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dos, péro tambi~n és derto qUé el ojo humáno éS mucho más rápido que el cuerpo.

Bajé la tapa o lámina del techo horrorizado. Apa. rentemente no tenía la menor probabilidad d~ escaparme. Sin embargo, decidí absentar un rato. Con sumo cuidado levantaba la lámina una o dos pulgadas y obser.

vaba hacia afuera.

El reflector se mantenía normalmente, y estaba apa. gado. Aparentemente no habían guardias allí esa no– che. En la terraza no pude distinguir ni una sola vez a

los agentes secretos, por lo que supuse que se h.abrbll

ido con Tachilo desde medio día. En la plazoleta sí vi un guardia que se paseaba aburrido de un lado a otro, pero que no pareda estar muy alerta. Además, noté que cuan.. do desaparecía, fardaba varios minutos en volver a apare–

cer. Seguramente iba de un lugar a otro periódicamen–

'te; y por lo tanto me daba tiempo suficiente pa~a intentar la fuga. Me bajé de nuevo de la torre y fuí a conferen·

ciar con Pedro.

Me informó que del lado de él todo estaba en calma; los oficiales se mecían aburridos en unas butacas; el custo~

dio estaba tranquilamente fumando. Todo normal. Le conté rápidamente lo que había observado y le in· formé que me iría. Le pedí prestada la maquinita para resurarme el bigote, ya que esto era parte de mi plan para evitar ser reconocido.

Ese mismo día en la mañana Pedro me había rega– I.do, y llevado al Consejo, l. gorrita kaky que haría de gorra de oficial del Ejército de Nicaragua. Era una go– rrita de trapo, de esas que vendf~m por siete pesos en el Estadio Nacional de beisbol para evitar los rayos del sol. Ya en todo esto me dieron las B.30 p.m. Quizás de· masiado tarde. El dormitorio de los guardias, pared de por tnedio de mi celda, donde dormían trescientos solda– dos, estaba en absoluto silencio. La luz estaba apagada. La radio callada

Sin embargo yo confiaba en que el ruido que haría no llamaría mucho la atención, porque muchas veces hs– bíamos 'do luidos sospechosos en el techo y los custo– dias no se habían movido. M1:'chas veces yo había pro~

vacado ruidos en el techo tirando los zapatos y otros ob~

ietos contra el zinc, para acostumbrar al centinela a oír estos ruidos.

Coloqué las barritas plateadas de Capitán en la gorri. tao Puse las otras insignias en el cuello de una camisa kaki, me rasuré el bigote y comencé a .teñirme de café oscuro las partes del cuerpo que quedarían al descubier– to de la ropa.

Me acerqué al hoyito del albañal a devolverle a Pe· dro su maquinita de rasurar y a despedirme Casi no ha– blamos. Sólo le diie: UYa estoy listo, me estoy pintan– do y ya me voyu.

uQue vayas con Dios", oí que me decía.

Me regresé a mi camarote y comencé a pintarme la cara. Me ví en el pequeño espeio que tenía para este

objeto y me quedé sorprendido: ni yo mismo me recono~

cía; el disfraz era perfecto. Con la gorrita puesta hasta las orejas, y con el color oscuro de la piel, cambiaba com.. pletamente de aspecto.

Al verme en el esp~io, me recordé de un l)t~ile de djs~

fraces en el Country Club donde también me habla teñido

Luis Caldenal abraza y besa tiernament~ a uno de sus

hijitos, en la pLimera visita.

con esa misma tinta de achiote que me había preparado mi mujer. Para algo sirven los bailes de disfraz, pensé. Al menos le ayudan a uno a escaparse de la cárcel.

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