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desde un rinc6n en que observaba y aul16, mas que habló, en :media ra:mada hecha cancha:

_.A ese te lo bolastes jumiado, agora va

con yo la cosa que no ando cususiad0

1 y ha–

ciendo de lo dicho un hecho, jaló del barri–

guera siete pulgadas de acero que dieron su

brillo al sol, y se plantó en guardia esperando.

Culebra que estaba de espaldas, dio :mate

redondo hacia atrás, estiró la mano ennavaja–

da de antemano y corrió el filo terrible de una cuchilla de barba que nunca le faHaba en los bolsillos sobre la hoyita del retador.

Parfida, la hoyuela medio a medio, la sangr", se hizo correntada a poco de hallarse el cauce roto y diez :minutos después Culebra había tapizcado el segundo medio de :maíz que se echaba a tuto

Justo con la nariz expandida despropor–

cionadalUen±e para dar paso al acezamienío

que le causó el corfo choque, venieó el peli– gro de los chingos y denunciantes oficiosos y antes de que el aspaviento de los fiesteros co–

menzara, emprendió la estampida que sofre–

nÓ hasta en los farallales de El Común.

A padir de ese día, ya no le fue posible permanecer :más Hempo en el aHiplano que habitaba por la perseguidera que la escolta

etnprendió contra él, entonces se corió el pelo, cambi6 de ropa, consiguió unOS pesos chan–

cheros, gasolina indispensable para movili– zarse, y puso patas para Chichigalpa, para ampararse a la sombra de la distancia y del

desconocirnien±o de su persona en el lugar ci–

iado Llegó al Ingenio donde encontró tra– bajo y pasó más de dos años sin cometer desaguizados

Mas llegó el día en que se vio envuelío en

la primer camorra, en la cual unos cortadores de caña le quisieron echar la vaca y se ZUtnbó

a oiro prójimo; medio de maíz que tapiscó no

por gusto, sino por la necesidad de amparar

el número uno.

De aquí para adelante los chingos no lo

dejaron tranquilo ni él dejó que descansaran

los caiiudos.

Mataba por un lado, ma.taba por el airo, por el norie, por el sur, por el este, por el oes–

le, por los treintidós rumbos del horizoníe y cuando en alguno de los punios no se decía

nada de Culebra, es precisalnen±e sobre ese

flanco se encuevaba la tamagás peligrosa.

Al solo decir: "Viene Culebra", los case– ríos quedaban abandonados y las alquerías

desiertas.

. Rendido de juir, de juir y :más juir, ade– más de arrepeníido, en la fiesta de El Sauce al Señor de Esquipulas, en un quince de ene–

ro, se arrim.ó a un sacerdote y confesó sus

pecados

Después orÓ y deposi±ó su arrepen±i– mienio a los pies de la bella imagen del Cru– cificado de Esquipulas.

Puesío en la calle ±iró la vista ¡., acia la ve– cina colina de Ocotal y troíe-ando ligeriío an–

rumbó ·hacia el río, lo vadeó y COmenzó a su–

bir el macizo que vigila al pueblerón.

Los artos aculTIularoñ 'Un quinquenio y

nadie volvió a saber de Justo y sus con±errá..

neos los paseños lo recordaban, para meter el

m..ono a sus chiquincitos.

Una noche, una. noche cualquiera pero clarona cotnO oiras diez mil noches p~sa.das

con anterioridad aunque no conseculivas, en

la abundancia de claridad, apareció en Tilá

lechería situada conira el cacho del caserío d~

Los Cocos, en plena vecindad de Panaloya, la

tierruca que lo ampar6 al nacer.

Pidió posada en la alquería, se la dieron, observó que no. 10 habían reconocido y sin– fiéndose satisfecho pc:>r tal descubrimiento, se fue a recorrer el canllno real para dar un bre– ve vistazo al antiguo sitio.

Regresó te:mprano, halló haciendo rodeo a la servidu:mbre de Tilá y con disimulo fue

preguntando por qada uno de sus viejos com– pañeros y para cerrar las averiguatas inqui...

rió sobre Culebra.

Aníe tal nombre las mujeres se saníigua–

ron, los hombres se jesusearon y los chiquiti–

neS hicieron forera en los regazos de las madres.

De los labios de los coníertulios obíuvo la noticias de que lo juzgaban habiíando el

Otro Barrio, por lo que el ánim.o se le rebasó

de coníentera.

Abandonó Tilá para irse a írabajar de mesero al Haíillo.

'Llegó tranquilo al sábado y se fue ya íar– deciía de juerga para Los Cocos.

Cuando retornÓ le habían birlado la chis– tosa y los pocos peleros de su equipaje de nómada.

Observó los camasíros dispersos de los compañeros y pensÓ que el lechero qUe era

su vecino más cercano, había sido el· lépero

que lo había dejado en pirinola.

El designado por su raciocinio era un m.o–

zalbeíe regordete, paíango, recio y callado.

Disguíado por la pérdida, se fue sin vaCi– lar a darle de nalgadas al muchacho.

Este, no acostumbrado a bromas, y sa–

biendo que el vaquero jamás lo desperfaba de modo ían desusado, Se ±iró del camarote he–

cho una mano de piedra, es decir, una tobo–

ba verdadera, lanzó al bulío el primer bolla– zo de agresión y jaló rápido de debajo de la

tabla. de ronca, una ±ica liviana que le acom–

pañaba iodas las madrugadas a Granada.

Culebra no esperaba íal respuesía ni tan certera puníería del diantre.

Con solo ·el bollazo principió a recular y

cuando vio venir la ±ica en la oscurana, no ±u–

vo .más remedio que pepenar el cólin y traíar

de pararse firme.

El lechero no era ho:mbre de griíos ni de hablaníinerías, y sin mediíar lo que hacía, vo– laba filo por todos lados con un denuedo íal que ya Culebra que había reculado más d~

cincuenta metros, empezaba a temblar por

su pellejo.

La idea del lechero era,puntearlo y a pun– tazo limpio y a mandoble certero, sacó a Jus-

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