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recién salido de las aulas académicas castren–

ses de Managua.

No es para ser descriio el ITIajesruoso y

pausado andar de Caballero y Cabalgaclula

como tampoco la ínfima sa±isfacción que tanio

el Comandante de la plaza y sus habitanies

sinfieron al adverlir la presencia de aquél sirn–

pa±iquísiITIo oficial, larguirucho y enclenque que, a su sólo arribo acaparó la ±oial sim.patía

de iodos

Cual verdadero Caballero Andanie sin lan–

za, buscando con quien cruzar los aceros más finos de su intelecto, que eS n1.ás fueríe y más bien cuidado que su revólver, el subienien±e

Jorge Granera A, ingenioso corno pocos, en–

rUHlbaba su hUITIanidad hacia Sania María, el

úl±imo eslabón de la cadena de puestos mili–

iares que la Guardia Nacional de Nicaragua

mantenía en su frontera norteña.

En Macuelizo, nadie conocía al Subtenien–

fe Granera No obstante, al echar pie a fierra,

después de siluarse frente al Jefe de la plaza y

solicitar su venia para desITlontarse, concedi– da de inmediato, a todos pareció que desde muy antes, quizá desde ni.ños habíase .tratado con él, y que aún en aquellos instantes, tan so– lemnes y cereIl1.oniosos, cuesHón de esfilo entre personas cultas, no se hacía más que admirar, por aira vez, la gracia, el garbo, el donaire con

que él a iodos saludaba.

Hechas las presentaciones del caso, col– mada la natural curiosidad de los circunstan–

tes, y traspuesto que hubo el umbral de la ofi– cina del Comando, el Subteniente Granera, -hoy MAYOR-, fue atendido como acostum– braban atender los Comandantes de Puesto a

sus Visitantes, compañeros de arILlas: con po– sitivo calor amistoso, efusiva sinceridad, y es–

píritu abierto de cooperación y solidaridad.

Para mí, el hOlTIbre más silTIpático que la guardia vieja, así con minúsculas, -y no la

Vieja Guardia-, que ha tenido la Guardia Na–

cional! fue, sin necesidad de repetirlo dos ve– ces, el fino amigo y agazapado poeta de ver– dad, subteniente jorge granera a., así con mi– núsculas. De éste, nada queda ya, murió de en–

clenque. Y aunque el recuerdo de su figura y

de sus hechos perdura enfre sus amigos, la

verdad es que el hoy Mayor Jorge Granera A., del todo no se parece a granera jorge subte–

llien±e 9 n.

En el terreno de los confidencias, cuando Oficial Comandante y Oficial Visifante, para

conversar habíanse sentado, el último contó al primero que desde su graduación, y, por con– siguiente, ya en Santa María con más justa ra– zón, pasaría noches de claro en claro y días de

turbio en turbio, añorando la ciudad de León.

Esto, por supuesto, si antes no se le secaba el cerebro de tanto leer, a lo que se dedicaría si los "muchachos'!, (así se les denominaba a los

sandinistas), le dejaban disponer de algún fiempifo. En realidad nada le dolía, pero do– Hase todo él. En toda la mañana, y por el ca–

rnina, dijo, no había ingerido alimentos, pero con la conversación se fue animando, comién-

dose las experiencias que su interlocutor habí q

lenic10 en todas sus andanzas por el LInparía...

ITlonl0 segoviallo.

A medio dia, de aquel dia, el Ordenanza encargado de servir las con1.idas a su Co man _

danie, apareciase a informar que, según la Ca..

cinera, el Menú del Almuerzo sería: Sopa de Gallina bien cargada de verduras y huevos; Un bistec encebollado de regulares dimensiones

sobre una ensalada qe lechugasi un arroz suel..

10 de esos que hacen agua la boca; una pasta

de frijoles colorados, café o refresco de naran. jas, postre de higos en miel y algunas otras

cositas típicas.

Servido el almuerzo; el subteniente grane..

ra deparlió galantemente con la sopa a la par

que con el anfitrión; y cucharada va, y cucha. rada viene, le dió tanio a éso, y con tal avidez

que nadie, viéndolo :trasegar, hubiera imagi..

nado que alli habia cosa modal sino la sopa rnisma Despachada ésta, apadó el plato que

la coniuvo acercándose el del bistec. Y corno quien piensa dejar mondo un hueso, se fajó con la carne, y tris, y trás, por aquí corto y por

allá trincho, eITlpezó a comerla, bendiciendo a

Dios Mientras, entre bocado y bocado, con. taba ¡qué iba a contar! sostenia que: a su inapetencia se debía lo larguirucho yen· clenque que estaba

Después del almuerzo, el subleniente gra.

nera lió sus bártulos, y, con su custodia de

Guardias Nacionales llegados con él de Ocotal,

salió de Macuelizo hasta su nueva estación de

servicio, no sin antes agradecer las atenciones

recibidas del Comandante, a quien muy cor–

dialmente invitó para una tenida en sus here–

dades

Al solo bajar la pequeña cuesta que si–

guiendo el viejo camino que conduce al Río

Macuelizo, de unos quince metros de ancho de curso normal y unas veinte pulgadas de pro– fundidad en su más cercana paso por el pue–

blo, el Rocinante del subteniente granera, con

el estruendo del agua y el de los golpes que le daba para que se introdujera a ella y echa–

ra a andar, se encabritó, y ahí no rnás, en la

correniada, hubo de deposifar bruscamente su

preciosa carga, ante el asornbro y risas de sus

subal±ernos y amigos que atrás dejaba y le mi–

laban. Un tanío colérico, pero remojado por el

chapuzón, cual el Caballero de la Triste Figu–

ra comentó: "Muchas y muy graves historias

he leido yo de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oido que a los caballeros

encantados los lleven des±a manera" Y se

perdió cuesta arriba, al otro lado del rio, como Don Quijote por los caminos de la Mancha .,

Desde la iarde de aquel dia, con intervalos de 24 horas de descanso y en el decurso de los subsiguientes, fueron despachadas hasta

distanies caseríos de su circunscripción ±erri±o~

rial varias patrullas de combate que ni fueron atacadas por los sandinis±as, no obstante la Inenos sorprendida en sus propios reducios

de Macuelizo Sin embargo, conociendo el Co– mandante la táciica sandinista ya descrita, -24-

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