Page 38 - lista_historica_magistrados

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de muchElchos retozando alegremente; ofros, cUéll enjsm.. be'e de llbej<'Js, en forno i'I una venta de ~rutil5 o de "fres..

ca Sil. Ni heraldos ni ujieres había en nuestro baile a la luz de la luna, y las l>arejas iniciaron la danza al c()mpás del rítmico batir de las olas del gran océano que ondula– ba majestuosamente a nueslios pies. ¡Oh, el denso tras– fondo de la selva, la dilatada y rasante línea de la playa, la clara noche de luna, las bailcdot'as vistosiJmente vesti– das, la música, la aleglÍa, y la pélusada pulsación del mar. !

Apenas podía convencerme de la lealidad de ~C1uella es..

cena fan difeiente a todo lo que hilbíamos visto hasta en~

ton ces. ~n los intervalos dei baile se encendían los pu~

ros y los cigarritos, y a eso de ras once -cuando la ani~

mación parecía decael- la idea de un juego de prendas fué aclamada por unanimidad. Se trazó entom::es un gran círculo en la arena a cUYO alrededol' se fueron sentando los participantes, homl;H~s y mujeres altel iladamente. Nuestro anfitri6n, pese a que tenía ya blanco el cabello, conservaba aún el espíritu y la vitalidad de la juventud, y se ofreció voluntariamente cuando alguien sugirió que

"un muchacho" o«::upara el centro de la rueda '! abriese el juego. Su gesto de buen humor ~~Jé recibido con unn tumultuosa algarabía. El juego pareda ser del mismo gé.. nero de aquellos con que se divierten los niños en los Es~

fados Unidos, y fue precedido pOI' una recolección gene.. ral de pañuelos, que ~ueron ¿}tados en un soro lío v co~

locados en el centlo de la lueda Nuestro amigo tonió en seguida uno de ellos al azar y procedió a interrogar a Sy

dueÍ10 o dueña acerca de sus íntimos a~edos, y, pOI el co~

nocimiento ~ue tenía de los circunstantes, hacía a veces preguntas comprometedoras que eran f'ecibidas con gran hilaridad. Aplicábanse penas a quienes no I esponcfían con firmeza y prontitud, y cUBndQ se daba ~in al interro.. gatorio enviábase al interrogado a cierto lugar del círculo

y sin demora se hada pasar el mismo suplicio al dueño de la Ipróxima prenda, y así~sucesivilmente. Alguna agu~

deza debía tener es~ inquisitiva que YOI 110 pude captar, pues era causa de ih~inito re.gocijo entre los espedsdores

y algunas veces de manifiesto sonrojo pa¡'a la víctima. Me

sent,uon en la rueda en donde mi noviciado fue motivo

de inmenso iúbilo, al que ma uní pOI' puro espíritu de buena voluntad, puesto que, al igual que 105 otros inmo~

lados, yo no podía ver en dónde estaba el chiste. Tuve la buena fortuna, eso sí, de tener flor compañera a

Doña 1, una de las más bellas d,]mas de I eón, a quien Dios bendijo c:on los más diminutos '! blancos ,pies del mundo, y ya que si después del baile tenían que quitarse los zapatos, ¿ no habría podido ella acaso recatar sus pies? Como 9aie del juego su marido le cupo en suelte

1) llna gran Ucoqueta", a quien el oráculo del centro de la rueda declmó que pertenecía por legítimo derecho.

Ya para media noche el entusiasmo que al principio animaba los juegos comenzó a decael, y 105 diversos gru~

pos de la playa se encaminaron a sus enramadas El nuesl'ro siguió el desfile general, ya que siendo parle obli– gada del paseo el tomar un baño de mAr antes de la 5ali~

da del sol, había que ms:ñanem Mienl'ras r:aminábamos por la playa observé que valÍos de los paseantes tenían hecho ya su huequito en la arena y Ili!tecían es~ar al1i tan eonfOl,tablemente instalados que de veras les envidié catre tan r.inguléu. Al llegar a lo que nuestro travieso huésped llamaba su glorieta, nos encontramos con que denfl o de

