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« Previous Page Table of Contents Next Page »La. molendera abimdon6 el cuario y sa–
HeS para la cocina a prender el fuego, a poco de habe¡.- comenzado el oficio vio a la Flo¡.-en– cia pasar zumbada pa¡.-a el solar y cuando al rato regresó de fuera la mujer le salió a cor– ta¡'- el paso y parándosele de frente, le espetó: -Bueno, niñá y qué te lo está pasando que no has querido decirlo.
La preguntada entre torozón y torozón
contó el cuento B. la cocinera, la que sabida de
todo lo pasado comentó aconsejando:
-Yo de vos de un solo viaje le mataba el gato a Julián, ¡claro! que se lo a±or±illaba co–
¡n0 destripar una chata.
-y cómo así, ña Anselm.á?
-Pues plantándole una cegua en medio Cuero que es el lugar preferido por las brujas y despuesíto poniéndole un mal aire que lo haga berriar al muy pendejo.
-Qué vua saber yo de esas cosas rni seña
Anselma.
-Si vos no sabés de eso, la Prudenciana
lo sabrá hacer y ±e ayudará si se lo pedís.
-Será, señá?
-Cla¡.-o, que será! como que vos ±e llamás Florencia y yo Anselma. -Pero a mí me da miedo.
-Solo sos flojeras, cuando yo lo digo, es porque yo curé al finado y ya tengo sano a Ugenio.
-y que el defunto y Ugenio fueron como Julián?
-Ni más ni menos, los hOl11bres son los mesmos casi iodos.
-Pues si quiere, ña Anselrná, hay que ir
al grano y por supuesti±o Ud. me acompaña al viaje, que yo desde antes de la apaliada he
jurado cortarle la carrera, y confi más agora
que ya me dio para mis puros.
-Bueno, pues, al grano, y yo ±e acompa–
ño para que lo rebruñás.
-Entendida, y cuándo hacemos la cosa? -Por agora hace±e la bravo±a, malenca-rate delante del bruñido, no digás ni juco y
cuando esos chochos se vayan para Boaeo, iras ellos vaInaS nosoiras, y lo dem.ás corre
de cuenta de la Prudenciona. -Convenido, ña Anselmá.
-Pues andalo a ±u tapesco y chitón boca, Florenciá.
-Chitón pitiyo, ña Anselmá.
La muchacha regresó al sola¡.- porque por la daníiada había perdido las llaves y a poqui-
• - '¡ . io pasó para el dormitono en donde se ech6 después de ponerle punto final a los gimo±e– Vos, pero en plena actividad los malos pensa–
n1.ien±os lTIovilizados por la lTIanivela de la
venganza y al mismo iiempa por cierto celo
roedor de su alma que hacía tiempo le venía
diciendo que su querido iba a Boaco en busca
de alguna jaña que rondaba por la tarde y se
venían por la noche.
Cuando se estiró en el cam.astro iba dis– puesta a dorm.ir un poquitín más, pero la con–
versación con la Anselma le había quitado ±o–
da seña de sueño de los ojos, y se puso a pen–
sar en Julián, la Prudenciona y la Molendera,
de pronto como quien toma una seca resolu– ción, musitó entre dientes
-Sin que me tajoniara había jurado aca– bar con los viajes de Julián, o lo dejaba, ago– ra que me zampó el danto en las costillas de– bo de pararlo en redondo y hacer que se peya de Iabardillo.
Volteó la cara al rincón como para cercio·
rarse de si el querido dormía o ya estaba des– pierío, lo tocó y notando que estaba con la mona media entera lo rempujó hacia el al– bardeado del fondo, se acomodó lo mejor que pudo, se puso la luano en la barriga y vol– ±eándose de lado se quedó dormida, pero con los ojos tan abiertos que la Anselma que en– ±r6 al rato al dormitorio por ver si descansaba su poquito supuso que no había encontrado sosiego a pesar del gran desvelo de la pobre.
El cacho del aventador puso fin a la pesa–
da mica de CantilIano, se incorporó, se restre–
gó los ojos, se palpó el cuerpo y recorrió con la zurda la fornida y atrayente curva de la con– cubina y observando que ya había amanecido saltó del rincón al suelo sin despertar a la chavala.
Cuando apareció en el galerón del chi– quero las puyas de los compañeros saltaron a recibirlo, la de Mayorquín armó mate solla– mando el cuero al pobre diablo al brincar así:
Ya está allí el barzoniador de mujeres. Luego Zamora aventó la suya.
-Velo. Velo al chiquirringo, cualquiera que lo veya en El Pico Blanco en Buaco no pensará que es un valiente pijiado¡.- de jañitas.
Cruz Linaríe prosigui6 la tarea y exclamó sin detener el ordeño:
-Este güevonazo, a quién le prestaría esa cara, tan lavada y tan fiesa para venir con semejante cáscara al corral. '
Y hasta el aventador que traía del potrero a La Re±umbo y a La Cara de Mico, grit6 al verle, dirigiéndose al perro que lo acompa– ñaba:
-¡Juchú, Chingo pijudo! que Juliancito está alli y meniaIe porque te puede bruíljr como jodió a la Florencia.
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