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« Previous Page Table of Contents Next Page »,In serlo; o convertirnos realmente en eso, cosa
que ninguno deseaba. Si forzados por las cir– ,\Instancias llegáraInos a forInar grupo apar– te para cOInbatir la ocupación extranjera, y 'so en el caso de resistir algún tieInpo, a quie– ueS combatiríaInos rea1Inente sería a los nica– ragüenses, del Go!Jierno, de Sandino y de la
Manna norfealTIencana.
DándoIne iiempo para poner en ejecución
el propósito de todos, habiendo solicitado de mis compañeros la espera de unos pocos Ini– uutos, Ine introduje a la casa de oficiales a fin
de conversar, si era posible, con los Tenientes
Seymour y Keller. No logré llegar hasta ellos, ya que HaInas, habiéndose introducido a .la misma casa por una de las puerias del pallo,
sa me interpuso, pistola en mano, en fonua
sorpresiva, tratando de uHimarIne.
En escasos segundos, Ine percaté que Ilomas ya no dispararía, y logrando esa pe– queña vacilación en Ini contrincante le pedí que me dejara sacar el arIna, para que así to– dos vieran que no había sino un duelo entre hombres. .
Mientras hablaba, Hmuas, encañonándo– me siempre, se distrajo un segundo por un ruido que escuchó, instante que logré para sa– car la 45 reglamentaria y seniir verdadero alivio al ver que el Sargento Meléndez entra– ba con su 38 Special en mano, la cual se dis– paró sin herir a nadie en un forcejeo que se ¡rabó entre Hamas, Meléndez y yo. Hamas grité pidiendo auxilio, diciendo que le asesi– naban, y creyendo realmente en ésto dio la vuelta para huir hacia el patio, circunstancia que Meléndez y yo 10graInos para salir a la plaza.
Explicándole a Meléndez que, COInO ha– bían acontecido los hechos era lo Inejor, y
mieniras, ±ransvers~lmente atravesábamos la
plaza, Hamas, que había vueHo sobre sus pa– sos y arrebatado una aIneiralladora pesada a uno de los centinelas de guardia, cOInenzó a disparar una banda de 500 cartuchos, escasa–
mente a veinte :metros, con tan Il1.ala puntería
que no pudo herirnos
. Al calor de aquella inusiiada agresión, mslruía a Meléndez no hacer nada contra
Hnmas, y que, en cuanto éste se calmara, ayu–
dado por el Teniente Gutiérrez, con todas las armas y pertenencias de la Guardia de Apalí desocupara El Jícaro y regresara a su estación de servicio, a donde él iba en aquellos mo– llIentos y les esperaría. En el reloj de la igle–
¡lB daban las 22:30 horas, (diez y media de
a noche).
. De El Jícaro hasta Apalí hay una distan–
'~ de tres y media leguas que completamente Sólo recorrí en dos horas y lUedia. Cuando
~~ esluve cerca de las trincheras de Apalí lUe
1 a reconocer Los centinelas no podían
cree~ q\1e solo hubiera podido recorrer aquel
"'ml~o tan sembrado de peligros. Se con–
\1encleron cuando vieron que nadie más venía
COnmigo. .
En la puerta de entrada del campamento
de Apali, ya el Teniente Jorge Bernheim, ba– ñado en sangre con la cabeza reventada por un pistoletazo que le había propinado el Ca– pitán Relly me esperaba ansioso, igual cosa hacían el Sargento Castro y unos diez alista–
dos, en quienes se noiaba verdadera furia,
aUlUentada, mOlUentos después al conocer lo que había acontecido en El Jícaro y narrar
ellos, a su vez lo que, casi simultáneamente,
pasaba en Apalí.
Los "machos" de aquí, lUe decían, total–
mente borrachos, enloquecidos, encerrados en
uno de los cuartos del cuariel habían obliga– do entre todos al Tenient.. Bernheim a entrar, y luego de vapulearle y ron'lperle la cabeza, de insullar a los Guardias y golpear a Melgara y dos más, prendieron fuego a la cajilla, don– de yo guardaba lUi ropa y todos mis efecios personales, sabedores de que no volvería en muchos días. Lo mislUo que en El Jícaro, la Guardia de Ocotal, y Apalí, clamaba vengan–
za; me pedía enérgica sanción contra aque–
llos foragidos.
Corno bien puede verse, una vez más, me
enfrentaba ante una situación delicadísima: ya no se irataba de un Teniente sino que de varios, incluso de un Capiián. Pero tenía que tOlUar una decisión, y la tomé.
Ayudado por el Teniente Bernheim, por el Sargento Castrq, y por toda la guarnición, excepto los ceniinelas, me abrí paso hasta el cuario de los oficiales extranjeros, quienes, una vez comeiido$ sus desafueros, roncaban a pierna suella De haber querido acabar con ellos, ¡'li cuenta se hubieran dado. Por todos los rincones de aquel cuarto se notaba un inu– sitado desorden.
Al primero que, personalmente, desperié fué al Capiián Relly, quien al verme, restre– gándose los ojos, dijo: "Nó, no es posible. Ud. no es Cuadra". Uno a uno fueron desperia– dos los delUás. Y, cuando bien despabilados,
pareció que comenzaban a fener conciencia
de lo que habían hecho y de la suerie que
les cupo de encontrarse con un oficial como
el que les hablaba, echándoles en cara sus malos procederes, rieron a mandíbula baiien– te. Esta aciiiud exasperó a los Guardias, y uno de ellos, poniéndose en posición de dis– parar su ametralladora sobre ellos, que, al fin de cuentas no pudo, porque lo detuve, hice que uno a uno fuera explicando su actiiud, pi– diendo excusas y aviniéndose aaceptar lo que buenamente sobre ellos se resolviera.
Desde aquel momento, por determinación de todos los iniegrantes de la guarnición y la explicación que les diera acerca de que no quedaban prisioneros, sino que confinados a aquel cuario, de donde no podrían salir lUás que por orden expresa, el Capitán Relly, los Tenientes Price y Ragsdele, y los Subtenien– tes Shick y Hicks, quedaron en ropas lUeno– res, adveriidos que, de ser atacado el puesto de Apalí por aviones de la Marina al amane– cer de aquel 2 de Ociubre de 1932, irl"emisi-blemente tenddan que modl". .
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