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« Previous Page Table of Contents Next Page »fuera tan cochón y cobarde que lo atacase a fondo antes de que él sacara su cutacha y ade– más como no vio que Tatote andaba la ±ica
fan1.0Sa se imaginó por los cuen.tos que antes
de atacarlo iba a panerear a traer la famosa arma blanca, una vez de regreso le grifalÍa
que se pusiera. en guardia y después del aviso
se comenzaría. el combate.
Para desgracia del caporal la herida fue sobre uno de Jos ojos y malferido en tan sen– sible lugar no pudo accionar del todo y si no ha sido por la presencia de don José María hubiera dejado el pellejo en manos del
blavucón
A los rrdrandas les llamó la atención que
El Corre Escoltas no entrara a comba±ir con su iica que es la que le avisaba siempre si de–
bía o no pelear según los trances y mas aún
era visible el hecho de que en semejante pa– rranda no la hubiera andado colgando de la
cinfura, de iodo esto sacó en claro un sapua–
nequeño, que lo cornen±ó en a1±a voz y dijo pa–
la dar a conocer su parecer, sin fijarse que el
vaJenlón había vuelto:
--Mal ha de andar Ta±ofe, cuando ma–
chetió sin aviso, pues hirió con cu±acha aje– na; yo de él nl.e iría paTa mi posada, me pon–
dría la ±ica al cinto, armaría caiHadera con
cualquier pendejo para probar y si la güirra
me daba los tres jalones me pondría los talo–
nes sobre la cabeza corriendo para mi sifio¡
eso que hizo es un mal agüizo1:e.
Uno de los que lo oían, dijo incon–
fin8nte:
--Es mal agüizote, no hay duda, pero quién sabe si el muy bruñido ya se fue hacer
lo que deci1.T10S; y sj no se ha ido, pues quien
sabe si hoyes el últhno día de Tato!e, porque
yo no sé por qué siento una corazonado±a de
que ahora van a fregar al muy pendejo apa– leador de iodos los cochones y lmnbién de
güevoncitos.
Zenón que columbró de pronto al temido
peleador volvió a la carga, pero en voz bajita
y casi conira el oído del rnuchacho, diciéndole:
-:--Manós, hijó, manós, aquí la cosa está
muy mala porque nos van a tapisquiar a
lodos.
-A todos? No sé por qué se imagina us– led que el asunto es solo de tapisquiar, Tiyó. --Jesús nos valga, hijito:
Treminia exclamó así porque vio que El
Grandote que estaba a unos ocho pasos de ellos se levantó de su taburete y se dirigió ha– Cla donde estaban
El hombre había oído la conversación del sobrino y el comentario de los mirandas so– b' e su cutacha y el mal agüizoie, y aburrido de las súplicas de Treminio se levanió dispues-
to a hacer obedecer al calenturiador y a correr a los hablan±ines que hacían rodeo al lado.
Llegado al umbral de la puerta se dirigió primero a los del comentario preguntándoles: -Qué es lo que estaban diciendo ustedes hace ratito?
Nadie dijo una sola palabra, todos se
quedaron con las quijadas tiesas, los pies he–
chos puro plomo y de un porrazo metidos en la hospitalidad de un juco, comprendiéndolo así El Corre Escoltas, les dijo seguidito:
-Eso soy yo coñonazos, con solo hablar los he mehdo entre un calabazo, y como en–
±re ustedes no hay un solo hOITlbre para yo,
váyanse a roncar ya o a puro danto los hago coger las tablas.
Nadie mosticó palabra y desfilaron todos
a pI isa a buscar el camastro en un silencio
galopante de cobardía en plena barajustada sobre el espinazo de cada papanata en es– tampida.
Zenón viendo la paneriadera guiñó al
sobrino con fuerza para que siguieran a los
corredores; el muchacho se agarró con rapidez
de la mocheta para no caer y con firmeza le
dijo a su guiñan±e:
-Tiyó, ya lo dije que no me iba, si se está enlriacando de miedo, déjeme que yo lo llegaré en seguida.
-Jesús, quó muchacho! Exclamó el po– bre hombre y se quedó clavado en el mismo punto porque en ese instante se arrimó El Grandole
-Bueno, murriña de cuita, y VOB a qué
le aienés que no le hacés caso a tu tiyo?, al tapesco he dicho y para el tapesco te vas, o yo te pongo el lomo como caballo carguero con
cincuenia chonelones; voy a miar allí a. la pla– za y si cuando vuelva estás aquí encomendafe
a Santa Rita o a la bruja de la Sinesia para que te preste el cadejo con quien sale ella a pasear para que te defienda.
Tigiiilote lo alzó a ver con una lenti±ud que rayaba en indiferencia y como estaba en el quicio que tenía más de media vara sobre el piso, sintió que se nivelaba con el gigante por medio de la elevación en la cual esiaba colocado, y encogiendo los hombres como quien no le da importancia a la bravuconada, contestó entre dientes.
-La murriña se pasa y la cuita mata a los micos.
-Qué esiás rezando, jodidiió?
-Andate al solar, que es malo detener la miada.
-y a vos qué te importa que me re– viente?
-Eso mesmo digo yo, qué te importa que yo no me vaya?
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