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SERVICIO REGULAR

Hicks, oficial de Radio, fuá sacado lue– go a otro lugar con el objeto de hacer funcio– nar el radio-trasmisor y cursar un mensaje a Managua u Ocotal en el que se informaba de los veraces acontecimientos de Jícaro y Apa– lí. No podíamos los nicaragüenses confiar mucho en Hicks, pero al menos, pensamos, por no saber nada de señales radiales, que éste daría informaci6n a sus compañeros que pudiera moverlos siquiera a investigar.

Con el Teniente Bernheim, pasé luego a discutir y aclarar la situaci6n, y mientras eso acaecía con la asistencia de todos los alista– dos, la voz de los centinelas dio a conocer que la guarnici6n de Apali, regresaba a su estaci6n de servicio regular. Eran las cuatro de la >:nadrugada.

Con el Sargento Meléndez a la cabeza, cada alistado de la cabecera del Distrito traía consigo, desde El Jícaro, de dos a tres rifles, gran canlidad de cartuchos y buen nÚ>:nero de a>:netralladoras.

A las cinco de la mañana el Cuartel de Apalí fué totalmente desocupado: en él que– daron s610 los oficiales norteamericanos cus– todiados por el Cabo Cástulo Zavala y el raso Santos G6mez Ruiz, con sendas ametrallado– ras, instruídos previa>:nente sobre lo que ha– bían de hacer, caso de producirse un co>:nba– te o bombardeo al campo natural de avia– ci6n de Apalí, distante unos 700 metros de las trincheras del propio cuartel.

La guardia toda, compuesta por el Cabo Clemente Lumbí, Sargento Meléndez y raso Juan Bellorín, con ametralladoras todos, tom6 posiciones en las lomas que paralelamente corren a ambos lados del aer6dromo de Apa– li. La moral de todos era magnifica. Todo podía perderse, hasta la vida, pero también todo podía ganarse, hasta el sosiego, si se lle– gaba a un buen entendimiento.

Como a eso de las seis y media de la ma– ñana, dos avioncHos de bombardeo y recono. cimiento aparecieron revoloteando sobre el cielo de Apali. primero muy alto, luego más bajo. Bien podían distinguirse las cuatro bombas colocadas en sus vientres. No fue sino hasta la tercera vuelta de los aviones que apareci6 uno nuevo de transporte, un Fokker, volando a gran altura.

Dí orden para que se pusieran las señales corrientes de avíaci6n. Durante un cuarto de hora creímos los de tierra que los del avi6n no bajarían. Pero al fin uno de los dos de re– conocimiento descendi6 al campo. Del avi6n salt6 el Capitán Rowan, de servicio en Ocotal, quien en muy buen español, me pregunt6 qué clase de sublevaci6n era la mía. Explicado lo que tenía que explicar, ésto es, que, en Apalí se continuaba obedeciendo las 6rdenes del Cuartel General, el Capitán Rowan, hasta que se perslladi6 de esa verdad, cambi6 perso– nalmente las señales aviatorias por otras que él traíE;l, haciendo que al avión de transporte descendiera, no así el otro de reconocimien– ,to que dijo ser una protecci6n.

Del avión de transporte salt6 primero e Mayor Burwell, Segundo Jefe del Area NOrl 1 y tres oficiales más que no eran de servicio reo guIar del Area. Burwell, un hombrecHo de une cuatro pies de alto, delgado de cuerpo, coleS moreno y eterna sonrisa, usando lentes de a.u

r mento, dirigiéndose a mí, sin más preámbulo me :preguntó si personalm,:nte respondía d~

su vlda y la de sus companeros. Empeñada Ini palabra de honor, a petici6n de BurWell

que pa.ra entonces se notaba más calrrto, COl

mencé a narrarle lo sucedido, con todo dela 11e y l1tención de tesfigos; y, tras informarl, que el Capitán l',elly, Tenientes Price y Raga dale y otros dos oficiales se hallaban custodia. dos por dos alistados con las instrucciones ya

conocidas, y examinar la herida que el Te nienie Bernheim moslraba en su cabeza, (pa ra lo que se tuvo que llamar a éste hasta la más cercana loma}, el Mayor Burwell sugi ri6 pasar al cuartel, así como retirar la Guar dia de las 101nas Dadas las pertinentes ór

denes, incluso al oÍro avi6n que descendió, en

pocos minutos 11eg6se a las trincheras de Apa

y al cuarlo de oficiales a quienes, en in

glés, el Mayor Burwell pregunt6 si habían si do mal±ratados. Después de la contestación negativa de ellos, procedi6 a tomar declara

cianes verbales, no escrifas. TerIllinadas és

fas, me ordenó que, con la misma Guardia

que antes había llevado a El Jícaro, junto con él, partieran inmediatamenle a aquel lugar. Llegados allá, toda esa tarde del 2 de Oelu

bre, por escrito, se tomaron declaraciones a

civiles, alistados y oficiales. Y, a las cuatro de esa misma tarde, con siete alistados de El

Jícaro, salió el Mayor Burwell hacia Apalí, !le

vando de prisionero, según dijo, a Harnas

l quien como Relly sería castigado, lo mismo que a Seymour y Reller.

Como de acuerdo con los Reglamentos de

la Guardia, ningún miembro de ella, podía dar informaciones a la prensa del país, aun que escribí a mi familia de Managua, contén dole lo acaecido, lo hice con la súplica de no hacerlo público, porque de lo contrario se me podía juzgar en Consejo de Guerra, por infrac ci6n del Reglamento.

El 3 da Octubre de 1932, a las cinco de

la mañana, con 186 Guardias y llevando de Oficiales a los Subtenientes Montenegro y Luil. Emilio Gutiérrez, sali6 de El Jícaro hacia Oui lali. Arribamos hacia el atardecer de aqucl día debido a que, por las const8111es lluviss, el río Santa Clara y criques de menor impor iancia del camino, habían experimentado con siderable crecida. De acuerdo con 6rdenes re

cibidas 1adiográficamente de Managua, fui designado Comandante de las fuerzas que als

aarían Ocongúas, el nor±earnericano Capiiál

i

Biebush, y Oficial patrullero, el Subteniente ni caragüense Gustavo Gutiérrez L., -actual Co

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