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AUGUSTO MIJARES

REVISTA CONSERVADORA se complace en presentar a sus lectores, a manera de cuento político, las páginas siguientes de Augusto Mijares, el eminente novelista Venezolano que es uno de los más grandes pensadores de América.

. . . Una corneta que insistentemente llamaba desde la puerta de la casa interrumpi6 lal reflexiones de Pablo. Eran los dlas en que Jos primeros autom6viles llegados a

Caraces atronaban tas calles con sus bulliciosos motores, pero mAs aun con sus cornetas, y aquella cla~jnada signiO'

ficaba que hablan llegado ,por Pablo unos amigos con

quienes iba a una fiesta campestre.

¿Fiesta campestre? Tal era la apariencia ostensible,

pero como un secreto a voces se decia que era en realidad

Una reuni6n política donde harían contado numerosos

grupos hostiles al Gobierno. Esto no entusiasmaba a Pa· blo, enervado además por su obsesionante conflicto, que todo incidente politico exace~baba, pero, sobre todo, lo

alarmaba que aquella reuni6n se verificara en una pro..

'piedad del general Avendaño, a quien todos conocían co–

Mo UlIIO de los más despreciables aventureros de varios

reglmenel pollticos, aunque ahora en desgracia con el Go– bierno.

Había cedido sin embargo ante la in!listente invita·

ción de sus amigos, y para ¡proseguir en su redescubrí ..

miento de la Patria, tan cambiada en muchos aspectos en

los cortos años de su ausencia.

Baj6, pues, .apresuradamente, y tras los usuales y rui..

dosos ..Iudol, el auto se encamin6 hacia el este de la ciu– dad. Pomposamente Ilamábase carretera ~I antiguo ca· mino de recuas, apenas ampliado y sobre el cual se habla echado una capa de cemento, pero ésta, además, sólo Ile· gaba hasta la vecina poblacl6n de El Recreto, , tres o cua· lro kilómetros de Caracas, y de alll." adelante la llama–

da carretera volvía a ser de nuevo sinipleme~te

II camino ll

Por e.o el auto en donde ib,n Pablo y .us amigo. era el únicO que se habfa aventurado a la excursi6n, y el resto de JO$ invitados toma/ron viejos carruajes, algunos hom· bres Ib,n a caballo y un numeroso grupo de muchachos y

muchachas se decidieron por utilizar carros tirados ,por

bueyes. Eran los mismos carro. que se em,pleaban en los Irapichel para transporh" 1, caña de azúcar, y cuando se utilizaban como carruajes, los viajeros debian ir de pie y fuert,emente asidos a las barandillas del vehlculo, ,pues és– te, lin amortiguadores contra 101 choques, a cada bache del camino zarandeaba implacablemente su regocijada y bulUclosa carga humana.

Por lo demás el lugar de reuni6n era la casa de una hacienda de café, a diez kil6metros escasos de la capital, y muy pronto ios diferentes grupos de invitados y sus he·

terogéneos medios de transporte se mezclaron en los um·

brosos callejones de las plantaciones.

El general Avendaño esperaba en el amplio patio de secar café que servía de terraza delantera a fa ca.. y, des. ,pués de haberlo saludado, Pablo y sus amigos pasaron el

interior y encontraron a la esposa de Avendaño rodeada

de amigas.

En aquel momento la saludaba un jovencito de ojos sallarines y burlones:

-Pero qué elegante -deciale- se ha puesto uso

tel, doña Margarita. Ya veo que vamos a .tener una reu.. nión suntuosa.

La verdad era que la flaqufsima y ya anclana señora llevaba un brillante traje verde y estaba tan cargada de pendientes, pulseras y dijes que bajo aquella luz tropi. cal, en el ambiente campestre y al lado de las j6venes en sencillos trajes deportivos, tenra un aspecto detonante y lastimoso. Pero ,todos conocian su afán de oslentación y

nunca faltaba alguien "que le diera cuerda", como anun.. ciaba malignamente. Esto era, evidentemente, lo que se

,proponía el joven" Pablo y sus amigos se detuvieron en

observación.

-Muchas gracias, Carlitos, contestábale ella inge-

nuamente. Es favor que usted me hace usted, siem-

pre tan amable.

y sin transición, rot05 ya Jos frenos:

-Mire: esta pulsera me la regal6 el General -asr

llamaba casi siempre a su es.poso, reminiscencia de Ja épo.

ca en que habla sido su respetuosa concubina, según de. clan sus paisanos- me la regal6 en el último cumpleaños

de casados; esta otra es del año anterior.

-Preciosas. ¿Y los aretes?

-iAhl, eSas me los consegul con un plello, no crea. Porque el hombre se me habla desca.rilado y yo lo des· cubri y no le volvi a hablar hasta que no me regal6 éso tos.

-De brillantes. ¿Legrtimos, por supuesto? -iPor supuestol A mí no me gustan sino las cosas finas. Y el General comprende: estas cosas, cuando uno

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