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do preso tantos meses y donde todos me conoel.n. Yo debl. s.lir ,por el área vigilada por guardias del Batallón

o por la Guardia Presidencial, quienes seguramente no

me conodan.

Me resolvr a salir por el torreón de la Presidencial Naturalmente, se necesitaba mucha sangre fría pasar fren– le a los centinelas, bajo la luz de las lámpara., a un melro de ellos... pero recordé que así habían salido el capitán Ri· vas Gómez y el teniente Alí Salomón, cuando se fugaron espectacularmente del cuartel "Campo de Marte". Uno de ellos había tenido pendiente una sentencia de cinco años, el otro solamente de dos; yo sabía que me cserra

una de ocho o nueve años. Bien valía la pena correr el

riesgo. Además, para eso estaba disfrazado de Capitán de la Guardia Nacional. Tenía que hacerlo; ya estaba a medio camino y no me podía volver atrás.

Cogí valor de la propia necesidad y subl la pendien. te cubierta de zatate que separa la parte trasera de los cuarteles COn la carretera de asfalto que va desde el to– neón da la Presidencial a La Curva.

Subí arrastrándome, lentamente y sin hacer ruido, bus– cando la sombra de unos árboles de quelile.

Al llegar al borde de la carretera, noté con horror que me habfa equivocado. Sali casi frente a la caseta de guardia que vigila la entrada a La Curva por ese lado. Sin embargo, la casetl' estaba al otro lado de la carretera

y el centinela estaba dentro de ella.

Ma agaché de nuevo y avancé otra vez en dirección Oeste, unos cincuenta metros. Me incorporé y vi un guardia, rifle ni hombro que se paseaba por la carretera por donde yo 'endrfa que transitar. Esperé que diera me· dia vuelta y cuando ya estaba de espaldas y alejado de mf salté una jardinera de piedra "bolón", que estaba al borde del .sfalto y llegué al camino.

Comencé a caminar de pie con toda normalidad, bao. ¡ando la suave pendiente cubierta de asfalto que va hacl. el torreón. Por una ironia del destino, por esa misma ru· ta nos había llevado el camión cuando nos trajo ,prisione. ros desde las montañas de Chontales.

Un centinela que venía de "Canta Gallo", el torre6n de concreto que se encuentra más arriba, bajó en direc– ción mia. lo hizo con derla prisa y con los oios puestos en mí. Yo pensé que estaba sospechando de mí, pero no le presté atención. El, al acercarse, debe haber visto a un oficial ca.minando sobre la carretera y no sigui6 acer· cándose.

Seguí caminando y llegué como a cincuenta metros del torreón, un guardia estaba borracho tirado en una cuneta. Avancé unos metros más, y me saqué un cigarrillo de la bolsa de la camisa, el que encendí siempre caminando, tra· tanda, sí, de que la llama no me diera en el rostro. Va eslaba a 20 metros del torreón, que queda muy cerca de la Avenida Roosevelt. Ya estaba casi aflJera. Faltaba la última prueba.

En el torre6n hay una guarnición de unos siete guar.. dias. El primero estaba como a quince metros, medio escondido en los árboles que rodean la carretera. Lo vi tan de cerCa y tan de repente que no tuve ni tiempo de sentir miedo. No mE! saludó ni yo lo volví a ver. Seguí avanzando, y seguramente como el primer retén Ine ha– bía dejado pasar, los demás hicieron lo mismo. Ninguno

Luis Cal dcnal, con sus famosas botas puestas, recibe la visita de su esposa, doña Liana Debayle de Cardenal.

y de sus hijitos

me habló, ninguno me salud6, ni me hicieron ningún caso. Ya al pasar frente al torre6n, un guardia con ametra· lIadora que estaba sentado en una banca de cemento me qued6 viendo. Noté

lI algo" en su mirada, pero sacando fuerzas de mis flaquezas lo volví a ver y lo saludé con un movimiento de la cabeza, como diciéndole: IU¿Qué le pa· sa, ¡perro?" El, al ver mi gesto, agachó la cabeza.

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