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llenar. Porque ahora Dios está en lo alto, que ha venido, no para explicar, sino para Jesús recibe la Cruz así como nosotros recibimos la Sagrada Eucaristía: "Le damos un madero a cambio de su pan", como dijo el profeta Jeremías. Ah, ¡cuán larga es la Cruz, y cuán enorme y difícil!

iCuán dura! iCuán rígida! iCuán pesado, el peso del pecador inútil! iCuán largo es el camino de llevarla paso a paso hasta morir en ella!

y sois Vos solo, Señor, quien va a llevar todo esto?

Hacedme paciente con todo madero que sea vuestra voluntad que soporte. ñU

Porque hemos de llevar la Cruz, antes que la Cruz nos lleve. ¡i!sUiiEiU

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TERCERA ESTÁ"CION

En mardw! Vídinw y verdugos a la vez, todo se conmueve hacia el Calvario. Dios que doblega su cuello, de repente vacila y cae en tierra. Qué decís Vos, Señor, de esta primera caída?

y ahora, puesto que sabéis, ¿qué pensáis de ella? En este minuto De la caída, en que la carga mal equilibrada os predpita, Esta tierra que Vos hicisteis, cómo la encontr6is? Ah! no sólo la ruta del bien es áspera

También In del mal es pérfida y vertiginosa!

No basta con ir derecho sobre ella, hgy que reparar hasta en el último guijarro,

y aun Clsí falla el pie a menudo, aun cucmclo persevere el corazón.

Señor, por esCls sagradas rodillas, esas dos rodillas que faUmon simultáneamente. Por esa súbita falta de 6nimo y por la wldCl

11 101 entrada de esa horrible Vía, Por la trampa que ha tenido éxito, por el polvo 'lue habéis mordido, mi

Salvadnos del primer pecado que se comete nor sorpresa! mm!!!l!!

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CUARTA E5TACION

iOh madres que habéis visto morir al primero y único hijo,

Recordad aquella noche, ICI última, junto al pequeño ser gemebundo, Recordad el (j~lUCl que tratasteis de hacerle beber, el hielo, el termómetro,

y la muerte que viene poco a poco y que ya no se puede ignorar. Poneclle sus pobres zapatitos, cambiad le el lienzo y el corpiño. En esto sopla un viento cualquiera y se lo lleva a la tumba. Adiós, ClmOl' de mi vida! Adiós, adiós, cClrne de mi carne! la Cuarta Estación es Mal ía que todo lo ha aceptado.

He aquí que, en una esquina de la calle, espera e! Tesoro de toda Pobreza. Sus ojos no tienen ya lágrimas, su boca está completamente reseca. Ella no dice una palabra y mira

CI Jesys que llega. Acepta. Acepta una vez mós. El grito

Es reprimido con severidad en el corazón fuerle y riguroso. No dice una p(jlabra y mira a Jesucristo. la Madre mira

Cl su Hijo, la Iglesia a su Redentor.

Su alma quiere irse hacia El con violencia, como el grito del soldado que muere. Se postra ante Dios y le ofrece su alma paj'(l que lea. No hay nacla en su corazón que rehuse o retenga,

Ni una fibra de su corazón traspasado que no acepte o no consienta.

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