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..ada lOOn hilos de alambre de púas, se vela claramente a través de ellos. Desde su dormitorio me podlan obser·

val' 300 pares de ojos de lo:; Guardias que dormían allí

2) Encontrar con qué arrancar las láminas de zinc, para que

mi cuerpo pudiera pasar entre eUas. Por más esfuerzos

que hice con palos y otros utensilios "caserosll noté que

las láminas estaban sólidamente clavadas y que se me ha–

ría imposible arrancarlas.

El primer problema lo solucioné, tapando la abertura con papeles y cartones, y por último, ya con más valor,

con tablas que arrancaba de los camarotes. De esta ma..

n.era logré taponar más de 8 metros lineales de pared en la línea de visión que me convenía, de tal moclo que ya podía trabajE¡r libremente en el techo sin que me vieran. Naturalmente en esta labor pasé varias semanas, pues sólo podía trabajar en los ratos en que en la cuadra no habla casi nadie o todos dormían: pero tenía que ser de día, ya que de noche el silencio es absoluto y todo ruido se multiplíca.

/ Para solucionar el segundo problema pedí a mi mu-jer algunas herramientas.

¿Cómo lograr que me las pasara desapercibidamente? Muy sencillo:

A las visitas en la covacha de oficiales donde reci– bía a mi esposa llegaba con mis botas puestas. Estas eran altas, hasta media pierna y muy IIboconas ll

:

abiertas. Al principio estuve practicando introduciendo libros peque– bos. Si me cogían no tenía importancia. Luego ya me..

tra otras cosas, como polvos para dormir a los Guardias, un

i sdio de trCl:nsistores, seis hojas de acero~plata para cortar metales, un formón de 3,4 de pulgada, y por fin ... una ti– jera de cortar metales, de esas que usan los hojalateros. Todo esfo me llevaba mi muier en una cartera grande que ponía en el piso, tapada con su falda, a un metro escaso de donde estaba el oficial que presidía nuestra visita. Mientras nos dábamos algún tierno beso, yo bajaba la ma~

no, la introducía en su cartera, sacaba el objeto! y me lo metía en las botas. El oficial, naturalmente se ruborizaba

Ui1: poco ante estas demostraciones de nuestro contenido

CSi ¡ño. '! volvía", ver pudorosamente un poco hacia otro lado.

En esia forma mi esposa me logró meter todo lo qua necesitaba. Le pedí un revólver, pe'ro se neg6 a llevár– melo. No hubo manera de convencerla, y no lo hizo.

En esta misma forma ella me introduj') una b;H rit,] de capitán de la Guardia Nacional y dos de las insignias con dos riflitos cruzados que usan en sus uniformes. Tam– hién me. entregaba por ese conducto c.artas de los a.migos

y otras cositas más como whisky, tinta para teñirme la cara, etc., etc.

Por fin ya tenía todo en mi poder. Tenía l&:Js herra .. mientas necesarias, la ropa kaki para fingir el uniforme de capitán, las insignias, la gorrita de beisbolero, kaki, que me regaló Pedro Joaquln y el plan de cómo fugarme. Lo había estudiado todo, y tenía para fugarme va– rias rutas a mi elección, todas ellas probadas por cente.. nares de desertores que continuamente se salían aMa..

nC\~,ua. fi~bía además otra posibilidad y esa fue la que en última. instancia me vi forzado a usar.

Estaba, pues, completamente listo para comenzar a trabajar.

Luis Caldenal, seguido de PedlO Joaquín Chamollo, lle~

gall plÍsÍonclos a La CUlVa.

Podía trabajar de día, y las mejoras horas, debido a los trajines corrientes del cuartel, eran de dos a cuatro de la tarde y de seis a siete y media de la noche. Sin em· bargo infinidad de veces armaba la torre, me subía y co– menzaba un corte. El ruido de la tijera u otro ruido me mella en miedo y me bajaba de la torre con el corazón dándome saltos. A esperar otro día. Así me pas6 mu.. chas veces. En otras ocasiones, de puro temor, me daba pereza, y entonces no cortaba nada.

Los primeros cortes fueron los más difíciles, pues el traslape de las láminas hacía casi imposible meter las pun– tas de las tijeras entre ellas. A veces s610 avanzaba mi .. límetros y pasaba minutos de angustia que me parecían horas. Así se me pasaron varias semanas casi sin avanzar en mi objetivo. Desarrollaba nuevas técnicas, nuevos mo.. dos de cómo cortar la lámina, pero no progresaba. Yo sa– bía que no avanzaba por miedo, pero no me lo quería re– conocer a mí mismo.

Por fin, una noche corté la mitad de la lámina. Con gran valor y mayor resolución, y haciendo bastante ruido, (me di cuenta de que era poco, relativamente, en las horas

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