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EN LA GUARDIA
que todos los miembros de la patrulla necesi,
1an y qne realn'lcnJe efeclúan anle5 ele inicial"
el ascenso hacia su destino.
La ascensión hacia aquella ITlole que, cual
enfurruñado Gigante hay que domeñar, con–
viene iniciarla sabiendo dónde pisar firme y
pronto, pues cualquier descuido que se tenga al asentar los pies en sitio inadecuado del sen– dero a seguir, cubierlo de piedras resbaladi–
zas, sin esperanza alguna de salvar la vida,
haria rodar hasla el fondo del abismo, al que éso hiciera Muy poco o nada puede conver–
sarse mientras se asciende; el cansancio que
produce la marcha a compás apenas da tiem–
po para detenerse unos instantes, mirar lo que se ha subido y cobrar nuevas fuerzas para as–
cender, sin mirar, lo que falta. De hacer esto
último, desaparecería corno por encanto el de–
seo de continuar la fatigosa lnarcha.
Tras unos veinte minutos de ingente es–
fuerzo por escalar aquella altura, la patrulla llegó a la un tanto achatada cúspide. Allá, el pecho de cada quien pudo respirar, a pul– món lleno, aire lavado de alturas. Los mora– dores de Santa María parecen haberse encara– mado a semejante altitud para refugiarse en ella y morir de soledad, más cerca del cielo.
El subteniente Granera y sus cachorros,
como él ya denominaba a los miembros de la
guarnición, recibió con alegría y rnejar volun–
tad la visita que se le hacía, y luego de mos– trar su ag\.ldo ingenio, haciendo broma da todo lo que vi6 y de lo que no vió, instaló a cada cual donde mejor pudo y atendió a su invitado de honor, con toda prodigalidad.
El de Santa María, compuesto de unas
lanias casitas y chozas pajizas en sus extremos, por rní será siempre considerado como un po–
blado especialmente construído para defender– se de ataques aéreos, tal su fonna y ubica– ción. Al cuartel mismo de la Guardia Nacio–
nal, se le puede considerar, en lugar de cons–
truído sobre ella, como inscrustado en la tie–
rra, pues a cin<;:o escasas varas de distancia,
sólo SOl le puede ver su tejado.
Entre las personas que salaban de serviqio
en el Cuarfel pude saludar, al Cabo Gustavo Cuadra, encargado del aparato de Radio, pri– mo hermano de Manolo Cuadra, también Ra– dio-Operador del Area, en Ocotal, ambos deu– dos y amigos.
y la noche, como aplastándolos con su absoluta obscuridad y completo silencio, se echó sobre hombres y cosas de Santa María
4maneció. Una espléndida mañana, pu– ra, pUl ísima. El sol dorando a lo lejos mayo– res altitudes y descubriendo a la ávida mirada de los curiosos los Grandes Lagos de niebla for– mados en las grandes depresiones de los gran– des muntes.
En el camino de regreso a Macuelizo, con su pairulla, por última vez quizá en mi vida,
poco antes de entrar a la montañita, pude ver a Santa María ya cubierfa bajo el edredón de la niebla ¡Un recuerdo más!
Exceptuando el diario trajín que los servi-
cías de Policía dan en ladas las poblaciones a
los Co:r.nalldanlc~:i y la pleferente atención qUe
hay que blindar sien lpl e a los asuntos relali_
vos a la guarnición, los días apacibles de Ma,
cuelizo, con la vigilancia del "Viejo Chico" ya
un tanio amortiguada, continuaron. ,
Fue el 28 de Diciembre de 1932 que el pueblo y su Comandante se conmovieron Con la inesperada visita del Mayor Alberto B. Baca recién llegado Comandante del Area Norte' con sede en Ocotal, y Subtenientes Jacint~
Montenegro y Alfonso Montenegro.
Este último, desde el 29 de Diciembre fUe designado Comandante de Macuelizo en repo_ sición mía. Yo fuí, levado por el Mayor Baca y Teniente Jacinto Montenegro a Somoto y de– signado, con el cargo de Oficial Ejecutivo, Se– gundo Jefe de ese Distrito desde aquel mismo día. El Comandante titular de Somoto lo era el Teniente Lizandro Delgadillo, temporalmen_
te ausente de su puesto
Estaban asignados a servicios en la ciu~
dad de Somoto los subtenientes Carlos Eddie Monterrey, Gonzalo Matus, Gilberfo Peralta
Ramón Javier Torres y Fernando SOfornayor: entre afros, y, como Sargento de Compañía, el
Sargento Primero J. Joaquín Lavo, nativo de allí muy bien recomendado cumplidor de su deber, diligente y entusiasta Guardia Nacio– nal. Con el tiempo, paulatinamente el Sar– gento Lavo fue ascendiendo, en la segunda etapa de la Guardia, hasta alcanzar el grado de Coronel de la Institución, actualmente refi– rada.
Siempre que,
en algún cam–
bio de oficia,
les, tocábame recibir un nue–
vo puesto de servicio, enfonces parecía que
acontecimientos de cierta notoriedad y tras–
cendencia se complacían en ocurrir.
Así vernos que, cuando, en su nuevo ser– vicio milifar en Somoto, a la mañana siguienfe
de su arribo, desde mi escritorio xne disponía
a despachar los asunfos de mi incumbencia,
sorpresivamente recibí la visita de un Raso G.N. de servicio en la ciudad que, de inmedia– to dijo llamarse Pedro Gutiérrez, Coronel del Ejército Libertador de Sandino, a cuyo servicio no deseaba estar más Y actuando con bastan–
±e desenvoltura, aquel Raso-Coronel, de uno de
los bolsillos de su pantalón, sacó un legajo de papeles entre los que constaba, realmente, su calidad de Coronel, otorgado por Augusto C. Sandino.
Antes de proseguir esía narración convie–
ne establecer que, la circunscripci6n territorial
de SOIlloto fue y seguía siendo entonces, zona de gran movilización sandinisfa donde, el nor~
teamericano, Capitán Williams, con toda y sU bien cimentada fama de hombre inteligente y
valeroso, jamás pudo erradicar el sandinismo
que por años imperó en el Distrito militar a su
cargo.
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