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Eslaba lisio.

Me lomé una última paslillila de Ecuanil. La lercera del día. Sin embargo, en la prisa del úllimo momenlo se me olvidó llevarme el trozo de carne que tenía listo desde hacía Ires días para dárselo a los perros del cuartel, si acaso me seguían.

Me subí a la tone y guardé las tiier,ls en la boJsa del pantalón. No quería dejar ese rastro.

Levi'lnté la lámina de zinc y comencé a observar. La

situación era la misma de unos minutos antes. Eran las

9.00 de la noche.

Por fin apareció la cabeza del guardia en la plazolela de La Curva. Me dio las espaldas y desapareció. Levanlé la lámina del lecho y la empujé hacia arriba. Al doblarse hizo un poco de ruido, pero no habra liempo que perder.

Puse un panlalón gris en los bordes de la lámina ro– ta para que no me estorbara mis movimientos, y me subí al respaldo de la silla. El hueco era de unas 22 pulgadas de largo por unas 14 de ancho, de modo que era un poco difícil pasar por él.

Puse las manos sobre el techo y empujé con fuerza hacia arriba. Logré sacar la cabeza, Un hombro y todo un brazo: el izquierdo, pero el derecho se me quedó Ira.. bado. Estaba atascado, levantado en el aire a cuatro y me.. dio melros de allo, y ya no locaba el respaldar de la si– lla con los pies.

Hice un esfuerzo y logré pasar el otro brazo. Ya con los dos afuera, me empujé de nuevo hacia arriba y logré pasar hasta la altura de la cintura. Al pasar rozando los bordes eJel zinl':, éste chil'l ió. A mí me pareció que el ruido se oía por todo el cuartel. Terminé de pasar las ca· deras, y en este movimiento se me cayeron las tijeras. Un nuevo ruido, pero ya eslaba senlado sobre el borde del locho. Acomodé los pantalones grises sob. e el hueco pa–

ra que no dejaran escapar muchll luz que le llamara la aten~

ció" al guardia de la plazoleta en su siguiente viaje, y me deslicé sobre el lecho hasla caer en la zanja coleclora de aguas.

Nadie me había visto, tampoco nadie me había oído. Hasta el momento todo iba bien. La primera parte de la fuga había salido perfecta. En la zanja estaba com– pletamente a salvo, y a pesar de que me encontraba ro.. deado por más de 800 guardias, a 20 metros de la puerta del Cuarlel de Nica/agua mejor guardado: la propia resi– dencia del general Somoza. Pero aunque todavía muy lejos de estar en libertad, al menos en ese momento, es.. taba a salvo.

Experimenté una satisfacción inmensa; la noche esta.. ha clara y el aire fresco. Me sentí reconfortado. Avancé sobre la zanja en dirección al Occidente arras.. trándome sobre el estómago. Podía avanzar rápidamen.. te, pero lo hacia con lentitud.

Iba observando lodos los delalles y Iralando de oir cualquier ruido revelador.

En cualquier momento me pal'ecía que se aparecerían guardias en la zania, en persecución mía. Nada ... todo estaba en calma.

Llegué al final de las cuadras de la 'fercera Compa– ñia. Enlre esle edificio y el siguienle hay un espacio obiorlo que los separa de las cuadras del Balallón de Como

bate IIGeneral Somoza". Frente a la apertura hay un cen. linelo permanenle a la orilla del asla del pabellón nacio"

nal. Dos guardias más se encontraban sentados propiao mente frente a mí. Me puse a observar y noté que aun– que se encontraban solamente a unos treinta metros de distancia, yo quedaba en las sombras, y ellos estaban des– cuidados Pasé sigilosamente arrastrándome frente a ellos. No me vieron.

Conlinué siempre por la zanja hasla llegar al final de ese edificio y me silué frenle a la plazolela que rodea el Casino Mililar.

Aquí me dio un vuelco el corazón... Mis cálculos estaban errados.

Al final del edificio del cuartel del Balalló" había un centinela; enfrente, cuidando una gasolinera, había otro. El zacate que rodea el Casino por la palte SOl', y arriba de la muralla, había sido cortado a ras del suelo; lodo el lu– gar estaba iluminado con luces de mercurio, y además pe.. recía que en el Casino había alguna pequeña reunión, pues varios carros estaban estacionados afuera. Muieres, ni" ños y oficiales, hablaban, reían y jugaban frente a mí. Es– loba perdido.

Sin embargo, seguí observando. Parece que saqué un poco la cabeza y mi sombra fue vista por uno de los cenlinelas. O quizás la barrila plaleada de la gorra refle" jó un deslello de luz. Lo cierlo es que el cenlinela llamó a otro soldado y comenzaron a hablarse entre sí y a ob... servar en mi dirección.

Me quité la gorra y retrocedí siempre arrastrándome. En la nueva posición estaba seguro que no podían verme... pero ellos seguían mirando en mi dirección. Esperé unos minutos que me ,parecieron horas... y los seguí observando. Llamaron a otro guardia y se acercaron al muro. Yo creía que me habían visto... y retrocedí aún más, espantado. Me pasé, en la oscuridad de la zanja unos diez minutos completamente inmóvil. Sentía los latidos del corazón, veía avanzar las manecillas del reloj, y ora la musica que venía del Casino.

iQué lranquila eslaba l. nochel Me dieron las 9.45 p.m.

Se oyó el loque de queda del prime.' <uarlel...• los pocos segundos se oyó el c10rín del Balallón.

Yo sabía que a estas horas los soldados regresarfan de sus casas, muchos de ellos probablemente borrachos, 1jJ00que tres días anies había sido su día de pago Me puse a pensar. Recordé que habían dos rutas más que tenía estudiadas.

Recordé que el barbero y otros guardias se "escapa– ban" pasando frenle a los garages de La Curva y sallando el muro "por el arbolito de marañón u , que otros lo hacían upor el palito de papaya ll

,

que otros se deslizaban por uel poste de luz u . Todos esos muros son un poco altos, y al caer uno tiene el peligro de torce:rse un pie, pero no es.. laban vigilados. Yo lo sabia porque era" parte de las ceno tena res de respuestas que había obtenido a las centena.. res de pregunlas que había hecho.

Pero ninguna de esas rutas me guslaba. Significaba que tendría que retroceder los 200 mehos que ya había avanzado. Además, muchos de los cenlinelas de La Curo va me podían reconocer con más facilidad porque casi to" dos ellos perlenecían a la 3~ Compañía, donde había esla"

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