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« Previous Page Table of Contents Next Page »fragoroso baíió los ramajes de las veras, en el ranchito maltrecho de El Copel, aullaron los
perros y las aves de corral cacaraquearon, un
tufo a azufre inundó la cañada y una rara y
nunca vista fosforescencia de infierno, de olla
mayor en fritanga, a todo fuI, dio transparen– cia de penumbra a la obscurana, al extremo de que todos los circunstantes se miraron y pudieron ver claramente la macábrica jugada laurina de esa noche de San Juan Bauíista.
Por fin se animó el mandinguero y se
resolvió a tirarle al endemoniado forero iIn–
provisado que esperaba, se vio a éste hacerle
uno, dos ires, cuairo, cinco, diez, cien saques al lTIor±orio, la rnandinguería crugía bajo el cuero chirreador, un tufo a carroña de diez
días preñaba 10s contornos que la pirotecnia diab6lica los dibujaba, resoplaban los caba– llos. En una de las embesíidas Mayorquín ocupó el lugar del rumiante de ultratumba y éste quedó rozando los belfos de las cabal– gaduras. El Laberinto que montaba Zacarlas no soportó al nuevo vecino y desbocándose, cogió quebrada arriba rumbo hacia la que– rencia, una llamarada plutoniana brot6 del si– tio en que la lidia se efectuaba, iluminado por ella el Ma·ndador de Campo daba la impre– si6n de un domador de Cadejos en una ha– cienda del Diablo alistándolos para las Ce– guas. Ante el claror inusitado los brutos de Cantillano y Pérez rompieron, sin hacer caso a la talmeca, en estampida y tras de ellos los
otros pencos pusieron patas en polvorosa con
todo y sus montados, quienes estaban ya al culipatear, el resplandor de la hoguera dej6 a descubierto a Samuel, quien hacía esfuer– zos inauditos por sofrenar al Melado que esta– ba encabritado sobre un lomillo del cauce
convertido en escenario de la taurina sariea–
dera insospechada. De pronto fa1l6 tuquián– dose uno de los cabos o tiros que amarran las riendas al freno y El Melado soberbio, volte6 grupas y salió disparado envuelto en un cla– ror de flamas que iluminaba el sendero sobre
del cual se escapaba; el caeasfe, corno domi–
nado por el vacío que hacía aquella partida inesperada, se apartó del curtido del campis– ta temerario y barajustó trastumbando tras del penco puesto en fuga. El mosquero y la zopiiotera lo seguían, Mayorquín que antes de entrar en lidia había amarrado bien al Cuentas Azules se fue a soltarlo, medio le arre– gló el cabresto, montó de un salto, ray6 al no– ble rucio, le aflojó las riendas, descolgó del jinetillo la bella soga olameña de veinte bra– zas y estampid6 tras del mortorio haciendo gaza en plena paneriada con intención de la– zarlo. Frente a trente de la Prudenciona, en El Muñeco, le dio alcance, medio se le empa– rej6, le tiró el lazo, lo cogió de los meroS li–
rios según se 10 indicó su experiencia de sa– baneroJ pero en ese rhorn.enfo un remolino ex–
traño que arranCÓ palos, quebr6 ramas, hizo aullar perros y obligó a formar torera en el corral de la lechería de Juan Gregario Cubas al ganado que allí estaba encerrado, termin6
con la pirotecnia, quedó todo en tiniebla pro–
funda, se oyó un ruido seco como de un cuero
que se arrastra y al jalar la soga el penconazo
jinele notó que na hacía resistencia, se dedicó entonces a enrollarla, m.eiió espuelas al caba–
llo y cuando iba en el portillo que forman la
mancuerna de caminos que conducen para
Olama y para Camoapa, palpó que en la gaza de la soga venían cogidas las astas del cacas– te embestidor.
Eugenio no quiso o no ±Uvo valor para
soltarlas y amarró la soga con todo y el trofeo de la cachazón, prueba fehaciente de la lucha diab6lica que acababa de sostener, él apretó las chocoyas al barzomecatudo animal y salió de juida, pues por ningún lado aparecían los rastros de los compañeros y menos aún los del endemoniado brujo de Samuel, autor pu– tativo de la nunca vista ultratumbina, macá–
bríca y demoníaca :tauromaquia, cuya priIner corrida experimental acababa de acontecer.
Cuando El Cuentas Azules pisó las guijas del corral de La Trinidad, los dogos aullaron
ensordecedoramenie, meció el viejo mango su
raquítica copa y el cemo dio al traste con los pitayales de sus gambas. Cantillano que se había estirado bajo el tabanco de ña Anselma, meti6 la cabeza en un zurr6n viejo que ima– ginó cobija según su propia confesión hecha enseguida, los demás apiñados y medrosos se habían echado llave en el chimbo y Samuel,
tendido en una hamaca de majag~a, era el
único que esperaba al héroe de la noche; pero con todo y ser él la causa verdadera del ma– cabro desaguisado se encontraba azorado y
frío corno el sereno que humedecía los zaca–
tales del potrero.
Por fin echó pie a tierra Mayorquín, ce– saron los remolinos de los vientos y los tra–
quidos pavorosos de los carrujos aislados de
los árboles de la alquería, se serenó la mana–
da perruna, brilló un lucero en el cielo ensu– ciado todavía y cantó el primer gallo; era al medio filo de la nmdrugada, Eugenio a quien Samuel no dijo nada bllscó su tabanco y sor–
prendido vio a ña Anselma con una cruz C;1.e
paJeJ rollizo que manejaba en la cabecera de
su dormitorio poniéndosela de frente y con to–
do de estar acurrucada en un rincón la condu–
cía de arriba para abajo y la meneaba de un lado para el otro haciendo cruces intangi– bles en el aire y le gritaba azorada seguidito:
-Chiquita cruz, no te acerqués, chiquita
cruz, chiquita cruz, no te acerqués, chiquifa cruz, no te acerqués, chiquita cruz, chiqui.±l:i
cruz.
tita Anselma estaba llena de espanto, tre–
rnendarnenie horrorizada, pues Zacarías le ha–
bía contado lo del sorteyo y aunque era la
amasia de Mayorquín creía que con éste en– traba el diablo en la casa, roas aún todavía,
llegó a creer que el Malo había tomado. la forma de su querido para llevárselos a todos ellos en aquella noche igual al fruto del tal–
choco±e maieareño.
Cuando ña Anselma vio al torero tirarse
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