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A la Izquierda me paredó ve, a un Sargento O a un

oficial, pero no quise mirar en esa direcci6n.

Por fin estaba en las calles de Managua.

Los guardias estaban a mis espaldas, pero me iba ale·

¡ando de ellos. Estaban muy cerca, pero no habían sos· pechado nada.

o

Decidí marchar sobre la calle que va a la Colonia Mi· litar que está en las faldas de la loma de Tíscapa en vez

de baiar por la Avenida Roosevelt

Caminé media cuadra y me topé con un jeep de la

Guardia Nacional que estaba estacionado a la orilla de la

CUlleta. Seguí caminando, y en el jeep encendieron las

luces un momento para enfocarme, y las volvieron a apa.. gar. Ellos naturalmente sólo vieron a un oficial de la

Guardia Nacional caminando por la calle.

Al llegar a la esquina me encontré con dos poliefas.

Ni los hice ni me hicieron caso.

Habla pasado mi última prueba. Estaba libre... iRealmente estaba libre! Mi fuga había tenido un éxito completo.

Eran las 10 y 20 do la noche. Todo habra durado hora y media.

Caminé unas cuadras más y me introdu¡e a la casa de

un amigo que me esperaba, y tenía las luces apagadas, pe·

ro la puerta entreabie'rta. El automóvil esperaba 8 la ori·

lIa de la acera.

Empujé la puerta y entré. Lo llamé por su nombre y de la oscuridad salló su voz, que me decla: "¿Luis? ¿Todo

bien?n.

"$(11, le dije, "todo bien, fue milagroso, fue un milagro".

Mi mujer me había arreglado todo muy bien

Nos subimos al carro y me diio que me llevaría a

la Embajada de El Salvador, en las afueras de la ciudad,

ya que era lo que más me convenía. A mí me pareció muy bien y platicamos todo el camino comentando los de..

talles de la fuga. Fumamos un cigarrillo y yo venía pero

fectamente tranquilo. Le recomendé que manejara con mucho cuidado, que si teníamos un choque me echaba a

perder todo. Mi amigo estaba completamente calmo tam.. bién, y su misma seguridad me hizo un gran bien.

Llegamos a la Embajada. Eran exactamente las 10 y 40 p.m.

Nos despedimos, y me bajé del carro

"Avísale a mi esposall, fue mi única recomendación. liNo le digas a nadie que yo te traje", fue lo único

que me dijo él.

En la Embajada habia una fiesta. Al darme cuenta

de ello me entró una gran aflicción. Me puse nervioso. Al cruzar los jardines que rodean la residencia me intran..

quilicé más aún. Si hay fiesta, pensaba yo, deben estar alll los Tachitos, o algunos Ministros o gentes del Gobier·

no, oficiales, etc., y puedo tener problemas.

Llegué a la puet ta y me introdu¡e a la casa. Pasé frente a varios amigos míos que tampoco me reconocieron

Uno de ellos creyó que era un guardia legítimo y me vol·

teó la cara disgustado. Por fin oí una voz que gritó: "Ese

es Luis Cardenal", y quebró el vaso de vid'rio de su high. ball en señal de alegría. Era Vlctor Zavala, uno de los asilados.

Yo pregunté por el Embajador, doctor Alberto Mora–

les Rodríguez, quien me recibió inmediatamente. Nos saludt:imos y al presentarme le dije: "Señor Embajador,

soy Luis Cardenal, Comandante de la 59 Columna rebelde que desembarcó en los Mollejones y me acabo de fugar de

la prisión en que estaba. Le suplico asilo político".

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