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tu. indulgencia tan grande como aquella de nueslros pa–

erres en 1776, lo meior sería irse a casa y delar nuestro fu–

turo al arbitrio del "Destino del hombre" de Splengler y de "la venida de los Césares" de Amaury de Riencourt.

Si el lpensamiento conservador ha de tener efectivj.. d.d politica debe apoyarse en la experiencia humana, en l. 16gica y el sentido común; necesita de Burkes y de Bab· bilis, y no de Shelleys J6venes posesos del Demonio de lo

Absoluto. Un tema, cualquiera que sea su justificación

en la teorla y en la fe, se excluye del prop6slto polltico .1 na cae en el campo de las actuales posibilidades. Quizás el más seductor absolutismo de nuestro tiem· po en el campo conservador es la engañosa ecuación sim.. pie de poUtica - religl6n. Esta puede tener sus origenes

en una fe intuitiva y personal, o en una demostraci6n tea.. 16gica, o en la reflexi6n de que la historia nO! aporta nin– gún ejemplo de un sistema ético que pudiera subsistir por largo tiempo divorciado de sanciones sobrenaturales, o en la observación de que nuestro colapso político es el resul ..

fado de un nihilismo moral producido por el cientificismo

contemporáneo (en violaci6n del verdadero método cien·

rifico), el escepticismo (cuando va acompañado de una in–

finita credulidad), el relativismo (cuando sirve de mampa· ra a escondidos absolutos), y el pragmatismo (con sus con· c!uslones pragmáticamente disimuladas). De una o más de estas perce.pciones es fácil inferir que el único correcto

-o el único posible- conservatismo poUtico es el basado

en una afirmación de la Cristiandad. Esta es, de hecho, una de las proposiciones más !leneralmente acepladas por los conservadores; ciertamente, de todas las personas Incluidas en la amplia y variada deflnici6n anterior, más

del noventa por ciento, incluyendo, es bueno hacer notar,

algunos agnósticos y ateos, (e darían IU franco asen–

timiento.

Pero la afirmación obviamente implica algo más que la ostensible neutralidad del estado moderno, el que le– galmente equipara Cristiandad con vaodoo, demostrando

COn ello un soberbio e imparcial desprecio por ambos. Las escuelas .públicas, en particular, fomentan, y en algu.. nos casos particulares, virtualmente imponen el repudio de la moralidad y ética Cristianas, y definitivamente so– Clvan la fe Cristiana por lo menos en su negación tácita de excluirla de las cuestiones que son religiosas por defi· nici6n Cristiana. Al menos que las escuelas públicas sean suprimidas o vigorosamente restringidas a la gramá.. tica, aritmética y otros temas sin implicaCiones religiosas, serán fuerzas antireligH:»sas extremadamente poderosas hasta que afirmen e inculquen los valores de la Cristian– dad. Alegatos similares pueden hacerse hasta cierto gra– do a otros 6rganos del estado, los que por su naturaleza pueden expresar o implícitamente negar la fe Cristiana. Se sigue por lo tanto, desde este punto de vista, que los gobiernos de América deben ser oficialmente cristianos

y deben activamente propagar la fe.

Sobre este particula-r, por supuesto, se hace necesa– rio decir específicamente qué esi"lo que los gobiernos han de propagar. Desde sus orígenes, el Cristianismo ha re– querido definiciones doctrinales. Como todos saben, la Cristiandad primitiva ¡nclura innumerables sectas heréti– cas que sostenían todo desde el nudismo a adoración de

,erpientes, y hoy la doctrina, en muchos sectores, se ha vuelto tan nebulosa que miembros de la conspiraci6n co– munista es~án barbotando desde sus púlpitos propaganda comunista ligeramente condimentada con un vocabulario pseudoreligioso. Modernistas contempor'neos suelen usualmente evadir el tema con euf6rico parloteo, pero antes que las escuelas, por e¡emplo, puedan enseñar el Cristianismo deben saber si Jesús era el Hiio de Dios o un ¡oven neurótico que 10gr6 hacer algunas afirmaciones que aprueba un obispo "modernista". Un Cristianismo oficial debe ser un cuerpo de doctrina claramente definido, y si ha de ser efectivo, una fe activa en esa doctrina debe ser impal'lfida al menos a una ¡predominante mayoría de nuesR tra población. Por lo tanto, en realidad, los Estados Uni. dos deberran tener una Iglesia Establecida, aunque sería bueno evitar el uso de esos términos. Esta conclusión es simplemente natural; durante la mayor parte de su histo. ria, desde Constantino, el Cristianismo ha considerado que el Estado está obligado a suprimir la heregí" y el concepto relativamente reciente y moderado de una iglesia esta– tal establecida por varias prerrogativas legales es aun

~ceptado tanto en paises Protestantes como paises Cat6. IIcos de Europa. Nuestra constitución federal no prohibe a los Estados el establecer iglesias, y si un número su– ficiente de Estados establecieran la misma Iglesia una en- . '

mlenda constitucional [permitiendo el establecimiento de una Iglesia nacional seria cuestión de una mera formali .. dad. Según entiendo, hay tres concepciones de lo que podría ser una IIlglesia Establecida", estas son: el Catoli. cismo; un grupo seleccior,ado de Iglesias protestantes; o

UI1 arreglo por el cual estas dos se consideran formalmen– te iguales. Aquí, por supuesto, los !sostenedores de una iglesia establecida es donde están más profundamente divididos.

Aun si ignorára~os esta división, sin embargo, pa– ra el momento que llegáramos a estas alturas de nuestro alegato, la mayorra de más del noventa por ciento se habrá reducido a una, comparativamente pequeña, minoría. El aleg.ato, con todo, es enteramente lógico, y aquellos que lo sIguen deben ser alabadas por haber evitado el pan_ tano del contrasentido pseudoreligioso de moda que pre– tende una enfermiza semblaza de tolerancia al exigir que todos los cultos se unan para combatir el escepticismo

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porque o Importante os tener

lI una fe ll escogida de entre el florecido jardín contemporáneo que ofrece ramilletes que le "caen bien" a todo bello cutis. Eso, por supuesto, equivale a decir que no importa lo que uno crea, lo im– portante es creer en firme - lo que es, probablemente, el más drástico y ofensivo repudio de la relig6n conocido en el mundo moderno. Asr como la antitesis del amor no es indiferencia sino odio, lo opuesto a la verdadera reli. gi6n no es la duda, sino una religión falsa.

Mas el camino que evita el pantano conduce a algu– nas s6lidas conclusiones, y uno no puede menos de admi. rar el atrevimiento y el candor de los pocos que admiten haberlo seguido hasta el fin. Pues si el verdadero con. servatismo ha sido identificado con la verdadera fe, la Jó~

gica les fuerza a continuar -en algunos casos, me consta con desgano-- a la conclusi6n final de que los político~

conservadores que no companen su fe deben ser consi– derados ya sea como instrumentos para abrir el c~mino ha.

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