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péi'miso de Zamórá, per6 para aíargarse de la hacienda caballeros estaban obligados a conseguir el consentimiento de Eugenio Ma– yorquín que era el rnandador de campo.

Para disponer de cabalgaduras en aje– ÍieC!)s particulares, es regla de campistería "hontaleña que el concierto que desea tenerlas debe de amansar los potros y muletos cerre– ros que ya se halen de albarda, es decir que hayan cu~plido cUatro años y.estén aptos pa– ra el trabaJo, los que son escogldos en el hata– Jo

Q entre los hatajos de las bestias del hato El jinete que determinó un caballo para

¡¡ti albarda le pertenece por entero hasta que lo entrega de freno y de espuelas ocho o diez lneses más tarde de la primera albardeada y nadie ni el patrón tiene derecho a quitárselo hasta que él lo devuelve al mandador de cam– po completamente domesticado.

Los sabaneros inquietos que gustan de chalanear y de andar de vez en cuando en

zafras, para hacerlo y no ocupar jamás el nú–

mero once tratan de amansar los brutos que más pueden, pero no se les consiente, sólo en raras ocasiones, que los solípedos escogidos

para una sola albarda vayan n~ás allá de los

cuairo.

Estos amansadores, suelen montar todas las tardes para ir a pasear donde ellos quie– ran, dentro de la propiedad o en sus alrede– dores, pero para dirigirse al pueblo están obli– gados a requerir el permiso del mandador de

campo que es el único que tiene voz y mando sobre los semovientes.

Cantillano para tener siempre pafas aje– nas frescas, mantenía llena la fasa de potros

destinada a cada concierío y como una curio–

sa y rara deferencia Mayorquín le autorizaba de cuando en cuando que se agregara dos muletos de ipegÜe, es decir que mantenía por tal condescendencia para su silla seis esco– gidos ungulados.

El segundo de Julián, Abraham Pérez, era

un buen muchacho, de tipo indígena, cabal,

delgado, de regular estatura, jipato, avispado y cantador comarcano de profesión, hombre prudenfe, pero decidido si una situación di– fícil lo ponía a prueba en cualquier momento.

El oficio los hermanó de fal manera que si Cantillano no salía, Pérez se quedaba gua– leando en los corrales y a la inversa si Abra– ham no podía dejar el hato por cualquier mo– tivo, Julián no se meneaba del aquerencio y se dedicaba a pasar el tiempo entrepiernado con la fresca saguatepeña que se había echa–

do encima.

Corno se dijo al princlplo los dos saba– neros se dirigían por lo regular de tarde a tar– de a la cabecera departamental, llegados a la ciudad Pérez la emprendía para donde tu tío Leocadio Hernández a dar informes y a la vez recibir indicaciones sobre el ajuste que el tío

hacía en El Cuero, y Cantilíano que no ±enl", pito que tocar para esperar sin aburrirse "'1 compañero y por instinto n~achuno se iba de. rechito para el barrio de El Bajo en donde

quería enjañar con una chipunguita sirvien~

tita de la casa del Alcalde del Bajo, remoque_ te que aíuteaba don Eusebio Roa y que se lo

habían puesto de sobornal sus conterráneos

del altiplano cuando el manejó la vara mUni_ cipal del nebuloso Boaco.

Entre siete y ocho de la noche los sabane_ ros paseadores se juntaban en Mombachito

y después de comprar unoS chilcagres y veri_

ficar las recomendaciones que les daban los

m.eseros sus cofrades enrumbaban para La

Trinidad a donde arrimaban entre diez y once de la noche debido a los pantanales del

camino.

Tal itinerario muy raras veces era inte–

rrumpido a pesar de las quejas de la Floren_

cia a su querido por el abandono en que éste

la dejaba, y no haciendo caso Cantillano a las llamadas de atención de la querida, ésta dis– puso al fin ponerle coto a aquellos viajes le costare lo que le costal e y sucediere lo que le

sucediere.

Cuando septiembre con su cadejo de Ven– davales tornó posesión de su período y prin–

cipió a derramar las cataratas de sus aguas,

la saguatepeña tuvo la esperanza de que Ju– lián desistiera de ir a Boaco por las tardes da– do a los friyeros que hacían y las remojazo– nes imprescindibles que ocasionaban las llu– vias en los peleros del muchacho, pero éste en lugar de privarse de la marcha cotidiana, remachó el clavo apareciéndose almareado cuando regresaba de la gira.

Una noche de cuantas, Julián llegó un poco más pasado de lo que acostumbraba, se apareció hasta al cerco, y por la simpleza de

una llalTIada de atención de la compañera. le

arpilló en el cuerpo sin decirle agua va una

docena y media de dantazos que la dejaron

dolorosamente am.oratada, casi medio derren–

gada y con la barriga floja a causa de una inesperada corré que te alcanzo, fruto induda– ble que le dejó de herencia la danteada.

La jincha gimoíió de 10 lindo, gimotió sin cesar, indudablemente para que su gipia– dera fuera oída, hasta que la cantadera de los gallos de las cuatro despertó a la molen– dera la que oyendo gipiar a la López se puso en pie y se dirigió a donde ésta y ya contra el cacho le dijo:

-Florenciá, qué te lo pasa?

La aludida por contestar aumentó el gi– moteyo y al ver la otra que no le decía nada le buscó en lo oscuro la cabeza y empezó a sobarle la frente la que tenía prendida y al sentírsela ardiendo musitó:

-Muchachá, te estás quemando, lueguito

que amanezca se lo voy mandar decir a tu

m.ama.

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