

Después reflexioné sobre lo que eró ser cabal/ero. Entendía que para ser cabal/ero se ne– cesitaba tener caballo y saberlo montar. Yo tenía un caballito que era mi tesoro. Mi hermano Ramón, que era mi profesor en todos las artes físicas e intelectuales, me

enseñaba a montar bien. Me dedo, cuando cabalgaba a su lado por las tardes. "No metas tanto el pie en el estribo por–

que si te bota el caballo quedarás pegado y te arrostrará". Otros veces: "No aflojes la rienda, que la andadura de la bestia estó en el pulso de la rienda". Ramón ll1e había ,dicho que mo/,ta– ba bastante bien; ahora resultaba que si le pegaba a Zulema Con todas y ésas condiciones no

sería caballero.

Estando en lo finco de mi madre uno de los sirvientes viejos me decía que los gallos que– rían ser caballeros y que cuando contaban triste era porque veían que tenían espuelas y no te– nían cC1ballo.

Resolví consuhar el caso con Miguel mi hermano que me {levaba cuatro años en edad;

oyó 'mi relato de la sentencia d~ Miss Moore y me dijo: "Si; hombre, el éC;;ballero esel que tiene ca– ballo, lo mantd y arrienda bien y

le do besitos o las'señoritas". Recuerdo que me satisfizo lo tElO'–

tío de Miguel sobre la caballerosidad. . ,

Caballero. .. poco' a poco iba adquiriendo consistencia severa la palabra 'en mi inteligen–

da. Insistía Miss Moore a diario en sus le~ciones en presentdrf)os la cabafferosidad 'como una línea recta de conducta del hombre en sociedad. Luego en mi' casa, los consejos de mi madre siempre a través de ~jemplaridades de mi padre, fuero';' formando en mi criterio de nii'lo la con– vicción de que lo caballerosidad no era un simple adorno para lucirlo en los salones, sino algo esencial consistente en generosidades con el prójimo, en afirmaciones del propio derechb, ~ri gw;– tor más el dar que el recibir, todo ello realizado con dignidad y sin vano orgullo. Solturas del ánimo que están en la sangre y brotan por, la buena educación. Yo apenas lo entrevela entonces, ahora sé que un eminente político conservador inglés la definía como la gracia que no se compra

Y al evocar este reclierdo de esas luces de mi infancia siento melancolía por la experien– cia de la gran falto que hace en las 'actividades de nuestra política esa gracia que no se compra.

LAS primeras nocionessobrepolítico"comoteorí0 r arte o práctica deorganiz?, y f!obernar

una sociedad humana, ~erminaronindecisas e informes: en mi inteligencia sobre el surco trazado por ias lecciones de Histe:,ria 'Sag~oda que con singul~r primor dictaba mi maestra del Kin– dergarten. Le ayudab~ para /famor nuestra ate'ilción infantil' un' sistema' gráficO que facilita la fijeza de los ideas por figuras visibles. Le

vino 01 Kindergarten Un mapa,;que por un mecanismo

se enrollaba y desenrollaba de izquierda a derecha y de derecha a izquiérdo. Se titulaba Historia Sagrado en cien Cuadros. 'Eran atractivos sus dibujos que exhibían los personajes en un t~maño

más o menos de media, vara. Y en los cien cuadros pasaban ante nuestros ojos ávidos los. episo– dios bíbJiC06¡ desde lo creación del mundo, hasta las conmociones finales del A~cilipsis.

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