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PRIMERA ESTACION Todo ha terminado. Hemos juzgado a Dios y le hemos condenado a muerte. No queremos más Jesucristo con nosotros, porque nos incomoda. ¡No tenemos otro rey que César! iOtra ley que la sangre.y el oro! Crucificad le, si queréis, pero, ¡desembarazadnos de El! iLleváoslo!

Tolle! Tolle! ¡Tanto peor! Puesto que es necesario, ique se le inmole y que se nos

(dé a Barrabás!

Pilatos tiene su asiento en el lugar llamado Gabatha.

"¿Nada iienes que decir?" dice Pilatos. Y Jesús no responde.

"No encuentro maldad en este hombre", vuelve a decir Pilatos, pero ibahl Que muera, puesto que lo queréis! Os lo entrego. Ecce homo". Helo aquí, la corona en la cabeza y la púrpura sobre las espaldas.

Por última vez vuelv~ a nosotros esos ojos llenos de lágrimas y de sangre.

Qué podemos hacer? Ya no hay manera de conservarlo con nosotros más tiempo. Así como era un escándalo para los judíos, entre nosotros es un contrasentido. Ya se ha dictado la sentencia, sin que nada falte, en lenguas hebraica, griega

(y latina.

Y se ve a la muchedumbre que grita y al juez que se lava las manos.

SEGUNDA ESTACION Entrégansele sus vestidos y se le suministra la Cruz.

"Salve", dice Jesús, "oh Cruz que tanto tiempo he deseado". Y tú, cristiano, ¡mira y estremécete! iAh, qué solemne ínstante, Aquel en que Cristo por primera vez acepta la Cruz eterna! Oh día de la consumación del árbol del Paraíso! Mira, pecador, y ve para lo que ha servido tu pecado.

Acabáronse los crímenes sin un Dios en lo alto, se acabaron las cruces sin Cristo! Ciertamente, es grande la desgracia del hombre, pero nosotros no tenemos nada

(que decir,

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