nue.otra jaula tejida se nos había preparado un esllecho lu·

9ar para dormir, el que, aUI1 cuando era lo suficientemeh_ te aseado y cómodo, parecía asfixiante e inconveniente en

comparación con la lIrena del campo raso. Y .pOi' cierto que escandalizamos a nuestros ami80s al anunciar, tras breve deliberación, que nos íbamos ti dormir a la playa, añadiendo que habíamos ido al mar con la precisa inten~

dón de pasar la noche al alcance de las salpicélduras del vasto océano. De modo pues que, echándonos al hom_ bro nuestras frazadas, dimos las buenas noches a las se.. ñoras y regresamos a la playa .. Ya el campamento dormía en relativa calma y las hamacas que colgaban del frente

de las viviendas improvisadas estaban ocupadas Ipor hom~

bres, todos con Su inseparable puro en la boca, el que ca.. da vez que chupapan brillaba en In oscuridad como la luz de una luciérnaga; pues es cosa sabida que en la América Central hasta el dios coronado de amapolas fuma puros. Uno de éstos, de buen tamaño, satisface a la mayor parte de los hombres, y nadie sino aquel a quien remuerde la conciencia o aqueja un cólico miserCle es paz ne mante..

nerse despierto des,pués del tercero las sirvientas de

varias enramadas y los mozos que carecían de aposento

se echaban en dondequiera que les parecía más conve_ niente: unos en petates o frazadas, otros en el puro sue~

lo; toclos, sin embargo, al igual que sus amos, fumando en

~ilencio su sabroso puro. Quedaban aún unos cuantos grupos; aquí -en un discrefo rincón- unos en rueda em~

hebidos todavía en un partido de monte, y, más allá, en~

tre las sombras, dos amantes en "téte

rr a .. téte", en íntimo cuchicheo para no despertar los dlagones Ip&ternales. Y

por entre todos ellos los solditdos en alerta vinUancia, ca.. minGmdo lentamente de un exhemo a otro de la ranche~

ría, fusil al hombro, fulgurantes 5US cañones bajo los ra..

yos de la luna.

La ;piaya, con la excepción de unos cuantos trasno· chadores dispersos, quedó completamente en calma. Es cogimos nuestro lugar a buena distancio de los demás (ha~

bía suficien'le espacio) Y cada quien hizo su hueco en la lIrena, se arrebujó en su frazada y se con~ió a la noche...

La luna descendía por el Oeste y su luz ~Iuía haciendo delar una columna SObfP. el mar y las olas que, nimbadas de pIDt~, se esparcían en lIuvi;¡ perlina a veinte pasos de nosotros. NO$ abanicaba la ~resca brisa marini1 C4ue mel~

ciaba su leve murmullo con el salobre siseo de léis agoni~

zantes olas y con el ronco y profundo contrabajo del olea~

je que allá a lo lejos se rompía impotente contra los pe~

ñascos de una ,punta. Y así dormimos: la desnuda tierra debajo de nosotlos, allá arriba el combo cielo, y el 9ran~

de océano impulsando por medio mundo sus undívagas olas para arrullarnos con

5U canción de cuna.

Despert~mos con el alba, cuando la aurora comen~

zaba a colorear las nubes" los escuadrones de la noche huían paso a paso hacia O~ddente La marea iba ya de mengua, y pOI la costa merodeaban pequeños grupos en busca de cangrejos descarriadoSi, o con el fin de llenar sus bolsa!) de delicadas (anchHas dejadas al descubierto pOÍ' la be jamar. También nosotros comenzamos a caminar por 11:1 playa dirigiéndonos después hacia un alto promol1to~

rio de rocas contra las cuales se rompían furiosamente las olas en incansable rugir Cublían las rocas caparazones de crustáceos que unos seis muchachos, a caza de su de· sayuno, desprendían él golpes de martillo Veíanse asi~

mismo centenares de escurridi1.os cangrejos que, al saltar nosotros de roca en rOCél, se refugiaban en las grietas.

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