Page 52 - lista_historica_magistrados

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1M Iloceslta vender, slen\pre tlonén su valor o m¿s ... Il&f

eso una tJ'renda fina es Ulla finca, tomo decimos por

allá . Y cuando Avendaño era Presidente del Estado y llegaban a rpreguntarle qué quería que le regalaran -us– ted sabe, tantos interesados y tantos aduladores y 10$ em.. pleaditos que desean conservar el puesto- pldeles pre,,· das 110 más, le decía yo Muchas de éstas son de aque.. lIa época.

_¡Estupendo! Y las lleva usted maravillosamenle: iparece un arbolito de Navidad!

-Muchas gracias, Carlitos, muchas 9'raelas.

rabio comenzó a reCOrror los grupos y, con gr':II1 sor–

prosa, encontró en uno de ellos a don José Laurencio Sil· va. Más aún lo intrigó observar que parada conocer a muchos de los invitados y que varios jóvenes se acerCí'lD

ban a saludarlo. Dado el relraimiento en que vivra el Dr. Silva, ¿significaba aquello que estaba mezcl.do en la conspiración que los jóvenes organizaban y que en esta fi.sta debla de adelantarse?

Desde luego esta última finalidad de la reunión se adivinaba también en la sorprendente variedad de invita– dos que habían concurrido: unos, de 105 drculos más dis– tinguidos de la capital; otros, evidentemente, oscuros agi– tadores de barrios o guerrilleros provincianos retirados; hastantes ióvenes, algunos ancianos, intelectuales, polhi– cos, conocidos correveidiles de varios grupos hostiles al Gobierno, y, sobre todo, numerosos estudiantes_

Marra Celeste no habfa ido, pero Pablo Peralta sintió verdadera alegría cuando el Dr. Silva lo tomó del brazo para proseguir ¡untos el paseo entre la concurrencia. Era evidente que el padre de Marfa Celeste se hallaba en aquellos momentos particularmente sa.:tisfecho y segu.. ro, y, aunque Peralta no sospechaba la causa, le compla.. da mlivinal aquellos sentimientos. Aliviaban sin duda la continua tensi6n espititual de su orgulloso amigo y le da.. ban ti su trato, en aquella mañana, una flexibilidad inusi.. tada.

Se acercaban a las grandes hogueras, a un lado del patio, en los cuales se asaban tres grandes terneras. Se.. gún la costumbre, los invitados iban allí a servirse perso– nalmente de la carne que permanecía entre los asadores, y no usaban tenedores ni ¡platos: comían de pie con los dedos, mienlras charlaban. Peralta prefirió lomar un sandwich de los que servia un mesonero.

-Doctor Peralta, ¿por qué n"l <orla de la lernera? No le dé asco, doctor . .

El que as' lo interpelaba, a gritas y a cuatro metros de distancia, más agresivo que cordial, era un hombre lI1e»'reno, ya ntaduro, y a quien Peralta no recordaba co~

nocer.

-¿Y por qué cree usted que me da asco?, le contes– tó frlamente.

-Bueno, me lo imagina. Como usted viene de Eu.. ropa Pero no olvide que aquí todos somos "café con lecho" . y que a todos alguna vez nOs sale el negro .. -¿Y por qué no nos .ale el blanco? . Usted por ejemplo -prosiguió Peralta con sosegada burla– ¿por qué no sienle que le sale el blanco?

-IAh, nol ~s que a mI me Van. dedr siempre ljUO

me s.lo el negro y yo prefiero adelantarn,e.

-Pero es que eso de comer con los dedos no es cuestión de blancos o de negros, terció el Dr. Silva. Co.. mo otros problemas que nos mortifican, ese de la diferen~

cia racial lo metemos siempre donde no viene o cuento. Hoy los ingleses se escandalizan s610 porque uno cambie de mano el tenedor, pero hace tres siglos has!a sus reyes comran con los dedos ...

Pese a este esfuerzo de Silva por darle a la conver– 5aci6n un tono general y desinteresado, el tipo que había interpelado a Peralta se alejó sin haber querido abando· nar su hosca actitud.

-y a propósilo de los íngleses y de eso que usted insinúa, Dr Silva: en estos dlas he estado leyendo -co– mentó un ioven- sob're las costumbres brutales que per.. sistieron tanto tiempo en Inglaterra, aún entre las clases más elevadas. Es ul1a buena lecci6n para nosotros que tanto nos alarmamos por las que nos han quedado como residuo de nuestras guerras y del desamparo en que ha vivido el pueblo.

-Lo malo es que un autor francés, según creo re.. cordar -diio don José Laurencio- supone que el ele– mento civilizador que modificó aquella sociedad lan rudo fueron las leyes penales, y ,porque señalaban hasta un centenar de delitos cas,ligados con la pena de muerte. No me gustaría que alguno de nuestros gobernantes tomara la lección por ese lado

-Olvida ese aulor quo también existió en Inglate. rra una tradición de humoristas que flagelaron aquella so· ciedad con no menos liberalidad quo las leyes pen.les ...

y con más eficacia.

Peralta advirti6 que quien hacía esta observación era el mismo joven que con tanta crueldad había puesto en ridículo a la esposa del General Avendaño.

-También tuvieron, le respondi6, una tradición de predicadores y de moralistas, tan pr6digos en amenazas

~omo las propias leyes penales. .. No debemos olvida\'· los tampoco ..

-Si: pero me interesan sobre todo los humoristas, ¡porque en Venezuela tenemos más de humoristas que do predicadores. Y si, por ejemplo, a "stas bestias que sa· quean hoy el país les hiciéramos comprender que produ. cen Inás asco que c61era o miedo, que no los conside,.a– mos como fieras sino como puercos, que su tozudez no es un signo de superioridad sino una prueba de su miedo y de su rustícidad, creo que habríamos adelantado muchO! para corregirlos o Intimidartos.

-¡Bueno! Pero hace poco pensé que realmente era usted un humorista y ahora Ine deja ver que tiene mucho

Inás de predicador ...

Peralta se lo habra dicho sonriendo y el joven a su ve% se ech6 a reír y coment6:

-Tiene usled razón, doctor. Me cazó. . me dló cuerde para que soltara al ~redicador. . Tiene usted

~azón: en Venezuela estas cosas nos duolen demasiadO! para permitirnos ser buenos humoristas .. a lo menos· es

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